Andrew

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La tormenta finalmente parecía estar calmándose, pero la poca claridad del día se había desaparecido hace poco tiempo. Si debiera adivinar, diría que habíamos estado fuera de la casa dos horas.

Dos maravillosas horas.

No me malentiendan. Amo a mis hijos y sí, estaba extrañando la risa de Tristan y el dulce llanto de Abby, pero poder pasar un momento tan íntimo e intenso con mi esposa era... increíble. Y a pesar de que quería continuar aquí acostado en el sillón, con Samantha entre mis brazos, desnuda, tan hermosamente desnuda, la tormenta se había reducido a pequeños copos y era hora de regresar a la casa.

—Buscaré tus pantalones —dijo ella con una risita, ya que en todo el alboroto, habían terminado cerca de la entrada. Disfruté viendo cada curva de su cuerpo mientras se movía con gracia hacia mis pantalones, en especial cuando se inclinó por ellos. Ah, la mejor vista que podría tener en mi vida—. ¡Oye!

—Sólo estoy viendo —dije con una gran risotada, sorprendido por ser atrapado. Sam me lanzó mis pantalones y comenzó a vestirse por su cuenta, cubriendo cada preciada parte que amaba observar, y tocar... y adorar. Hice lo mismo, terminando antes que ella y me apresuré a tomarla entre mis brazos, besándola con toda la fuerza de mi ser. Hubiese preferido tener algo más de tiempo, pero era lo que teníamos ahora e iba a aceptarlo—. Dios, te amo.

—Yo también te amo, Andy, mi Andy —rio, abrazándose a mis hombros mientras volvía a besarme. Creo que pude haberme quedado ahí todo el día, si no hubiese sido por el maullido del gatito bebé. Las otras crías debían de tener hambre también, sin mencionar a Abby que, a pesar de que bebía de biberón, Sam prefería amamantarla—. Creo que podríamos hacer esto de nuevo, ¿sabes? Un pequeño escape, cuando haya personas cuidando de nuestro hijos.

—Eres traviesa, mi chica de miel, tratando de escaparte a hurtadillas —murmuré, perdiéndome en su aroma, miel, con una pizca ligera de sudor y sexo. Ella por completo. Mi aroma favorito.

Elevó su mirada a mí, sus ojos brillando con travesura. —Podría ser nuestra nueva habitación del sexo. Oh, la cabaña del sexo. —dijo ella, con el deseo resbalándose de sus labios, a pesar de intentar bromear. Ella extrañaba ese pedacito de nuestra casa, incluso cuando había sido tan vulgarizado antes de que ella llegara a mi vida. Después de todo, desde el momento en que ella había "bautizado" esa cama, no tuvimos más discusiones (eso dejando de lado el hecho de que me escapé de mi propio hijo, pero eso ya estaba en el pasado).

—Sí que eres traviesa —murmuré contra su boca, amando sus risitas. Disfruté un poco más de su dulce sabor de miel en mi lengua antes de que regresáramos hacia nuestra casa, con la gata a cuestas.

Apenas cruzamos la puerta trasera y todos estuvieron encima de nosotros.

—¿Dónde estaban?

—¿Por qué tardaron?

—Estábamos a punto de llamar a la policía.

—¿Cómo se desaparecieron así?

—No vuelvan a asustarnos.

Todos hablaban a la vez, y puse los ojos en blanco, con mi brazo aún colgado sobre los hombros de Sam. Ella se agachó para bajar a la mamá gata, que con gusto se unió a sus crías y comenzó a lamerlos en reconocimiento. Con todos apartándose para ver el tierno espectáculo, Tristan pudo llegar a nosotros y se abrazó con fuerza de la pierna de Sam.

—¡Mami! ¡Papi! ¿Dónde estaban? Pensé que se pediedon en la nieve —Mi hijo lloró dramáticamente, haciendo señas para que se lo levante y eso hace Sam, como siempre consintiendo a su pequeño.

—Oh, mami y papi solo querían asegurarse de que la tormenta se calmara antes de volver. No queríamos pescar una gripe o algo así. —Lo tranquilizó Sam, acunándolo contra su pecho—. ¿Cómo está tu hermanita?

Luces de colores y dulces de miel (Mini-historia de Honey Girl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora