2.-Clavando la aguja Un amigo de verdad te apuñala de frente. -Oscar Wilde

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¿Cómo puede uno saber quiénes son sus amigos?

Un amigo de verdad siempre está allí, sin otra prioridad que la amistad

misma. Contamos con nuestros amigos para que nos animen en los

momentos bajos, para que nos pongan los pies en la tierra en los

momentos de euforia, y lo que es más importante, para que estén ahí

siempre que necesitemos algo, lo que sea. Charlotte ya no estaba muy

segura de quiénes eran sus amigos, pero sí de que los necesitaba.



Un día más y la misma rutina. Charlotte se paso la tarde mirando por la ventana y se fue a la cama después de otro día tan aburrido como los demás. Trató de no hacer ruido para no despertar a Maddy, pues pensó que había caído derrotada tras un día, otro más, de intenso trabajo en la oficina. Pero pasados unos minutos de absoluto silencio, Maddy habló: -Puede que no sea asunto mío, Charlotte, pero... no, mejor olvídalo. -No, Maddy, sigue, por favor. Somos amigas. Pregunta lo que quieras. -¿No te parece que a veces algunas de las chicas de la oficina, Prue y Pam en particular, no te valoran como deberían? -¿A qué te refieres? La curiosidad en la voz de Charlotte apuntaba a que Maddy probablemente había tocado su vena sensible. Charlotte estaba acostumbrada a que le hablaran con condescendencia y había aprendido a ignorar ese tono hasta tal punto que ya ni lo notaba. -No sé, es que me parece que te deben mucho, nada más -continuó Maddy-. Pero nadie lo diría por cómo te tratan. Puede que sólo sea cosa mía... -Son mis amigas -contestó Charlotte a la defensiva, sacando pecho por ellas-. Hemos pasado por mucho juntas. -¿Amigas íntimas? -preguntó Maddy, cuya voz sonó ahora algo rasposa-. ¿En serio? Pues no se nota. Transcrito por Los Ángeles de Charlie 12 Charlotte permaneció en silencio. -Me voy a dormir. Buenas noches, Charlotte. Charlotte no la oyó, en realidad. Estaba demasiado ocupada tratando de dominar los sentimientos de inseguridad que Maddy acababa de desatar. Mientras Maddy descansaba, Charlotte bajó flotando de la cama superior de la litera y fue a sentarse en una de las incómodas sillas colocadas junto al ventanal. Abajo podía ver las viviendas adosadas y la valla, pero más allá de ésta todo se divisaba en un pronunciado ángulo descendente, que bajaba desde el campus, como si vivieran en lo alto de un campanario. Le habría ido bien poder respirar algo de aire fresco, pero no había ser, por sobrenatural que fuera, capaz de abrir aquellas ventanas. Empezó a cuestionarse, cebándose en sus defectos, magnificándolos, como espinillas en un despiadado espejo cosmético. Pero ¿no se suponía que eso ya estaba superado? ¿Que la perdedora rarita se había transformado, no se sabe cómo, en el espíritu sabio y maravilloso que ahora era? En ese momento no es que se sintiera demasiado... evolucionada. Se volvió para mirar a Maddy y la enervó su expresión, con los ojos abiertos como platos. -¿Te importaría cerrar los ojos? No estoy para "miradas vacías" que digamos. -Como deseéis -dijo Maddy con voz somnolienta mientras se llevaba los dedos a los ojos y se los cerraba manualmente. Estaba claro que Maddy era diferente a las demás chicas, pero al menos estaba allí. Para Charlotte, significaba mucho. Todos los demás estarían demasiado ocupados trabajando o reuniéndose con sus seres queridos o lo que fuese. Cerró los ojos y se durmió. ••••• El sol matutino había irrumpido en la penumbra por primera vez desde que estaba allí, y Charlotte lo interpretó como una buena señal. -Venga, Maddy -gritó desde el otro extremo del pasillo con cierta frustración-. Vamos a llegar tarde. Llevaba ni se sabe cuánto tiempo plantada delante del ascensor con el dedo pegado al botón, y podía imaginar perfectamente las selectas palabras que los vecinos de las plantas superiores e inferiores le estarían dedicando en ese instante. Es más, no había necesidad alguna de imaginarlas pues las ingratas frases ya habían empezado a elevarse por el hueco del ascensor y a penetrar en sus oídos. -Vaya manera de hacerse amigos -vociferó. Se puso a pensar en la ristra de rituales matutinos que recordaba de su vida. Por ansiosa que estuviera de salir de casa, fuera cual fuese en la que hubiese sido alojada ese año, recordó que levantarse siempre le costaba horrores. En eso sí que tenía la muerte una ventaja, y es que todos los inconvenientes que acarreaba toda buena higiene podían dejarse de lado para siempre. Nunca más tendría que frotarse el sueño de los ojos, lavarse la cara, cepillarse los Transcrito por Los Ángeles de Charlie 13 dientes, pesarse en una báscula que siempre marcaba dos kilos de menos -o eso quería pensar-. Adiós a la agonía de decidir qué ponerse o cómo peinarse. Adiós al temor al espejo del baño o al de cuerpo entero, ya puestos; se acabó la obsesión de cubrir a toda costa la espinilla del día con maquillaje corrector, que de todas formas sólo conseguía llamar más la atención, y tener luego que acordarse de tapársela con la mano mientras hablaba de cerca con alguien. Cutis limpio, cielo abierto. A decir verdad, pensó Charlotte llevándose al rostro la mano que le quedaba libre y frotándose su siempre suave y pálida tez, la muerte era una crema limpiadora fabulosa. Era una pena que no se pudiese embotellar. Charlotte asomó la cabeza por fuera del ascensor y empezaba a gritar de nuevo cuando vio a Maddy emerger alegremente por la puerta del apartamento. -Qué alegría, cuánto tiempo sin verte -dijo una sarcástica Charlotte, retirando el dedo del botón a la vez que Maddy pasaba al interior. -¿A qué tanta prisa? ¿Qué crees que van a hacer, despedirnos? -No es eso. -Entonces ¿qué? -preguntó Maddy, con un tono helado que Charlotte no le conocía-. Ni que tu teléfono estuviera sonando sin parar. El comentario no le sentó nada bien a Charlotte. Ya era de por sí irritante no recibir llamadas, pero hasta entonces todos los becarios habían tenido al menos la decencia de no decírselo a la cara. Conforme entraban en la plataforma, el aire se llenó de sonidos de descontento. -¡Usher! -vociferó el señor Markov-. ¡Llegas tarde! -Despedida -dijo Maddy con una risita, se escondió detrás de Charlotte y se dirigió a hurtadillas hasta su mesa, a resguardo de la mirada del jefe de la oficina. Charlotte se dio la vuelta en busca de apoyo, pero Maddy hacía rato que se había esfumado. Pam, Prue y todos los demás despegaron momentáneamente la oreja de sus respectivas llamadas y se volvieron a mirarla, meneando la cabeza. Charlotte avanzó a paso lento hasta la oficina de Markov y se preparó para la bronca pública que sabía se le venía encima. -Bueno, ya es tarde para todos, ¿no? -bromeó, en un intento de aplacar la tormenta. -Esto se está convirtiendo en costumbre -la reprendió Markov, ni mucho menos divertido-. Y se tiene que acabar ya. -Es que estábamos, esto... -Hay personas que cuentan contigo, Usher -interrumpió Markov a voz en grito-. Y las estás dejando tiradas. Charlotte no tenía demasiado claro a quiénes podía estar ella dejando tirados, si a sus compañeros de trabajo o a los que la llamaban por teléfono, sobre todo teniendo en cuenta que no parecía que ni unos ni otros estuviesen prestándole demasiada atención. Markov sí que lo hacía, en cambio, y hablaba con la gravedad de un ataque al corazón. A juzgar por su expresión, se diría que estaba a punto de sufrir uno. Lo mejor, decidió, sería dejarlo estar y no hacer demasiadas preguntas. -Sí, señor -contestó en un tono cortante, casi militar. Sólo le faltó el saludo. Markov la miró de hito en hito, y decidió que era sincera. -Que no se repita -dijo con severidad. Charlotte se apartó cabizbaja y retrocedió por el pasillo, chocando sin querer contra la mesa de Pam en el instante mismo en que ésta colgaba el teléfono. 
-¿Qué pasa contigo? -preguntó Pam, sorprendida ante el inusitado pasotismo de
Charlotte-. Me parece que se te está pegando lo peorcito de la nueva. -Se llama Matilda Miner -dijo Charlotte malhumorada-. Y al menos ella está lo bastante cerca como para pegarme algo. -¿A qué te refieres con eso de "lo bastante cerca"? Yo soy la mejor amiga que tienes aquí. -¿Qué hiciste anoche? -preguntó Charlotte como quien no quiere la cosa, aparentemente. -Ah, pues nada del otro mundo -Pam hizo una pausa, como pensándoselo-. El señor Paroda vino a darme la clase de flautín y Prue, Abigail y Rita también se pasaron. Al final acabamos dando un pequeño recital. -Suena divertido -dijo Charlotte desdeñosamente-. Qué pena habérmelo perdido. -Venga, Charlotte. No te lo tomes así. Ya sé que estás frustrada con eso de no recibir llamadas ni haberte reencontrado con nadie, pero no es culpa nuestra. -¿Sabes lo que hice yo anoche? Tumbarme en la litera a mirar el techo. Charlotte giró la cabeza y lanzó una mirada asesina a los becarios, que, con disimulo, no perdían ripio de su agarrada con Pam. Al hacerlo, uno a uno bajaron los ojos e hicieron ver que trabajaban. Todos excepto Maddy. -Como si te importara algo -se quejó Charlotte a Pam mientras se dirigía hacia su mesa-. Ni a ti ni al resto de vosotros.

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