u n o

726 104 13
                                    

El cielo es gris, las nubes son aún más grises. Viajan a toda velocidad empujadas por  el helado viento, y dejan pasar los rayos de luz entre ellas para iluminar la árida tierra del suelo. Las grietas en el piso dejan saber que ese antiguo páramo no ha visto una gota de agua en años, y que las pocas hierbas que débilmente sobresalen, e inútilmente tratan de sobrevivir, morirán muy pronto en esas condiciones.

En la lejanía se ve un seco árbol, sin hojas, casi sin vida. Aún con lo deprimente de su apariencia, es el lugar favorito del chico. Cada día se sienta bajo la poca sombra que las delgadas ramas de ese árbol pueden ofrecer. Con su ropa oscura, cabello negro siempre alborotado y unos profundos ojos azul oscuro que miran a la nada, "soledad" sería la palabra que más describiría a Chrysos.

Chrysos alguna vez fue un hermoso ángel, símbolo del amor, de la protección y la unión eterna. Ahora no hacía más que pensar en su anterior hogar —el paraíso— como un lugar asqueroso que merecía la destrucción absoluta, y cómo ansiaba con toda su joven y retorcida alma sacarle uno por uno los órganos a su padre "Dios". 

Oh, pobre ángel caído. Quien alguna vez había estado lleno de amor, ahora sonreía rebosante de odio, y la razón por la que se había quedado aislado en aquellos páramos a los cuáles él gustaba de llamar Gehenna, en los que un hombre moriría pasadas las 24 horas atacado por una bestia que en su horror no sabría describir, es que se había enamorado de un hombre. De un humano.

Dios no perdona la osadía de Crhysos, y lo expulsa del paraíso, diciendo con una fría, pero penetrante voz:

"los ángeles no pueden creer en el amor. si crees te vuelves humano, y si quieres ser humano, será mejor que te retractes".

Lágrimas doradas resbalan por su rostro, le llora a su padre por una nueva oportunidad, diciéndole que sus sentimientos podrían cambiar... pero ni Dios cree en él, ni confía en él. 

"Padre, por favor... déjame quedarme. Seré un mejor hijo..."—gime llorando.

Pero no sirvió de nada. Crhysos fue expulsado de su hogar, y contaba con tanto dolor en su alma, que alas negras no tardaron en brotar de su espalda, a la par de enormes cuernos curvados a cada lado de su cabeza. Afilados dientes llenaron su boca. Una lengua larga como la de una serpiente creció dentro de ella. Garras monstruosas reemplazaron sus uñas, y un horroroso rugido lleno de rabia desde las puertas del infierno se dejó escuchar, y fue tan fuerte que los hermanos de Crhysos, y Dios, lo oyeron. 

Pero jamás lo perdonaron.

El mismísimo ángel del amor no tenía permitido amar a nadie. Triste, ¿no es verdad?

El odio que sentía por Dios, por el amor, y por los humanos era lo que mantenía vivo a Crhysos, y estaba seguro de que ese sentimiento abrazador jamás se esfumaría. Él no conocía otra manera de vivir que no fuera repudiando todo a su alrededor, desde el día en que se enamoró por primera vez.

Lo odia. Lo odia demasiado. Clava sus largas  uñas negras en la frágil tierra, ensuciándose las manos cada vez más. Cada latido de su corazón le provoca náuseas. Sus labios agrietados por la sed de sangre se mueven un poco, pero no dice nada. En silencio, el demonio planea su próximo movimiento.

En ese lugar no existía el tiempo. Sólo el doloroso "ahora" el horrible "presente" que tenía que sufrir y soportar.

El viento sopla y lo despeina un poco más, sacudiendo su largo saco negro y empolvando el resto de su ropa. Él no se mueve, no parece querer que el "tiempo" se lo trague también. No sin haber cumplido su objetivo.

corvus ; j.jgk + p.jmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora