c i n c o

330 54 6
                                    

Los días luego del encuentro de Adamantus con los demonios seguían transcurriendo como si nada. Evanío sentía culpa por lo sucedido, por haber roto tan fácilmente su juramento y haberse acobardado hasta el punto en que Chrysos fue quien tuvo que acudir al rescate del muchacho.

Desde ése día, ni Chrysos ni Adamantus volvieron a ver a Evanío, pero seguían yendo al bosque para pasar tiempo juntos y de esa manera tratar de olvidar lo ocurrido. En esa oportunidad, ambos estaban escabulléndose desde el pueblo hasta un lago cercano al bosque del ángel Evanío. No les gustaba la idea de tener que esquivar a la gente para que no les contaran a sus padres dónde y con quién estaban, pero si querían verse aunque fuera una vez al día, debían de correr el riesgo.

Se agachaban, corrían, tomaban atajos. Incluso usaban ropa que cubriera todo rasgo con el que pudieran reconocerlos, o a sus cuerpos. Todo eso para no ser vistos saliendo juntos.

De ese modo podían acordar una hora y encontrarse en algún lugar.

Chrysos ya había llegado al lago, y esperaba por Adamantus sentado en una roca dentro del agua cristalina. Sus pies estaban sumergidos y era refrescante en un día más caluroso que otros. El sol brillaba con intensidad, y creyó haber visto simplemente un rayo de sol al vislumbrar la pequeña figura de Adamantus acercándose a toda velocidad por la cuesta de la colina.

Sonrió y se puso de pie abriendo sus brazos, y finalmente pudieron abrazarse sin sentir miedo ni incomodidad. De un empujón Adamantus había pegado su cuerpo al de Chrysos, y eso hizo a ambos caer al agua. Gritaron y se rieron al mismo tiempo tratando de dejar al otro bajo el agua en una pequeña lucha que ninguno quería ganar realmente. Se lanzaban agua y sonreían aunque ahora tuvieran un poco de frío, y es que la calidez que ambos se proporcionaban al abrazarse cada vez les hacía olvidarse del resto del mundo. En esos momentos, ellos eran los únicos ángeles de todo el paraíso.

Tras la lucha con agua, salieron del lago. Y aunque estaban empapados hasta que su ropa se volviese trasparente, trataban de no quedarse viendo el uno al otro. Se podría decir que Chrysos tenía más autocontrol que Adamantus, porque ni bien el menor tomó asiento en la grama del suelo para descansar, se sentó sobre sus piernas y no tardó en llenar de besos sus mejillas y labios.

Con mucho gusto Chrysos correspondía y sonreía ante cada uno. Los regalos sorpresa por parte del mayor siempre lograban hacerle sentir mejor. Fuera de su relación con Adamantus, él nunca había sentido algo tan mágico con alguien jamás. Su vida era corta. Tenía recién 18 años. Pero aún así podría decir que quien se sentaba cómodamente sobre sus piernas y le llenaba de amor cada vez que las miradas hirientes de la gente no estaban sobre ellos se había convertido en el primer y único amor de su vida.

Quería experimentar muchas cosas junto a él. Después de todo él era el defensor del amor, y portador del corazón más sincero de todos los ángeles.

La sinceridad sin duda era algo que Chrysos apreciaba e incluso llegaba a demandar a veces, por eso no tenía idea de que Adamantus tenía veneno corriendo por sus venas, y ni siquiera el ángel envenenado sabía cuándo podría comenzar a surtir efecto y provocar que lo lastimara.

El temor de Adamantus de que Chrysos se enfadara con él y lo dejara solo era más grande que el dolor de sentir su interior quemándose a cada segundo. Sus rostros estaban demasiado cerca al momento de compartir cada beso, y por eso el mayor sentía miedo de que sus ojos húmedos con lágrimas contenidas fueran demasiado evidentes. El otro lo ignoraba todo, porque confiaba demasiado en él, así que no lo notó... aunque pronto lo haría.

En el medio del pueblo había un gran y antiguo reloj mecánico, el cuál sonaba estridentemente cuando era la hora de desayunar, almorzar o cenar de los ángeles junto a Dios. En este caso, era la hora del almuerzo, y sería no hacer justicia a lo mucho que ambos disfrutaban los momentos a solas decir que no se distrajeron hasta el punto en que casi no oyeron la gran campana sonar una y otra vez.

corvus ; j.jgk + p.jmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora