La chica,
sentada en un frío banco,
observando noche tras noche
a aquel chico.
Aquel chico que escribía.
Aquel chico que observaba,
escribía,
observaba,
escribía.
Ella lo encontró por casualidad,
una noche en la que caminaba,
sin rumbo.
Empenzó a ir allí porque le gustaba,
después,
comenzó a ir por él.
Por el poeta.
Deseando que le dedicara
tan sólo un verso.