Capítulo 2

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Delly le tendió la caja a Becca. Era de metal plateado, los bordes los tenía decorados con espirales grises que parecían serpientes; también estaban grabadas con sumo cuidado las iniciales de Becca, RA, en tapa. Era fría y suave al tacto, como el hielo. Delly le sonreía.

—Ábrela —dijo con entusiasmo.

Becca levantó la tapa lentamente, como si temiera que se rompiese. El interior de la caja estaba forrado con terciopelo rojo carmín, sujetado por dos hilos se hallaba un collar. Estaba sujeto a una cadena de plata clara y de ella colgaba un precioso colgante con forma esférica, en su interior flotaban chispas plateadas que parecían estrellas. Becca lo acercó a una lámpara y al moverlo sonó un cascabel. Levantó la mirada hacía Delly, que la miraba con los ojos muy abiertos, ansiosa por su respuesta. Becca le regaló una sonrisa, en modo de respuesta.

—No tengo palabras, Delly —dijo Becca, acariciando el collar mientras sonreía—, no sé cómo has podido, es tan bonito —Becca se dio cuenta de que era demasiado bonito y que debió haberle costado mucho dinero, se dio cuenta de que no podía quedárselo—, pero no puedo aceptarlo, tú ya haces mucho por mí, me traes libros a escondidas, me das clases de hechizos y mucho más. No. En tal caso debería haberte yo dado algo a ti —sujetó el collar por la cadena y se lo devolvió a Delly, que esbozó una sonrisa triste y decepcionada. Luego cambió su rostro, la tristeza se esfumó y apareció la persistencia.

Becca oyó un ruido a su espalda, imaginó que Stephan y Helena habrían abandonado el balcón.

—Claro que puedes —señaló Delly poniéndoselo de nuevo en las manos—, tú me ayudaste cuando más lo necesitaba, eso vale más que cualquier libro, ¿recuerdas cuando le decías a todo el mundo que te llamabas Becky? —Sonrió ante ese recuerdo— Hace tanto tiempo…

A Becca le invadieron recuerdos de diez años atrás.

«El lugar era un parque, alumbrado por la escasa luz de las farolas, proyectando sombras irregulares sobre el asfalto. Eran sobre las cinco de la tarde. Los niños jugaban; hacían castillos de arena, bajaban rápidos como un rayo por el tobogán o se balanceaban. En cualquier caso, todos hacían algo en común, reían y eran felices. Todos excepto uno. Una. Una niña de rizos rojos recogidos en dos coletas estaba sentada bajo la copa de un árbol, abrazando una pequeña muñeca de trapo con dos botones negros por ojos y lana como pelo rubio. La niña era Delly, sus ojos grises estaban nublados y apagados. Alguien se le acercó. Otra niña.

—Hola, estás muy sola —dijo la niña—. Soy Becky, ¿tú cómo te llamas? ¿Por qué lloras?

Delly abrió los ojos. Era una niña más baja que ella; tenía el pelo castaño y largo, recogido con dos horquillas para evitar que se le fuera a los ojos. Sus ojos eran de un azul intenso, más oscuro que el del cielo durante el día pero más claro que el cielo durante la noche, “como el mar”, se dijo Delly. Becca le sonreía.

—Soy Delly —respondió, secándose las lágrimas—, lloro porque estoy sola, no sé qué hago aquí, no sé por qué estoy aquí. Me han dicho que mis padres no volverán hasta dentro de muchos días por trabajo, dicen que no me preocupe pero, estoy sola.

Becky se encogió de hombros.

—Sí, a mí me pasó eso hace dos meses creo —admitió la niña—, pero pronto te acostumbras, aquí se está bien, créeme. ¿Quieres venirte a jugar a las muñecas conmigo? Ahora estamos tomando el té —señaló una manta rosa a cuadros que había en lugar con flores de todos los colores con muñecas, tazas, platos, comida y una cesta donde guardarlo todo. También había una mujer, una muchacha más bien, de no más de diecisiete años. Le ofreció una mano para ayudarla a levantarse.

—Esa es Sandienne, Sandy. Es mi cuidadora, vive conmigo hasta que venga algún adulto a la casa a cuidarme. ¿Vienes?

Delly finalmente aceptó su mano, ambas sabían que habían creado algo más que una buena tarde. Era una amistad más fuerte que ninguna otra.»

Invencible ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora