Underdog

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Me levanté con dolor de cabeza, y juré mientras me lavaba la cara que nunca volvería a ir a una fiesta un domingo. Me preparé la mochila y caí en la cuenta de que hoy era el examen de economía, y que yo no había estudiado nada. Mierda, mierda, mierda.

Bajé a desayunar y a diferencia de otros días hoy no estaba mi padre así que desayuné rápido y salí camino al instituto. Pasé todas las clases repasando economía hasta la hora del almuerzo, salí al patio y me senté en césped. Al rato Hayley vinó.

- Heyyyyy. - Me dijo mientras me daba un fuerte abrazo, tanto que me tiró al suelo.

Al incorporarme me fije en que Lydia nos estaba mirando a lo lejos. 

- ¿Por qué nos mira? - Le pregunté a Hayley señalando a Lydia. Lydia apartó la mirada cuando nos vio.

- Me ha hablado de ti esta mañana. 

- ¿Qué? ¿Qué te ha dicho? - Pregunté impaciente por saber la respuesta.

- Me ha dicho que se portó un poco mal contigo en la fiesta.

Reí y seguí estudiando economía con Hayley a mi lado. Sonó el timbre, y me dirigí a clase de economía, estaba de los nervios. Me senté al fondo y esperé que entraran todos. Estaba nervioso, me preocupan mucho los exámenes. Lydia se sentó delante mía y se giró.

- Suerte. - Me sonrío.

- Suerte. - Respondí.

Nos dieron el examen y apenas podía pensar en nada. Solo podía pensar en lo bonita que es Lydia y en esa sonrisa tan adorable. Paso el tiempo y yo ya tenía asumido que de un 5 no pasaba.

- Venga chicos, entregad ya.

Todos entregamos y volvimos a nuestros sitios, ya que la siguiente clase la teníamos aquí. El profesor se retrasaba mucho así que la mitad de la clase empezó a hacer jaleo, yo me límite a esconder mi cabeza entre mis brazos.

- ¿Te ha salido bien? - Me preguntó Lydia.

- La verdad es que no. - Dije con decepción a la vez que intentaba sonreír.

De repente se quedó pálida y con la mirada fija.

- ¿Estás bien? - Pregunté preocupado.

Se dio la vuelta sin decir palabra y me fijé donde había estado mirando antes. La muñeca sobresalía de la camisa, así que vio mis cortes. Parece ser que no puede haber un día en el que no la cague. Recogí y me dirigí a la puerta. Al salir me choqué con el profesor y tiré sus cosas al suelo, las recogí y al levantarme mi mirada se encontró con la de Lydia. Me disculpé al profesor y salí de clase. Me fui a casa y me tiré en la cama, ya que hoy no trabajaba. Me dormí.

Me sonó el teléfono, eran las 20:00.

- ¿Quedamos donde siempre? - Me preguntó Hayley.

- ¿Ahora?

-  Sí, ya estoy aquí.

- Voy.

Me arreglé y me dirigí al parque donde Hayley y yo nos encontramos casi siempre. Mi sorpresa fue que al llegar no estaba Hayley, sino Lydia.

- ¿Y Hayley? - Preguntó intrigado.

- No está. Hablé con ella y me dijo que conseguiría una forma de que habláramos.

Asentí y me senté al lado suya en el banco. Hubo un minuto de silencio hasta que lo rompí.

- No le digas a nadie lo que has visto en clase de economía. - Dije sin mirarla.

- No lo haré. ¿Por qué lo hiciste?

- No preguntes algo cuando no quieres la respuesta. - La miré.

- ¿Por qué dices eso? - Me preguntó extrañada.

- Tal vez porque hace una semana ni sabías quién era. Tal vez porque te ayudé en una clase y lo único que hiciste fue gritarme por haberte ayudado. Tal vez porque en la fiesta me dijiste que nunca me ibas a hablar. No finjas que te preocupa que me corte o no. - Respondí.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos.

- Lo siento. - Dijo triste.

- ¿Lo sientes, Lydia? ¿Sientes que tu novio me haya dado una paliza? ¿Sientes todos los insultos que me llevo por parte del imbécil de tu novio. 

- No insultes a mi novio. - Dijo ahora enfadada.

- No vaya a ser que me pegue de nuevo y tú te quedes parada. - Respondí de mala manera.

- No sé para qué intento hablar contigo. Vete a casa antes de que tu madre llame a la policía porque no llegas a la hora de cenar. - Me dijo burlándose de mí.

La miré furioso. Nadie, nadie nombra a mi madre, y menos burlándose. Me levanté los ojos rojos apunto de llorar de la rabia. Me fui.

- No te vayas así, Nathan. Saluda a tu madre de mi parte. - Dijo gritando.

Por suerte estaba ya demasiado lejos de mí como para ir a reprocharle que mi madre se había suicidado. Que no tenía ninguna madre que me esperara para cenar.

Llegué a casa y me tumbé en la cama deseando que esta me tragara.

 

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