El último adorno estaba puesto en el árbol y sonreí complacida por como se veía. Luego de haber armado la parte inferior ya por tercera vez, me sentí lista para rendirme a armarlo de nuevo. Vísperas de navidad sería esta noche y quería tener al menos un poco de decoración en la casa, quería que este pequeño rincón fuera nuestro.
Me di la vuelta para ir hacia la habitación y ver si podría dormir algo más, cuando oí el repiqueteo de una bola cayendo sobre el suelo. Volteé sobre mis talones y bufé cansada.
—Tobias, no te atrevas a tirar otra. —regañé a mi gato antisocial, y casi como si se burlara de mí, se sentó en sus patas traseras y me observó "confundido"
Ya era la segunda vez que, debido a él, el árbol de navidad estaba desarmado. Claro que no era sólo él, había varias criaturitas muy traviesas también encargándose de volver la casa patas para arriba.
Otra bola cayó y miré a mi gato enredarse con una guirnalda brillante.
—Tobby —suspiré, al verlo saltar sobre sus patas, asustado por su atacante brillante atado a su alrededor. Me acerqué para desenredarlo y lo levanté en mis brazos, acariciando su cabeza para intentar calmarlo—. Eres muy travieso, mi Tobby, deberíamos volver a la cama.
—Definitivamente, deberíamos volver... —Di un salto ante la voz en el umbral de la sala y una sonrisa se extendió por mi rostro al ver a Andrew allí, sus pantalones de pijama colgando de sus caderas, su pecho expuesto para mí.
Sus ojos grises se veían incluso más plateados bajo las leves luces del árbol mientras él se acercaba a mí, sus pies descalzos apenas sonando sobre el suelo, un gorro de Santa sobre su cabeza. No sorprendía que no lo hubiese oído antes. A pesar de su tamaño, sus pasos eran ligeros como plumas, una técnica en la que se había vuelto experto para no despertar a nuestros hijos.
—¿Qué haces aquí abajo tan temprano? —me preguntó, envolviendo un brazo a mi alrededor y Tobby, aprovechando mi distracción, saltó de mis brazos, yéndose en dirección al árbol una vez más. Me dejé empapar por el cariño de Andrew y disfruté de cada beso suyo en mi cuello—. Cuando deberías estar allá arriba, con tu esposo, aprovechando de lo calenturiento que se pone con los días de frío.
Solté una risita, aferrándome a sus hombros y dejando caer mi cabeza hacia atrás para permitirle más acceso a mi cuello. —Bueno, Abby se despierta temprano, lo sabes, y cuando bajé para regresar el biberón a su sitio, pasé por aquí y noté lo vacío que estaba nuestro árbol. ¿Puedes creer que ese gato travieso ha estado llevando los adornos al sótano?
—Bueno, también Tristan es algo responsable. Lo vi descolgar muchas para averiguar cuál era la favorita de Abby —se rio Andrew, sacudiendo la cabeza mientras se reía. Era cierto que nuestro hijo estaba decidido en consentir a su hermanita, aún cuando ambos eran niños tan pequeños.
—No trates de defender a Tobias, quiero decir, ¡míralo! —dije, señalando a nuestro gato, que estaba trepado entre las ramas, masticando algunas, golpeando con sus patas las bolas de colores.
Andrew siguió mi mirada y se rio, apretando sus brazos alrededor de mi cintura y así llamando mi atención. Cuando mis ojos encontraron su rostro, pude ver una sonrisa de pura travesura allí.
—Mientras no toque los obsequios... —dijo, encogiéndose de hombros despreocupadamente, pero él no estaba pensando en eso en lo absoluto. Lo sabía por la dureza contra mi vientre, la mirada de hambre pura sobre mí, sus manos acariciando mi espalda—. Claro que el mío está bastante protegido...
—Y está bastante cansado también —respondí, deseando alejarme y obtener algo de descanso antes de que los niños despertaran, pero, rayos, mi cuerpo respondía a su alma gemela. No podía negarlo.
—Oh, vamos... Creo que quiero un adelanto de mi regalo —Bajó su rostro al mío y nuestras bocas se fusionaron como una sola, nuestro beso hambriento y salvaje, como si no hubiesemos tenido el uno del otro por un largo tiempo. Bah, si tan sólo dos días atrás habíamos compartido un momento intenso en la ducha, rápido pero apasionado.
—Bueno, no suelo abrir los obsequios de navidad antes de tiempo, pero has sido un niño tan bueno... —Cedí, sin aliento por nuestro beso. Andrew bajó su boca por mi cuello y hombro, arrastrando el tirante de mi camisón mientras tanto. Gemí, tan afectada por su toque que mis rodillas se doblaron por sí solas. Me hubiese caído si sus manos no se aferraran de mi cintura y me presionaran contra él.
—Dios, nunca me voy a cansar de tu sabor... —murmuró contra mi piel, antes de tomar mi boca nuevamente y recostarme sobre el sillón frente a la chimenea. Se encontraba apagada en este momento, pero su fuego había sido testigo de tantas noches interminables y apasionadas—. Miel. Adoro la miel, Sammy.
—Andrew... —me quejé, cuando el camisón bajó más por mi cuerpo y sus labios rozaron mis puntos sensibles, sin siquiera tocarlos.
—Shhh, esos dulces de miel serán mi manjar en poco, dame algo de tiempo... —Se rio con su boca lamiendo y mordisqueando a través de mi estómago. Me daba algo de pena cada vez que hacía eso, ya no tenía el mismo vientre plano y firme que alguna vez tuve, ahora estaba flojo y marcados con estrías, pero a Andrew nunca parecía molestarle. Es más, cada vez que yo sacaba al tema mis defectos, se empeñaba en corregirme y besar cada uno para recordarme que esas marcas estaban allí porque había tenido dos vidas dentro de mí, su propia sangre y carne dentro de mí. Era algo que habíamos compartido y ese era mi recordatorio.
Sí, al recordar mi embarazo, obviamente pensaba en su abandono y el tiempo de separación cuando Tristan aun no nacía, pero creo que todos los momentos malos fueron opacados por su gran nivel de paternidad y cuidados durante mi segundo embarazo. Eso y que posiblemente lo amaba demasiado como para guardarle rencor.
—Andrew... —dije otra vez, ésta suplicando. Sus dedos se tomaban su tiempo para arrastrar mis bragas por mis piernas, y cada movimiento que hacía de su cabeza, provocaba que la borla en la punta del gorro de Santa rozara mi piel sensible por su toque—. Ya no lo soporto. Hazme algo, cualquier cosa...
—Tus deseos son órdenes, mi chica de miel. —susurró, y sin más espera, enterró su cabeza entre mis piernas, arrancándome un grito que logré acallar a tiempo cubriéndome con las manos. Me retorcí sin control, adorando cada toque de su lengua sobre mí, cada roce de sus labios, cada movimiento que hacía. Con mis manos sobre mi boca, acallé tantos gemidos y gritos como podía.
Amaba cuando estaba conmigo, de cualquier manera, en cualquier sitio. Había pasado un tiempo desde que habíamos tenido tiempo suficiente para explorar cada parte del otro, sobretodo con la llegada de Abby y la curiosidad de Tristan, así que momentos como este eran preciosos. Pero aún así, no lo sentía como suficiente. Necesitaba sentirlo dentro de mí, necesitaba sentir que éramos uno solo.
Tomé su cabello y jalé su cabeza lejos del vértice en mis piernas, atrayéndolo a mi rostro y besándolo tanto como podía. —Házmelo de una vez, Andy. Entra en mí, te necesito, ya no lo resisto.
—Sam... —gruñó ante mis palabras, devorando mi boca antes de bajar y tomar mis pezones. Mi espalda se arqueó del sillón y Andrew aprovechó para sujetar mejor mis caderas. Su cálido miembro palpitante se acomodó en mi necesitado calor, pero antes de que pudiera moverse más, un crujido en la escalera nos detuvo.
—¿Papi? —Tristan estaba bajando las escaleras a juzgar por el ruido, y Andrew se sentó, acomodando sus pantalones y ayudándome con mi camisón a tiempo record antes de que nuestro pequeño niño entrara a la sala, frotándose los ojos con su puño—. ¿Poque no estan adiba?
—Bajamos a arreglar el árbol de navidad, Tris, ¿qué sucede campeón? —le preguntó Andrew, disparándome una mirada de decepción mientras se ponía de pie y recogía a nuestro hijo. Tristan se acomodó sobre su hombro y balbuceó algo que no logré oir.
Suspiré frustrada. Bueno, permitirle hacerme llegar con su boca habría sido una gran posibilidad, pero debí desearlo completamente, ¿cierto? Conseguiríamos tiempo, de alguna forma...
—Sam... —Andrew me llamó desde el umbral, nuestro hijo ya medio dormido sobre su hombro. Elevé la mirada a él y me entregó un ligero guiño—. No hemos terminado.
Con una sonrisa esperanzada, lo observé subir las escaleras y me hundí mejor en el sillón. Sin dudas, continuaríamos pronto... Si teníamos suerte.
ESTÁS LEYENDO
Luces de colores y dulces de miel (Mini-historia de Honey Girl)
Romansa¡La navidad ha llegado y los Nicholson están de regreso! Luego de dos años de su regreso, Andrew y Samantha finalmente están establecidos como una familia y listos para festejar su primera navidad con la pequeña bebé Abby. Esperaban que fuera pequeñ...