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Como ya era costumbre, Chrysos y Adamantus se la pasaban juntos. Ésta vez fueron a jugar al gran bosque donde el ángel Evanío les había dado permiso de entrar. Evanío no estaba de acuerdo con Dios, ni con los ángeles que juzgaban la relación entre ellos dos, así que su bosque era el escondite perfecto para ambos.

Les dijo que podían jugar donde quisieran a lo que quisieran, pero que nunca jamás se acercaran al Árbol de la Vida. Ni aunque fuera la última fuente de alimento del mundo, pues sus frutos que parecían a simple vista manzanas eran en realidad "veneno para ángeles".

Tanto Chrysos como Adamantus entendieron a la primera el mensaje de Evanío, y no estaban ni siquiera cerca del perímetro de ese árbol mientras jugaban escondidas, carreras o a luchar con espadas de rama.

Los pasos de ambos hacían crujir las hojas secas en el piso. De vez en cuándo se detenían a alimentar o acariciar algún pequeño animal del bosque. Se hacían bromas y charlaban sobre cualquier cosa. Eran una pareja tan común como las otras. Simplemente disfrutaban de la compañía del otro, se tomaban de las manos y ese momento era el más preciado para ambos sin lugar a dudas.

Luego de caminar por un par de horas, decidieron descansar bajo la sombra de un nogal. Chrysos traía una resortera consigo y le gustaba practicar su puntería derribando las nueces del árbol con pequeñas rocas. Lo había aprendido de Evanío, pero le dijo que aún era muy joven como para usar un arco y flechas tal y como él hacía.

Desde ese entonces Chrysos se propuso mejorar su puntería para un día ser como su hermano mayor, y claro que Adamantus disfrutaba verlo. Todo lo que él hacía, para Adamantus era como pequeñas obras de arte que merecían ser apreciadas con todo el corazón.

Adamantus simbolizaba el arte, la gracia y belleza. Es por eso que se lo consideraba el más sensible sentimentalmente de todos los ángeles en el paraíso, y tenía muchos enemigos en Gehenna, quienes no soportaban la existencia de un ángel que se asemejara tanto a la figura femenina. Ellos mismos se habían encargado de exterminarla hacía ya muchísimos años.

Por eso Adamantus no les provocaba más que un asco inmenso a los demonios del otro lado en el infierno.

Adamantus no estaba enterado de ésto, pero sí Evanío y Chrysos. Ambos eran los responsables de que a él no le llegaran las malas noticias como esa, porque sabían lo mal que se podía poner si escuchaba algo como eso dirigido a él. Era muy probable que sintiera culpa, aunque no tenía porqué , y trataría de cambiar su forma de ser a causa de ello. Él no lo necesitaba y era todavía más obvio que no dejarían que le diera el gusto a criaturas tan repugnantes como las que habitaban en Gehenna.

Por eso mantuvieron el silencio.

Los dos chicos disfrutaban de la tranquilidad bajo el nogal. Chrysos derribaba nueces, y Adamantus lo miraba con una boba sonrisa, igual a la de de alguien que está perdidamente enamorado. Podría jurar que sus ojos centelleaban un poco, pero con lo pequeños que eran, el brillo en ellos era aún más pequeño.

Aún así, aunque su amor era innegable y no pudiera ocultarse, tanto Chrysos como Adamamtus no tenían permitido amarse. Al menos no en público y usando la palabra "amor", así que la cambiaban por "fraternidad". Si alguien se enteraba y no era Evanío, serían castigados y en el peor de los casos desterrados del paraíso.

La pequeña mano de Adamantus se acercaba cuidadosamente a la de Chrysos cuando este bajó al fin su pequeña arma y se detuvo a descansar. La sorpresa y vergüenza del menor fue mucha al sentir esa calidez sobre su palma, que no dudó en recibir y presionar con sutileza. Luego de unos segundos sus dedos se enlazaron con un movimiento inconsciente, y el sonido del ambiente como los pájaros, la brisa, y el correr de un arroyo cercano consiguieron dormir al mayor de los dos en un sueño que no se había podido dar el gusto de tener en días.

Tras unos minutos sin oír su voz, Chrysos se dio cuenta de que Adamantus estaba dormido, pero no lo despertó. Lo dejó así, y sin aguantar la tentación empezó a besar sus labios con mucha suavidad, cuidando que no despertara. Si lo hacía, ya tenía imaginado lo rojo que estaría su rostro, tan rojos como los frutos en el Árbol de la Vida.

Entre las doradas hojas de un gran árbol que relucía por su juventud y grandeza estaba oculto el ángel Evanío: símbolo de la esperanza y fuerza de voluntad. En realidad estuvo observando todo desde un principio, pero siempre debía cuidar del bosque y de los dos enamorados. Juró por su vida que siempre estaría ahí para ellos, incluso si debía oponerse a las reglas, a lo "sagrado" o a las fuerzas de Dios.

No podía ocultar la felicidad en su corazón al verlos juntos. Después de todo lo que habían tenido que pasar por cada lado, aún tenían la determinación de permanecer unidos, y eso para Evanío era digno de admirar. Su cabello anaranjado se mecía con el viento, y sus ojos púrpura oscuro no se movían de donde ellos estaban. Si Adamantus estuviera despierto, ya le habría pedido que esculpiera una escena así para que pudiera decorar su bosque con esa escultura.

Bajó de la copa del árbol y caminó hacia ellos siendo notado por Chrysos al instante. El castaño solía estar muy en guardia cuando se encontraba solo con Adamantus, pues temía que algún demonio se las arreglara para entrar al paraíso y hacerle daño a su amado. Como no era el caso, sólo sonrió y Evanío lo hizo también. Se sentó junto a Chrysos y entonces lo miró directamente, cambiando su expresión en segundos a un semblante más serio y poniendo un poco nervioso al muchacho.

-¿Ya oíste lo que dicen en el pueblo?-Preguntó Evanío con cuidado de no hablar muy fuerte y despertar a Adamantus.

-¿Qué es lo que dicen?-Respondió Chrysos con otra pegunta. La expresión preocupada de Evanío después de eso no le decía nada bueno.

-Últimamente hablan mucho sobre Sídero, el demonio... parece ser que uno de sus súbditos se ha colado al paraíso.

En lo que Evanío hablaba, Adamantus se movió un poco mientras dormía para acomodarse y abrazar cual oso de peluche el brazo de Chrysos. Eso asustó un poco a los dos, haciéndolos quedarse en silencio por un par de segundos, pero después notaron que fue sólo una falsa alarma.

-¿Un súbdito? ¿Quién podrá ser? No los conocemos, ni a sus rostros...-Chrysos sonaba preocupado, y para sacarlo de ese pequeño trance, Evanío habló.

-Lo sé, pero... debe ser alguien de quien nadie sospecharía. Debemos estar atentos, después de todo somos los únicos quienes podemos proteger a Adamantus.-El castaño asintió. -Pero de todos modos debemos vigilarlo. ¿No puedes quedarte en la noche con él?-Esta vez negó.-¿Por qué no?

-Su padre me mataría si me ve ahí, y tú sabes lo que pasó la última vez.-Poco a poco levantó su camisa blanca y le enseñó a Evanío la marca de un latigazo que el mismo padre de Adamantus le había propinado por atraparlo durmiendo junto a él en su habitación. Evanío hizo una mueca de dolor mientras Chrysos lo cubría de nuevo, y entonces ambos se quedaron pensando de qué manera podrían protegerlo.

-¿Y qué si se queda conmigo en el bosque? Estará seguro.-Sugirió Evanío con una sonrisa. Chrysos casi no tuvo que pensar para decirle que sí, y darle una mirada rápida a Adamantus, que seguía profundamente dormido.

El sol empezaba a ponerse, y con un par de miradas que ambos intercambiaron, ya tenían listo su plan. Evanío se levantó y alzó en sus brazos a Adamantus; éste no hizo más que acurrucarse contra él y continuar durmiendo, y antes de irse Chrysos le dejó un pequeño beso sobre el cabello.

-Cuídalo bien, por favor. -Chrysos confiaba lo suficiente en Evanío como para cederle al amor de su vida, y por lo mismo las alas blancas que se desplegaron detrás de su espalda tenían un suave brillo de tranquilidad en ellas.

Entonces se fue volando, y los dejó sin darse cuenta de que el súbdito del que habían estado hablando se había camuflado entre los árboles muy cerca de ellos, y estaba observando cada movimiento.

corvus ; j.jgk + p.jmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora