Alter Ego

11 0 0
                                    

Yacía sobre una pared blanca. La realidad no era la realidad: la gravedad estaba al revés, y por eso estaba dentro de una casa invertida. O quizá mal construida. O puede que ambas cosas. El caso era que estaba sobre una pared, de la que me incorporé para darme cuenta de que no existía tal casa. De hecho, la habitación en la que estaba ni siquiera tenía techo. ¿Sería quizás un sueño sin lógica? Pero si los sueños carecen de lógica, dijo una molesta voz interior. Una voz aterciopelada, grave y de hombre. No era mi propia voz, ¿sería la de Caleb? No, Caleb tenía mi voz, era mi alter ego, lo había creado yo. Y esa voz era distinta, estaba de hecho segura de no haberla escuchado nunca antes.

¿Qué estaba pasando? Me levanté para tratar de volver a una realidad ficticia, fruto de mi imaginación. Tenía puesto un vestido negro, como siempre. Todos mis sueños lúcidos se caracterizaban porque siempre llevaba un vestido negro en ellos. Éste era de corte sencillo, negro azabache y con encajes como madreselva rodeándome los hombros en contraste con el color del pelo. Iba descalza, y mi punto de apoyo era de frío metal, un metal que me ardía bajo la piel. Quemaba. ¡Quemaba!

Corrí hacia un umbral sin puerta, tras el cual el océano inmenso discurría tratando de entrar a mi pequeña isla de acero. Yo seguí corriendo, sobre el agua, sin hundirme, porque era dueña de mí y de todo. Aquel era mi mundo, y yo su reina.

Crucé el mar a base de grandes zancadas. Corrí durante días sin noche, sin luna, sin Sol y sin estrellas. Corrí sin que mis pies se agotaran, sin parar para descansar y sin hacer caso de los cantos de sirena que a tantos marinos hicieron perecer. Simbad el Marino no era nadie, nadie en mi mundo de poesía. Yo no necesitaba cera en los oídos ni un navío que me hiciese naufragar. Yo era libre de leyes físicas y materiales.

Y desperté.

El teléfono móvil vibraba con una canción de mis queridos The GazettE. Fuera aún estaba oscuro, en una realidad en la que el Sol teñía las nubes violeta oscuro de un tono anaranjado. Me froté los ojos, desperezándome. Hacía mucho que no tenía un sueño lúcido. Y encima había soñado con uno de mis alter egos, Caleb, mi versión masculina. Eran cinco en total: Caleb, Anastasjia, Alice, Orube y Elyon. Todos eran parte de mi personalidad. A todos los creó mi imaginación.

Volví a la realidad mirando la hora: las 6:45 de la mañana. Tenía que estar en el instituto a las ocho.

Levantándome, me puse una de las enormes camisetas del suelo de mi habitación y bajé a desayunar. Ahí estaba mi padre, con su portátil y su café con leche, ensimismado, como siempre. Caminé rodeando la mesa de la cocina para darle un abrazo. Le había echado de menos estos dos días.

-Abigail -mi padre sonrió.

Arrugué la nariz. No me gustaba ese nombre. Prefería que se refiriesen a mí como "Aby". Pero mi padre lo sabía, y no iba a darle la satisfacción de enfurruñarme por esa gilipollez. Tampoco era para tanto.

Me encogí de hombros-. ¿Y mamá?

Mi padre volvió la vista a la pantalla de su ordenador.

-Sigue durmiendo -. dijo, sin más.

Asentí con una ligera inclinación de cabeza. Aún seguía medio dormida. Mis padres habían ido a una firma de libros. Bueno, había ido mi padre, acompañado de mi madre. Hacía años que iban juntos, a que mi escritor favorito les firmase un ejemplar de su nuevo libro para mí. A pesar de que ya tuviese una dedicatoria en cada uno de sus libros, su firma era lo que más ilusión me hacía. Y es que desde pequeña lo decía con orgullo: mi padre era escritor. Sus libros eran de terror, mi género preferido. Aunque nunca habría ningún libro como El nombre del viento. Pero mi padre no tenía por qué saber eso. Él no era ningún escritorzuelo integral ávido de reconocimiento del público que me dejase años y años de espera para un tercer tomo de la mejor saga del mundo. En fin, siempre queda esperanza.

LuftmenschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora