Las Merodeadoras del Londres Muggle II

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Quince semanas después...

- Alice, no. - advertía la castaña clara desde una de las puertas de su casa.
- Y por qué no, si puede saberse? - la retó la pelinegra sonriendo de lado.
- Pues porque no tiene sentido, y vas a quemar la cocina.
- Ner, es que yo quiero hacer galletas. Y eso de que no tiene sentido vamos a dejarlo a parte.
- Ni siquiera te gusta el chocolate!
- Y quién ha dicho que van a ser de chocolate, eh? - Ner alzó una ceja y con un movimiento de cabeza señaló el libro "Cientos de recetas con chocolate" que había en la encimera.
- Bien, pues cuando vengan tus padres, en vez de presentarme con galletas, me presentaré con las manos vacías.
- Son mis padres, no el presidente de Rusia.
- Por eso. - exclamó Alice subiendo las escaleras hacia la terraza del segundo piso. Ner, rodó los ojos y siguió sus pasos, al llegar junto a la otra chica ésta se estaba encendiendo un cigarro.
- Cuántas veces te he dicho que no fumes en casa, Alice?
- Al parecer no las suficientes como para que deje de hacerlo. - contestó mientras soltaba una nube de humo.
- Te vas a morir un día de estos.
- No me voy a morir por fumar un par de cigarros al día.
- Lo que tú digas. - Ner se desplomó en el pequeño sofá que había detrás de ella y se obligó a sí misma a mantener la calma. Al rato Alice se giró hacia ella y apagó el cigarro de un pisotón - Eso lo recoges tú, guapa.
- Como usted ordene, generala. A qué hora vienen tus padres?
- No, no puedes abrir la botella que tienes detrás del escritorio, escondida entre la cama y un baúl. - contestó la castaña en respuesta.
- Ya veo que diga lo que diga o haga lo que haga, jamás me podré beber un par de copas a gusto en mi casa.
- Si te tomases un par solamente te dejaría.
- Ya, como si no te hubiese visto yo bo... - pero la chica de los ojos grises paró al darse cuenta de la mirada severa que le estaba dedicando la otra.
- Ese tema ni lo menciones, tenía dos años menos, y mis motivos, de los cuales no estás precisamente excluida.
- Sí, generala. - masculló la otra casi con aburrimiento. Oyeron el timbre y bajaron corriendo. Pero para su sorpresa, no eran los padres de Ner, sí no Sarah, Liz y su novio Luca. - No sabéis que alivio es que seáis vosotros.
- Venga ya, Ali, ni que los padres de Ner fuesen unos monstruos sin corazón como los tuyos. - dijo Liz entre risas.
- Son gente encantadora. - completó Sarah.
- Sí, pero yo no les caigo bien. Ey! Pelirrojo! Ayúdame a alcanzar estas copas de ahí, que no llego! - chilló la mayor de todos desde la cocina. Luca, fue directamente hacia allí lentamente, sabiendo que no tenía escapatoria. - Venga ya, ni que te fuese a arrancar el brazo de un mordisco. Soy humana. - una vez que los cinco estuvieron sentados en el sofá con una copa de algo que Ner consideraba "demasiado venenoso para el organismo" Sarah sacó un tema de conversación bastante interesante.
- Todavía me acuerdo de el día que conocimos a Ner. Debió pensarse que éramos una panda de locas sin ningún tipo de filtro.
- Oh, por Dios, jamás pensaría eso de vosotras, de hecho, sólo lo pensé de Alice. - todo el mundo rió ante ello, pero Alice masculló un "típico" entre dientes mientras rodaba los ojos.
- Estábamos en nuestro cuarto, en el internado, y de repente ella entra y lo primero que ve es a Alice con pelos de loca puesta encima de mí mientras nos pegábamos almohadazos y a Sarah riendo en el suelo. Un poco raro debió de parecer. - explicó Liz al ver que Luca miraba extrañado.
- Ese día nos tocó recoger y limpiar la cena de todo el internado, a las cuatro, y eso que Ner ni siquiera sabía nuestros nombres. - completó Alice.
- Y tus pelos de loca duraron casi una semana. - Dijo Ner.
- Era una semana en la que no paraba de llover, y me habían quitado las planchas del pelo por "ser un objeto peligroso que no debería de usarse en un colegio". Aunque a eso no se le podía llamar colegio, era más como una cárcel para gente chunga. - protestó la ojigris.
- La gente más chunga que había eran tus primos y su pandilla. La peor sin duda, la mujer del pequeño de tus primos. Aquella Lucy. Era horrible. - dijo Luca.
- Te recuerdo que en esa pandilla estaba tu mejor amiga, Hannah, esa que no se lavaba el pelo ni aunque la pagasen. - dijo Liz con cierto ápice de rencor.
- Ahora que me doy cuenta. Y Harriet? - preguntó Alice.
- Con mis padres. Mi hermano estaba de visita y querían que conociese a la niña. Creo que iba con su mujer y su hija, que debe de tener un año más que Harriet. - explicó Luca.
- Creo que si algún día tuviese hijos ni mis padres ni Mary querrían saber de su existencia. - comentó Alice distraidamente para después darle un gran trago a la copa de vino. Se hizo un extraño silencio, aquel tema era algo delicado, y Alice hablaba de él poco. La cuestión es que al rato volvió a sonar el timbre y Alice bebió dos copas de vino seguidas rápidamente, antes de que alguien pudiese impedirlo. Se levantó del sofá para ir a abrir y se tambaleó hasta caer, maldijo los tacones por lo bajo y se los quitó. Abrió la puerta y una pareja de mediana edad se hizo presente.
- Buenas tardes, Alice. Dónde está nuestra hija? - preguntó la madre de Ner sin hacer demasiado caso a la chica.
- En el salón, con unos amigos que han venido de forma improvisada. - contestó ella lentamente debido a que el alcohol la embriagaba los sentidos. Tras cerrar la puerta los tres se dirigieron al sofá y Alice se volvió a sentar, pero los padres de Ner repartieron besos a todo el mundo, menos a Alice. Cuando éran más jóvenes Alice y los padres de Ner solían llevarse de maravilla, pero todo cambió cuando se enteraron de que los padres de la muchacha eran dueños de la empresa que les hacía competición constantemente, por lo cual ahora no se querían ni ver. Alice, cansada de escuchar la voz estridente de la señora (la cual ya había criticado sus vaqueros y su camisa, por no mencionar los tacones tirados en el suelo) subió a la terraza en la que estaba antes y cerró la puerta. Levantó uno de los cojines del sofá y sacó un paquete de tabaco, odiaba como sabía, pero la relajaba, y eso era suficiente. Encendió un cigarro y le dio la primera calada, al poco rato oyó una voz detrás de ella.
- Borracha y fumando. No me extraña que Ner se enfade contigo. Tú sabes lo mal que huele todo eso, tía? - dijo Liz entre risas.
- Sí, si no por qué te crees que me regala varios botes de colonia todos mis cumpleaños? Por qué me gustan? No que va. - contestó la otra sin mucho interés - Ya que estamos con este tema, dile que no se le ocurra volver a regalarme esa de Dior, es horrible.
- Entendido, le diré a la generala que Dior, no.
- Gracias. Siempre supe que serías la mejor amiga del mundo. - declaró la otra dramáticamente.
- Ya, seguro que ahora no pensarás eso.
- Por? - Pero sin obtener respuesta por parte de su mejor amiga lo entendió, al entreabrirse la puerta se vio a Ner con cara de pocos amigos.
- Yo solo venia a calmar los humos. - declaró la castaña oscura.
- Me las pagarás, Elizabeth. - dijo Alice entrecerrando sus ojos grises haciendo que pareciesen una fina línea.
- Lo sé. Adelante generala. - Liz dejó paso a la que era la más alta y se marchó.
- Tanto te cuesta, en serio?
- Sí, Ner, me cuesta mucho.
- Ni lo has intentado.
- Eso crees? Que ni lo he intentado? Pues déjame decirte que nos vamos al oculista, porque estás más ciega que Liz.
- Hacer galletas no cuenta como intento.
- Sí que cuenta, pero si ese no te sirve entonces tengo más.
- Cuáles?
- Dios, todo lo demás. Los tacones, la camisa, incluso el vino, sabes que lo odio, prefiero mil veces más la ginebra o algo así. He recogido el salón, incluso he tapado la gran mancha de chocolate del suelo con una alfombra nueva, de ese maldito color blanco roto que tú dices. Pero ni siquiera te has dado cuenta, maldita sea!
- Sí que me he dado cuenta. - declaró la castaña con un tono bastante tranquilizador.
- Entonces?
- No me refiero a eso.
- Qué?
- Que me da exactamente igual lo que piensen  mis padres de ti. Porque te voy a seguir queriendo igualmente. Como si deciden dejar de hablarme. Me da igual.
- Entonces, por qué me regañas ahora? - sin ningún tipo de respuesta verbal, Ner señaló el cigarro a punto de terminarse que estaba entre los dedos de la otra chica.
- Pero si no te vas a morir tú porque yo fume. En todo caso me moriré yo.
- Ding, ding, ding, correcto.
- No te vas a librar tan fácilmente de mí, soy dura como la roca.
- Hasta que un día no lo seas y me dejes sola.
- Tendrás a Liz, y a Sarah, y a Harriet, y a Luca, incluso.
- Y? Acaso van a vivir ellos conmigo? Van a dejar esparcidas sus camisetas de Pinkfloyd y AC/DC por toda la casa? Me van a obligar a contemplar con desdén los pósters de Johnny Rotten y Mick Jagger, o peor, escuchar sus discos?
- Odias a Mick Jagger?
- Un poco.
- Más o menos que a Jhonny Rotten?
- Menos.
- Yo te odio a ti.
- No que va.
- Ya. Y no, ellos no te obligarían a hacer todo eso.
- Pues me gusta hacer todo eso.
- Pero, si...
- Me gusta porque me recuerda que estás aquí conmigo. Que si tengo una pesadilla me basta con cruzar el pasillo y entrar aquí, si me pongo enferma me gusta saber que con gritar "Alice" vas a estar conmigo en menos de dos segundos, y todas esas cosas que me encantan conllevan cosas que no me encantan, pero son parte de ti. Entiendes?
- Lo dejaré, lo prometo. Ni uno más.
- Gracias. - dijo abrazando a la otra chica.
- Y las galletas?
- En la encimera esperando a que las saques y digas que las has hecho tú.
- Te quiero.
- No me odiabas?
- No sabes estar callada y agradecer los cumplidos?
- Alguien me enseñó que eso es aburrido.
- Pues que alguien más genial.
- Lo es.

 

 

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