Once upon a dream.

El hilo del rey.

Esta es una adaptación de la leyenda japonesa del hilo rojo.

Pareja: Drarry /Harco.

(...)

El hilo rojo del destino se encuentra atado en sus dos extremos, en el meñique izquierdo de dos personas diferentes cuyo destino es encontrarse y enamorarse, complementarse hasta el final de sus vidas. Este hilo es invisible ante los ojos del hombre y no puede romperse. Es cosa del destino, no puede evitarse, no comprende edad, sexo, posición social o religión. Simplemente existe y es eterno.

El sonido de las cortinas siendo abiertas y la luz del sol filtrándose por su ventana le hicieron despertarse. Las sombras confusas de su visión borrosa solo le permitió identificar a medias a la sirvienta que rápida e inteligentemente había escapado de su furia matutina refugiándose en el cuarto de baño donde el chorro de agua golpeando contra la bañera de mármol se escuchó casi de inmediato y los olores de las esencias de baño comenzaron a flotar por toda su habitación. Canela, miel y manzana, sus favoritos.

El joven príncipe se sentó contra la cabecera de su cama. La madera estaba fría y los ornamentos de oro también pero poco le importó y de todas maneras no tardaría en calentarse con el contacto de su cuerpo. Se removió un poco incómodo, con la mirada perdida en la nada y solo pensando en lo mucho que le hubiese gustado poder dormir un poco más. La textura del lino contra su piel le causaba pequeñas cosquillas, pero no se rascó, demasiado perezoso como para si quiera levantar una de sus manos. No tenía importancia, la sirvienta saldría del cuarto de baño y entonces él podría pedirle que lo hiciera por él, no iba a negarse, nadie le negaba nada, era su castillo, después de todo.

Pasó la mano por su cabello lacio, algo enmarañado por lo mucho que solía moverse mientras dormía y luego por su rostro cuya barba comenzaba a ser notable al tacto, rasposa e incómoda. Se rascó el mentón y mientras fruncía la nariz en un gesto de desagrado, debía agregar a su lista de cosas por hacer la de rasurarse. Esa tarea se sumaba a la de pasear por el jardín, leer un rato junto a la chimenea, salir a cabalgar y pasear por el pueblo en busca de alguna jovencita que le gustara lo suficiente como para prometerle el reino entero, acostarse con ella y luego fingir que no existía. Un príncipe tenía muchas más tareas quehacer, por supuesto, pero Draco siempre encontraba manera de dejarle las cosas aburridas a su padre o a su madre, dependiendo del humor de cada uno.

La sirvienta salió finalmente del cuarto de baño, con la mirada en el suelo y tan rígida que parecía que al más mínimo ruido saltaría del susto. El príncipe Malfoy solía causar ese tipo de cosas sobre el resto de la gente que él consideraba inferior. Era un líder soberbio y egoísta, malhumorado y sarcástico del cual todos solían quejarse a sus espaldas y que solo respetaban por ser el hijo del rey y el próximo heredero al trono.

Por supuesto que Draco también podía ser encantador, desfachatadamente encantador. Sabía qué sonrisa utilizar para cautivar corazones, que mirada usar para derretir cuerpos y voz emplear para hipnotizar sentidos. Su galantería sin vergüenza ayudaba muchísimo, al igual que su porte aristocrático y la manera en que su cabello caía sobre sus hombros como si se tratara de hilos de oro. Sus amantes siempre habían adulado su físico, pero más que eso, siempre adulaban su forma sinvergüenza de caminar, de hablar y de comportarse, como si el mundo entero le perteneciera.

—Ven, Mildred —, le dijo a la muchacha cuyos planes de salir corriendo de aquella habitación se habían arruinado.

—Mi nombre es Melissa, su majestad —, le corrigió con voz temblorosa. Temerosa.

—Claro, Mildred —, contestó como si no hubiera escuchado—. Me duele un poco la espalda.

Ella no respondió, sólo caminó hasta el joven príncipe y comenzó a sobarle con poca maestría y con tal inseguridad que Draco no estuvo seguro de si debía burlarse o soltar un bufido de fastidio. Finalmente decidió que aquello era una pérdida de tiempo y apartó a la chica con algo de brusquedad antes de ponerse de pie.