Capítulo 3

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Loreley

-Perdona - le dije a la chica que estaba delante de mí, dándole unos toquecitos en el hombro - ¿Sabes qué pasa?

-Hay un hombre gritándole a la camarera - respondió ella, girando la cabeza ligeramente para no perderse nada -. Se está desahogando con ella mientras espera al encargado.

Me pareció algo horrible. Si no tenía ella la culpa, no tenía motivos para gritarle.

Cuando intentaba asomarme para ver la cara del que gritaba, reconocí a otro estudiante de la universidad. Por suerte, no era el desalmado que había asustado a la pobre chica. El hombre estaba de espaldas a ella y apoyado en el mostrador con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. Me apenó ver que ella seguía llorando, lo que me llevó a buscar los pañuelos en mis pantalones y esperar a poder dárselos cuando llegase mi turno. Otra chica había salido a atender a los clientes. Para sorpresa de las dos, se lo ofrecí con sencillez. Me miró como esperando a que le diese algo a cambio, pero le respondí con un silencio absoluto. Casi no me daba cuenta de que toda la cafetería me estaba mirando. Al final, se decidió por alargar la mano mientras murmuraba un agradecimiento.

La otra camarera me miró con la boca abierta unos momentos sin saber cómo reaccionar, pero se recompuso rápido y me dio mi vaso de plástico. Pagué y salí del establecimiento, notando cada mirada que me dedicaban los clientes. Tanto agradables, por parte de algunas personas de la cola, como envenenadas por parte del hombre de la barra. Me dirigí hacia la calle que solía recorrer con Taiga, abarrotada debido a las rebajas. A pesar de la cantidad de gente que había en la calle, los locales estaban casi vacíos. Se ve que todavía había gente que trabajaba o se presentaban a las recuperaciones de los exámenes universitarios. Entré en un par de tiendas, en las cuales compré unos pantalones, una camiseta y un par de pendientes a juego con el colgante del ángel. Según mi lógica, si parecía que me gustaban las plumas, el colgante sería más discreto y nadie que no debería fijarse no lo haría. Y, como seguía paseando, llegué hasta la tienda favorita de mi amiga; lo que me recordó que quería usarme como "muñeca" de carnaval.

Así que elegiría yo lo que pensaba llevar al día del concurso. Siempre podía usar el argumento de que, si no le gustaba lo que yo había comprado, que hubiese venido conmigo a elegirlo. Como ya era la hora de comer, decidí que era buen momento para volver a casa y de camino comprar algo para el almuerzo. La cocina no era uno de mis fuertes, y a las dos nos gustaba la comida rápida. También pensé que, en el caso de que Taiga hubiese llegado antes que yo, estaría ansiosa de empezar a practicar o a diseñar cosas sobre el lienzo. Mientras iba caminando a paso ligero, hice el pedido por teléfono; con suerte llegaría a casa al mismo tiempo que yo. Tardé unos minutos menos en volver y, una vez que entré en el vestíbulo, me encontré con el chico que esperaba al ascensor con las bolsas en las manos. Al decirle que la comida era para mí, me miró por encima del hombro.

Yo, tan indiscreta como me fue posible, examiné sus ojos negros; cerca de la pupila parecían violeta, pero como un jarabe espeso, perdía el color hasta ser prácticamente negro. Me tendió las bolsas sin decir nada, haciendo oscilar su colgante al girarse para hacerlo: una pluma negra sujeta por dos perlas negras.

-Por lo que parece, eres mi protegida - murmuró, dirigiéndome una mirada extraña.

  Sin saber por qué, su voz me pareció la más tranquilizadora que había oído jamás.  

-¿Yo? - por algún motivo, me señalé como una niña a la que le han echado la culpa de algo.

-La pluma - dijo a modo de respuesta con tono de cansancio.

  Me planteé fingir que no entendía lo que me estaba diciendo, pero no serviría para nada. Él me había reconocido, y no me había hecho ningún daño.  

Una Lágrima de Sangre en la OscuridadWhere stories live. Discover now