Andrew

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¿Tobias? ¿Teniendo bebés? Mi enojo con Tate se vio opacado con la incredulidad de la voz de Leo. Quizás lo había oído mal. Quizás sus murmullos hicieron raras sus palabras y no logré entenderlo. Miré a Sam en busca de una respuesta, pero sus grandes ojos de miel grandes con sorpresa me respondieron que ella estaba igual de impactada que yo.

Estaba bastante seguro que Tobi era un macho, y que definitivamente era imposible la situación que Leo describía, pero aún así caminé fuera de la cocina, olvidando momentaneamente la "discusión" que estábamos teniendo para enfocarnos en ese gato. Sam me seguía de cerca, a donde el resto de nuestra familia se nos unió para ver a Tobias entrando desde la entrada para gatos (entrada para perros) en la puerta que llevaba al patio trasero, trayendo un gatito bebé totalmente empapado. Le dio algunas lamidas, el gatito chillando con fuerza, y Tobias estaba afuera nuevamente, siguiendo el camino que había aclarado.

—¿De dónde salió esta cosita? —dijo mi hermana, inclinándose por el gatito y acunándolo en su mano. La criatura volvió a maullar con fuerza, un chillido mientras buscaba calor en mi hermana. Tobias no tardó en regresar, trayendo otro gatito de mismo tamaño. Repitió el proceso de lamerlo, e irse una vez más.

—¿De dónde los está sacando? —dijo Sam, acercándose hacia la puerta y saliendo tras el gato. A la distancia, logré oirla llamándome suavemente.

—Andy, ven rápido aquí. —gritó Sam. Obedecí, poniéndome mi chaqueta y botas, listo para seguir al maldito gato afuera y llegar a ella. Tobias trajo otro pequeño gato y se preparó para irse de nuevo, y yo estaba listo para ir detrás de él cuando Tristan se aferró a mi pierna.

—Quielo ir —dijo, saltando de arriba abajo, ansioso por perseguirme. Él tenía totalmente prohibido salir al frío, en especial ahora usando sus pijamas. No lo haría, no con las complicaciones que tuvo al nacer.

Me incliné y le sacudí su cabello —¿Por qué mejor no te quedas con tu hermanita y abuela? Mamá y yo veremos que sucede.

—Sí, Tris, ¿por qué no traes algunos calcetines para mantenerlos abrigados? —dijo mamá, reuniendo a los pequeños gatitos. Tris asintió, dispuesto a ayudar y yo tomé la chaqueta de Sam y seguí el rastro del gato en la nieve. Los gordos copos no dejaban de caer y mi mujer estaba por allí, sin una maldita chaqueta puesta.

—¡Andrew! —exclamó Sam a algunos pasos de mí. Había admitir que se me hacía dificil ver algo con lo densa de la tormenta de nieve, pero me moví lo suficiente a tientas para poder verla claramente, abrazándose a sí misma e inclinada cerca de la nieve—. Mira esto, parece sangre.

—¿Sangre?— pregunté, viendo dónde señalaba. Debajo de un pequeño arbusto, la nieve estaba manchada de sangre y un pequeño gatito chillaba ruidosamente. Sam fue a tomarlo, pero Tobias lo tomó primero y se lo llevó rápidamente—. ¿Crees que Tobias haya tenido crías?

—¿Qué? No, Andrew. Creo que una gata tuvo sus crías aquí y no supo que hacer cuando empezó a nevar más fuerte —dijo Sam, riendo,  siempre más lista que yo. ¿En qué pensabas para sugerir que Tobias tuvo crías? Tonto Andrew—. Hay un pequeño rastro de sangre aquí. Quizás la mamá gato se fue hacia otra parte.

—¿Y de dónde crees que salió? Nuestros vecinos más cercanos están bastante alejados, no creo que su gata termine aquí. —dije, acercándome y poniéndole la chaqueta sobre los hombros. Sam terminó de ponérsela y se abrazó a mí un minuto.

—Bueno, quizás ella regresó a su casa. Sigamos el rastro y sabremos. —dijo ella, toda aventurera. No se preocupaba por sus pies pobremente cubiertos, su piel expuesta al frío de la tormenta.

—No creo que sea... —Comencé, pero ella me interrumpió, lanzándose a correr tras el rastro de sangre. Sin otra opción, la seguí, prácticamente patinándome a cada paso, mientras trataba de alcanzarla—. Esto es una locura, Sam.

—Oh, vamos, no podemos dejar que esa gatita se muera, Andy —dijo ella, maniobrando a través de la nieve. Allí estaba yo, detrás de ella, sosteniéndola cuando patinaba y tomando mi equilibrio de su postura.

—Samantha, no me gusta el aspecto de esta tormenta —dije, metiéndome entre los árboles que rodeaban nuestra casa, siguiéndola. El viento soplaba tan fuerte que los copos en las ramas caían constantemente, adensando el flujo en que la nieve caía.

—Debemos estar cerca, no nos tomará mucho —dijo Sam, adentrándose aún más en el bosque y le sostuve de la mano, intentando tranquilizarme. No habíamos explorado este bosque demasiado ¿y quién sabía qué clase de criaturas o trampas de la naturaleza se aparecerían delante de nosotros?

—Sam... —Comencé una vez más, tratando de que oyera la advertencia en mi voz. Eché un vistazo hacia atrás. Nuestra casa era un punto borroso entre la nieve.

—Andrew —me respondió, una sonrisa colgando de su rostro. Sus dientes titilaban levemente y puse mis ojos en blanco, deteniéndome en mi sitio y así deteniéndola conmigo.

—Oye, suficiente, ya estamos muy lejos, tenemos que volver a casa. Hace frío, estás desabrigada y la tormenta parece a punto de empeorar. —La hice voltear de regreso hacia mí y, con un jalón, la abracé contra mi pecho. Sam soltó una risita casi infantil, aferrándose a mi pecho antes de quedarseme viendo con sus enormes ojos de miel.

—Te ves hermoso en este momento, ¿sabes? Con tus mejillas sonrojadas por el frío, tus labios rosados y llenos, y los copos de nieve en tu cabello —murmuró, casi tan bajo que se me hacía dificil oirla. Pero el frío clima no podía competir con el calor de su mirada dulce.

—Samantha... —mi voz fue tan baja, sólo un soplo de aliento contra sus labios antes de que me besara. Me olvidé por completo de lo que fuimos a hacer allí, de la tormenta sobre nosotros, del gato... Me olvidé de todo y me perdí en sus labios, disfrutando del momento en el que nadie interrumpiría.

Mis manos vagaron por su cuerpo, buscando la manera de acercarla más, cuando un crujido del cielo la hizo apartarse. Ambos vimos hacia arriba, al clima amenazante cerniéndose sobre nuestras cabezas y de nuevo nos vimos entre sí. Una sonrisa juguetona bailaba en su rostro y una igual en el mío, pero sólo porque amaba verla así de infantil. No era la severa madre preocupada de siempre, era solo Sam, la joven chica a quien había conocido accidentalmente.

Mis ojos se desplazaron más allá de él cuando visualicé algo que parecían unos escalones, entonces noté que en medio del bosque de nuestro patio, había una cabaña. Y en el momento justo. Ignorando el fuerte viento y los grandes copos de nieve, sujeté con fuerza la mano de mi chica de miel y la jalé en dirección de nuestro posible refugio.

Luces de colores y dulces de miel (Mini-historia de Honey Girl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora