Paso 8

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Nunca olvides.

Es importante, porque cuando alguien olvida aunque sea un recuerdo tonto como el día que el profesor de natación se compró dos tazas de café, o el momento en que el anciano de la esquina te saludó se crean borrones en nuestra vida. Al olvidar pequeños detalles, se crean desconexiones en nuestra mente, se desatan recuerdos y nunca vuelven a aparecer a menos que la situación se repita.

Nunca olvidaré cuando me miró, y me sonrió. Iba por el centro comercial, buscando los productos de pesca de mi padre. El fin de semana se iría a pescar a la casa de mis abuelos.

Me reflejaba en las vidrieras y desaparecía, me esfumaba.

Me detuve en seco cuando escuché su risa. Ahí estaba. En uno de los comercios de ropa de marca.
Ni me notaba entre las otras personas, pero yo la veía resaltar como si un aura llena de brillo la distinguiera y se moviena en forma rítmica, diferente al resto. Escogió un conjunto y se metió en el probador.

La morena que la acompañaba se había vuelto inseparble desde que había llegado a la ciudad.

Fingí que miraba unas prendas en los maniquíes, cuando en realidad la miraba como podía a través de las personas de plástico.

Todos éramos personas de plástico, esperando que llegue alguien nos de un toque mágico y todo cambie. Pero yo no. Yo era de plástico pero no esperaba nada de nadie. Me sentía como cuando una ola grande azota un barco, el barco queda un poco destruido pero sale a flote. Ahora solo me dedicaría a flotar, a dejarme en oleaje de la incertidumbre mientras otros barcos me rebasan o me empujan contra las piedras de la perdición.

Salió del probador y sonrió luciendo un vestido floreado, aunque para mí lucia su sonrisa. Di una vuelta y el vestido se elevó un poco.

Que imagen más linda.

Miré mi reflejo en el cristal y me asusté. Que frío parecía, que cansado y demacrado. Mi aspecto era sombrío, mi piel muy blanca, mis ojos sin color. Vestía negro, lo que me resaltaba la inmundicia que era. Porque lo había escuchado tantas veces que me lo empezaba a creer.
Miré mis manos huesudas deseando que cambiaran.
Hasta mi propio reflejo me repudiaba.

Volví a enfocarme en Viens, que sonreía mirándose en el espejo, conforme consigo misma.

Pero alguien más estaba ahí, un chico, mejor que yo. Alto y fornido, de esos que se les nota al usar una remera cualquiera. Se puso de pie riendo y abrazó a Viens. La morena les tomó una fotografía.

Mi corazón se estrujó, como si le hubiesen pasado con un camión por encima. Últimamente sentía ese músculo como un tipo de esponja, que aplastaban y deformaban al antojo y volvía a su forma; solo que más cansado y un poco roto.
Si mi corazón perdía forma con cada cosa que me pasaba, ahora estaba hecho una pelota deforme llena de sangre y cortes por todas partes.

Viens y el chico se besaban.

Todo se desplomó cual cristal, cuando arrojas un cristal al piso, no se rompe, estalla.

Algo horrible se me formó en mi garganta, como un palo atravesado del tamaño de un puño. Y todo se pausó, tal vez porque me imaginaba en el lugar del chico; besándola. O tal vez porque ellos no paraban. Sus bocas parecían desesperadas o sedientas.

Miré mi reflejo, ahora se reía de mí. Que patético.
Sonreí, al menos mi otro yo parecía seguro y feliz.

De la nada los tres jóvenes salieron del local y para mi fortuna no me notaron, como todos, como nadie.
Se fueron y volví a lo mío. Busqué las cosas que mi padre me había ordenado y volví a casa.

Entré porque la puerta estaba abierta y lo primero que vi fue a mi padre.
Sentado en el sillón, con las manos en la cara. Me acerqué confuso y dejé las cosas sobre la mesa.

—¿Papá?—pregunté tocando su hombro pero no me respondió.

Su rostro se hundía en sus manos el triple más grandes que las mías.
Esperé unos minutos pero como no respondió me puse de pie y subí al primer piso, no había nada fuera de lo normal. Miré la habitación de mis padres desde la puerta y sentí como si una aguja de coser se me hubiese atravesado en el cuello.

Todos los cajones que le habían pertenecido a mi madre habían sido vaciados, estaban abiertos y vacíos. Como yo.

Entré con cuidado pero no había nadie, había algunas cosas desarmadas y tiradas en cualquier parte. Como si hubiesen revoltijeado en busca de algo.

Todas las fotos familiares en la habitación estaba rotas al medio, o la cara de mi madre había sido arrancada con las uñas.

Al fin ella había juntado el valor y se había marchado, nos había dejado, no solo había dejado a mi padre porque no se había detenido a pensar en mí.

Me sentía abandonado, me sentía un perdedor de nuevo.

Mi madre se había ido.

Comencé a llorar, como un fracasado según mi reflejo, como una niña según Grand.
Por más que quisiera las lágrimas no se detenían. No podía frenarlas ni con mis manos.

Bajé hasta donde estaba mi padre.

—¿A dónde se fue?—pregunté en un grito.

Me miró y su gesto se arrugó. Se puso rojo para luego librar agua de sus ojos. Me acerqué y me abrazó.

¿Cómo enfrentaríamos eso?

Me apretaba fuerte, yo lo imité. Porque en esos momentos solo un buen abrazo te calma. Frena la desesperación una barrera de abrazo.

El abondono de mi madre confirmaba lo que había hecho; había elegido a su amante. A ella.

—Todo va a estar bien.—Dijo mi padre, aunque más parecía que se lo decía a él mismo. Y además, yo no le creía.

Manual para Secuestrar a Alguien #wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora