De algún modo me las arreglo para no bloquearme, mis músculos se accionan mucho antes de que mi mente pueda procesarlo y, con una rapidez asombrosa, tomo la mano que me sostenía la nuca y logro doblarla en una dirección contraria a lo normal.
No puedo respirar. Me imagino con el cuerpo acribillado de balazos en todo el cuerpo y no es hasta que mis ojos se enfocan de nuevo que con una energía renovada les regreso la mirada a quienes me rodean. Visten ropa negra con escasos tonos de grises oscuros, irregulares. Algunos tienen gorras y otros cubre bocas con imágenes trilladas impresas en ellas. Y todos, absolutamente y sin excepción, me apuntan con un arma de calibres distintos.
A quien le he doblado la mano hasta una postura dolorosa se las arregla para tomar mis brazos y someterme con agilidad y destreza. Es una chica; me lleva quizá diez centímetros y, a diferencia de mi cabello cobrizo y largo, su cabello es corto y negro como al noche.
No es necesario ser erudita para darme cuenta de que mi batalla aquí está terminada. Que me tienen atrapada y que, a diferencia de mis captores anteriores, éstos tienen la pinta de saber cómo usar las armas y la fuerza en su beneficio.
A pesar de que intento con todas mis fuerzas mantener la boca cerrada, hago acopio de todo el valor y la rabia para regresarles la misma mirada fría y penetrante que ellos me están dando a mí. No trago saliva al hablar.
-¿Ahora qué? ¿Se supone que es aquí cuando me asesinan? -escupo. Alguien toma mi cuchillo del suelo y se lo enfunda en el cinturón. Me encuentro deseando que tropiece y se lo entierre en la ingle.
Noto que uno de ellos, el que está hasta atrás del círculo, mira a su alrededor con nerviosismo. Se ha alterado más de la cuenta cuando abrí la boca.
-Si tienes tanto miedo de estar afuera, deberías quedarte escondido como las alimañas que son -sigo diciendo, presa del pánico y del enojo. Me enoja que desde la destrucción un grupo de personas armadas decidan que de pronto tienen el control. Me enoja también que tienen mi cuchillo que me casi me costó la vida conseguir.
No termino de hablar cuando me llevan a rastras en dirección a los edificios. Una voz gruesa, desde atrás, habla con una pizca de autoridad. Debe ser su líder.
-Esperen -grita. El área debe estar asegurada como la mierda, de no ser así no gritaría con tanta seguridad de que ningún desesperado los vendrá a atacar-, ¿qué dijiste sobre las alimañas? -se dirige a mí. Me encojo en hombros.
-No lo sé. Dímelo tú.
Cuando nota que no podrá sacar mucho de mí, o que soy demasiado infantil a su parecer, hace un ademán para que me lleven a mi perdición.
No arrastro los pies pero tampoco coopero al caminar. Me retengo un tanto, no lo suficiente para que me golpeen y tenga que hacerlo después por temor. Intento parecer fuerte pero sé que no lo consigo, sé que no igualo la fuerza de la chica que me lleva tomándome por el hombro izquierdo y mucho menos del chico que me lleva por el derecho.
Me muerdo el labio inferior, para nada en preocupación. Lo hago para no soltar una palabrota y alborotar a las personas que caminan a nuestras espaldas sosteniendo rifles y francotiradores. Lo hago también para no decir una niñería o terminar rogando por mi vida. No puedo faltar a la memoria de un padre militar mendigando porque no me metan una bala en la cabeza porque, eventualmente, lo harán. Yo lo sé. Ellos lo saben.
Hago una lista mental, preguntándome por qué toman a personas al azar y los arrastran a su cuartel o lo que sea.
Mis pertenencias.
Canivalismo. La alimentación que obtendrían de un cuerpo sano como el mío.
El resguardo de su área.
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LA PENURIA DE UN CONTINENTE
Science FictionDurante la catástrofe, a Inna Hagens sólo le interesa una cosa: Mantener a su familia con vida. Pero primero deberá reencontrarse con ella, atravesando obstáculos, secretos, sentimientos y creaturas que un día fueron seres humanos. Una pandemia mort...