Fardo que cae

9 0 0
                                    

 Una vez me hube secado las mejillas y relajado lo suficiente, Alec me dejó en casa, donde mi madre, hecha un manojo de nervios, cogía el teléfono cada cinco segundos para concretar los detalles con el abogado defensor. Tuvo tiempo para sentarse conmigo en la sala de estar y explicármelo todo con detalle. Al parecer, mi padre no se había ido de la empresa de la que era socio junto al padre de mi mejor amigo, no en la práctica. Pese a que había firmado su marcha debido a que la remuneración que recibía por sus libros era mucho mayor, había continuado con el negocio bajo la mesa, creando un contrato negro con la empresa. Aquello que hacía, de eso mi madre no estaba segura, o consideraba que era mejor que no lo supiese. Por ahora mi madre no se hallaba implicada en el caso, así como el padre de Alec, al menos de momento. 

      Pasamos la tarde entera en comisaría, aunque ninguna de las dos podíamos ver a mi padre. Mi madre tendría que declarar en cualquier momento. Yo, estaba ahí presente, junto a ellos; y por ahora era todo lo que podía hacer. La ansiedad luchaba por salir de mi garganta a gritos. Me esforcé como pude en controlarla; ya era suficiente con lo que estaba pasando. No quería defraudar a mis padres y convertirme en una carga más. Ya no era una niña, me repetía a mí misma. Y sin embargo, llevaba horas ahí dentro, sentada sobre una silla de plástico amarillo en una claustrofóbica sala gris sin ventilación y tratando de asimilar lo que aún estaba ocurriendo, en el mundo exterior, mientras trataba de controlar a mi cabeza. Mis amigos me mandaron mensajes de apoyo, pero tras un par de horas había optado por apagar el móvil. Estaba perdida, estaba sola y estaba dolida. Mi padre, la persona en la que más creía en el mundo, mi referente principal, me había defraudado. Me había mentido, a su propia hija. ¿De qué más sería capaz aquel hombre que estaba siendo interrogado por la policía en aquellos instantes?

      Mi madre me llevó a casa en coche por la tarde. Ella tendría que volver. Me pidió que no saliese de casa, pero que si quería que invitase a algún amigo a quedarse a dormir para no sentirme sola. Cada vez me sentía peor. A la ansiedad ahora  se le sumaba la impotencia y la sensación de ser un estorbo, un fardo pesado que tirar de un globo aerostático. Pese a lo que me pidió, una vez mi madre se hubo ido, me fui al bosque. Simplemente lo necesitaba. Y una vez llegué al claro donde Illia y yo habíamos estado el día anterior, volví a resquebrajarme y a llorar. 

        -"¿No te cansas de esa máscara que llevas continuamente cuando no estás sola?".

      Me volví con rapidez. Ahí estaba otra vez, aquel chico de ojos verdes y pelo azabache. Me eché instintivamente hacia atrás.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 27, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

LuftmenschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora