Samantha

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Vi a Andrew tomar la perilla de la puerta y girarla. Sin exito. La giró varias veces más y entonces la embistió con su hombro.

—Oye, ¿qué haces? ¿Qué tal si alguien vive ahí? —dije, sujetándolo por el brazo para detenerlo. Los recuerdos del día en que abrió mi puerta de la misma manera me invadieron y no pude evitar sonreír—. No sé si recuerdas cómo terminó tu hombro la última vez que hiciste eso.

—Oh, por favor, Samantha. Soy más fuerte que antes, ¿sabes? —presumió juguetón, mostrándome sus músculos antes de volver a empujar en la puerta. Luego de unos cuantos intentos, ésta se abrió, dandonos entrada a la pequeña cabaña—. Adentro, vamos.

Me apresuré a seguir a Andrew al interior y él cerró, usando un perchero de junto para trabar la puerta en su sitio. Se volteó hacia mí, sacudiéndose la nieve del cabello y quitándose la chaqueta, dando un vistazo alrededor. Yo seguí su mirada.

La cabaña parecía estar en perfectas condiciones, aunque era obvio que no hubo personas viviendo allí en un tiempo. Todo estaba polvoso y descuidado, pero nada estaba fuera de su sitio. Desde donde estábamos, podía ver un juego pequeño de sillones, con su mesa de centro frente a una chimenea. Un librero que sólo exhibía telas de arañas y sus dueñas mismas estaba en una pared, y un poco más allá había unas mesas rústicas con sus sillas a juegos. Podía decir que esa era la sala de estar / comedor. Hacia el otro lado, se veían dos puertas que, supuse, eran dormitorio y baño, y cuanto más me adentré a la sala, más pude notar la falta de limpieza allí. Al otro lado del comedor, estaba la cocina, pequeña, acogedora podría decirse, con un toque poco femenino y antiguo.

—Vaya, ¿en serio hemos tenido esto en nuestra propiedad y nunca lo notamos? —dice Andrew desde atrás de mí, pasando a mi lado para revisar el refrigerador y los estantes. Vacío, por supuesto, a excepción de unas latas en las alacenas.

—Así parece, no creo que alguien viva aquí —dije, pasando mi dedo sobre la pequeña isla de la cocina, recogiendo polvo por completo. Un sonido de arañazos hicieron que Andrew y yo nos miráramos y lo siguieramos para descubrir su origen. En cuanto notamos que era cerca del dormitorio, fuimos hasta allí para descubrir una temblorosa bola de pelos arañando la ventana.

Me apresuré a abrir la ventana y hacer entrar a la semi-ensangrentada madre de los gatitos, aún con una de sus crías colgando en su boca. La dejó sobre el suelo y la lamió, tratando de secarla antes de intentar lo mismo con sí misma. Ambas tiritaban y mi corazón se encogió con la visión.

—Iré a encender la chimenea, ya que dudo que funcione la calefacción —dijo Andrew, yendo directamente hacia la sala de estar. Me apresuré a buscar en el armario por algo que usar, y afortunadamente, habían algunas toallas almacenadas hace mucho al parecer. Envolví a la pequeña criatura y su mamá, y mientras esperaba a que entraran en calor, di un vistazo a la habitación. La cama, como el resto de los muebles, era rústica, con la ropa de cama estirada y sin señales de que alguien hubiese dormido allí. Tenía mesas de noches a juego y una alfombra polvosa a los pies.

—Quizás luego de sacar un poco el polvo, este sería un lugar realmente bonito —pensé en voz alta, notando cuán calido lucía todo a pesar del poco uso y la nieve apilándose afuera.

—¿Sam? —me llamó Andrew y me apresuré a ir con él, con los gatos en mis brazos. Él ya había encendido el fuego y barría un poco para quitar el polvo del suelo frente a la chimenea—. Ponlos aquí. Buscaré la aspiradora y quitaré algo de la suciedad, mientras estamos aquí —Echó un vistazo a la ventana y el exterior no era más que un borrón blanco—. Hasta que la tormenta se calme un poco.

—¿Cómo sabes que hay una aspiradora? —pregunté, dejando a nuestros nuevos amiguitos frente a la chimenea, en el suelo de madera. La mamá gata se levantó para secarse y poder secar a su cría.

—Tuve que buscar cerillos para encender el fuego, Sam. Encontré algunas cosas por aquí. No hay calefacción, pero la chimenea servirá. Si buscas en el dormitorio, quizás encuentres mantas con las que cubrirte. Pero me temo que no hay electricidad aquí. —dijo Andrew, asomándose desde la cocina con el enchufe de la aspiradora aún en su mano—. Sólo tendremos que recurrir al viejo truco de sacudir todo.

—Sólo los sitios que usaremos —dije, la realización asomándose en mi cerebro y sintiendo de repente una excitación incontenible. Andrew tenía una pequeña sonrisa confundida, hasta que logró acercarse a mí y ver la luz en mi mirada—. Con lo mucho que podríamos movernos, el polvo volará por su cuenta.

—Oh, chica de miel, creo que me gusta más tu técnica para quitar polvo. —Sonrió traviesamente mientras se acercaba a mí, levantándome en sus brazos para sentarse debajo de mí. No perdí tiempo en acomodarme a horcajadas de su regazo y estrellar mi boca con la suya.

Dios, momentos como estos habían estado perdidos desde hace algun tiempo y, sin desearlo realmente, nos encontramos un sitio donde podíamos recuperarlos. Al menos, por ahora. Aun con mis pantalones y camiseta de pijama, presioné mi cuerpo contra el suyo y jadeé en sus labios, anhelando el contacto, deseando eso que Andy podía darme. Creo que él pensaba igual, si la dureza chocando entre mis piernas era una indicación.

—Bendito gato de navidad —dijo Andrew con una sonrisa enorme, casi sin aliento por nuestro beso. Elevé una ceja en forma de pregunta, aunque creía saber a lo que se refería—. Creo que mi deseo de navidad se anticipó.

—¿Deseaste muchos gatitos? ¿O un nuevo lugar donde vivir? —bromeé, aferrándome a la camiseta que llevaba para levantarla sobre su cabeza. Esos abdominales tensos me esperaban, aunque un poco más flojos que antes, pero yo lo amaba tal y como era. Me deslicé más atrás, acuclillándome entre sus piernas y lamí la tableta de chocolate llamándome.

—Dios, Samantha —dijo él, lanzando su cabeza hacia atrás, sus manos apretándose alrededor de mis muñecas antes de levantarme de nuevo—. Sólo desee poder disfrutar de ti.

—Que bueno, porque algo me dice que lo conseguirás —dije con una risita, quitándome mi propia camiseta y echándola sobre el sillón, consiguiendo levantar una pequeña nube de polvo. Su mirada se perdió en mis senos, que estaban gordos y pesaban por la lactancia. Andrew tenía una debilidad por eso, por mi sensibilidad. Y yo tenía una debilidad por Andrew. Era una combinación asombrosa para ambos—. Es una lástima que no obtengas tu obsequio aún. Pero puedo darte un adelanto del pequeño espectáculo que lo acompañaría.

—¿Sí? —dijo Andrew, tragando visiblemente mientras yo enganchaba mis pulgares a la cinturilla de mis pantalones y los bajaba lentamente, con mi trasero apuntando hacia él al agacharme hasta abajo—. Mujer, ¿quieres matarme? Mi chica de miel, no puedo resistir esto. Sólo ven a mí. Tengo que probarte. Tengo que tener tu miel en mí. Eso es todo lo que necesito ahora mismo.

Su voz se oía suplicante y yo no podía dejar de soltar risitas. Se sentía extraño no tener que preocuparse por Tristan interrumpiéndonos o por Abby llorando. Por un segundo, me sentí como una madre terrible por disfrutar de más estar atrapada aquí durante la tormenta de nieve pero, por otro lado, ¿no me merecía algo de privacidad y aprovechar el tiempo que teníamos aquí, hasta que debieramos regresar?

—Samantha, dios, amor, te necesito en este momento. Acércate a mí, también quiero darte tu obsequio de navidad. —dijo con una sonrisita, extendiendo sus brazos para alcanzarme. En cuanto sus manos estuvieron en mi cintura, me jaló en su dirección y caí sobre su regazo, abrazándome al hombre que amo y besándolo por todas las veces en que debí detener nuestros besos, acariciándolo por cada noche que perdimos la caricia del otro, y amándolo como cada día de mi vida.

Luces de colores y dulces de miel (Mini-historia de Honey Girl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora