3. Mala conexión El amor-fantasía es mucho mejor que el amor-realidad.-Andy Wa

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La idea que se tiene de alguien a menudo puede resultar mucho más atractiva que la realidad de

esa persona.

Por eso funcionan las relaciones a larga distancia. Tu romance idealizado permanece idealizado indemne al mal aliento, a los malos hábitos a los progenitores embarazosos. Tu supuesta alma gemela no deja de ser nunca la persona que querías y que anhelabas. Sólo hay una gran pega, y es que tu alma gemela nunca está contigo. Los problemas empiezan cuando al otro lado de esa relación a distancia están tus propios sentimientos.

En Hawthorne High, la mejor amiga viva de Charlotte, Scarlet, apenas podía mantener los ojos abiertos en la clase de historia de última hora. Después de pasarse un rato manoseando sus gafas vintage, se puso a arrancar hilitos sueltos de su camiseta casera de Lick the Star¹, mientras la banda del instituto ensayaba una horrorosa versión del Do You Love Me? De Nick Cave. Se entretuvo puntuándolos por su desesperado intento de hacer que el trombón sonara como la letra, pero al cabo de un rato notó que no hacía más que darle dolor de cabeza.

El señor Coppola, su acicalado, soltero y cuarentón profesor, que todavía vivía con su madre viuda, rememoraba por enésima vez la experiencia más interesante de su vida: su aparición de adolescente en el concurso Let's Make a Deal.

-Muy bien. Puesto que todos habéis bordado el examen sorpresa de ayer, vamos a relajarnos y a disfrutar del éxito, ¿os parece? –dijo el señor Coppola.

Hizo un ademán para que abrieran la puerta, igual que si fuese a revelar el escaparate del premio final de la subasta de Un, dos, tres, o algo por el estilo. Los alumnos soltaron un gemido a coro. Todos sabían lo que venía a continuación.

-¿Qué hay detrás de la puerta número uno? –exclamó mientras Sam Wolfe, casi al mismo tiempo, franqueaba a la entrada empujando un desvencijado carrito metálico con un televisor viejo y polvoriento encima. Fue como si lo hubiesen ensayado, y Scarlet conocía lo suficiente al señor Coppola como para saber que su posición no iba ni mucho menos desencaminada. Aun así, se alegró de ver a Sam.

-¿Es que tenemos que ver a Howie Mandel otra vez? –vociferó un chico desde el fondo de la clase.

El señor Coppola giró sobre los talones con la precisión de un patinador profesional y en un visto y no visto se plantó delante del chico.

-¿Howie Mandel? –bramó con incredulidad -. ¡Es Monty Hall!² No hay ni punto de comparación. Monty Hall es una leyenda, se lleva la palma en lo que a concursos con subasta de premios se refiere.

Para entonces la cara del señor Coppola estaba roja como una manzana, tenía los ojos desorbitados y había empezado a cecear ligeramente. El comentario le había herido en lo más hondo, sí señor, y ver quién conseguía hacerle hervir la sangre se había convertido en el deporte favorito de sus alumnos desde que llegó a Hawthorne. La forma más directa de hacerlo era con un ataque a la figura de Monty Hall.

-Y ahora, silencio todos, y tratad de aprender algo –ordenó, a la vez que le hacía una señal a Sam para que pusiera el reproductor en marcha.

La vieja y requetevista cinta de vídeo empezó a correr, y el señor Coppola clavó los ojos en la pantalla, aguardando a verse a sí mismo. Sentados en la oscuridad, los alumnos observaban la pantalla, esperando a que el señor Coppola exclamará: "¡Ése soy yo!". Y tal y como estaba previsto, a los siete minutos exactos de grabación, un joven señor Coppola con bigote –ataviado con una camiseta de Xanadú, unos pantalones cortos de deporte muy apretados, calcetines hasta las rodillas y zapatillas Adidas –apareció, durante exactamente dos segundos, justo detrás de Monty Hall, quien, como siempre, trataba de llegar a un trato con un patán incapaz de decidirse entre un Cadillac y un burro.

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