Belleza

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Ella era hermosa. Marie parecía haber sido esculpida por los grandes maestros de Florencia en un solo bloque de mármol inmaculado. Su piel era blanca y tersa, sus ojos color avellana con toques verdosos y ligeramente rasgados, su pelo de tinte rojizo y con rizos. No era exuberante, pero su cuerpo tenía la complexión perfecta y facciones finas. Era básicamente una diosa, pero era una diosa arrogante. Si te dirigías a ella cuando pasaba por los pasillos, lo más probable es que te ignorara completamente. Tenía su sequito alrededor que eran con los que interactuaba, y nunca pasaba mucho tiempo sin novio; obviamente todos eran solo chicos bien parecidos.

Como era de esperarse, varios compañeros, y algunos maestros, tenían fantasías con ella. Variaban desde los más inocentes besos en la mejilla o tomar su mano en el patio hasta las vejaciones más inenarrables. Todas ellas se quedaban obstaculizadas por la falta de atención de ella hacia cualquiera que no cumpliera con sus estándares de posición o belleza, pero no era ninguna tonta. Contar con las más altas calificaciones de su grupo y de la escuela lo demostraban, además de tener una enorme afinidad con las artes plásticas, al grado que sus maestros la consideraban una genio de la materia. Particularmente durante su último año escolar que cursaba en ese momento. Sabía tentar o aprovechar su posición como la reina no proclamada de la escuela para conseguir favores o ayuda. Regularmente un par de segundos de atención a algún chico o chica sin mucha autoestima bastaban para conseguir el almuerzo o que le prestaran un lápiz o una bufanda que nunca regresaría a su dueño. Chicos y chicas con más confianza, aunque fascinados con su presencia, no se dejaban utilizar tan fácilmente, pero aun así podía conseguir favores de parte de ellos alguna vez. Existía también cierto grupo de chicas y chicos que la despreciaba, ya sea por envidia, por despecho o por simple aversión, a estos simplemente los ignoraba no importando cuanto hablaran de ella a sus espaldas, tenía la autoestima bastante alta como para que eso le importara. Había, curiosamente, una cuarta opción más escasa, tanto así que al parecer solo había un ejemplar en toda la escuela.

Se llamaba Henri, iba en primero, y en un promedio de chicos, estaba por debajo. Era taciturno, caminaba encorvado y siempre usaba un ancho hoodie que le cubría gran parte de la cara. No tenía mucha autoestima, pero aun así poco le importaba recibir la atención de Marie. Pasaba como una presencia más en los pasillos sin causar impresión en nadie, ni para bien ni para mal. No se quedaba parado cuando Marie pasaba con su sequito por el pasillo ni se sentaba en las bancas cercanas a su grupo durante la hora del descanso, al contrario, seguía con su camino y se sentaba en los arboles junto al campo de futbol. Era básicamente nadie; pero para Marie, ni siquiera él estaba fuera de su reinado.

Una tarde, Marie caminaba por el pasillo tras haber salido cuando ya toda su clase se había marchado, se había quedado terminando una tarea de artes. La escuela apenas tenía algunos alumnos y maestros, entre ellos también estaba Henri, que se había estado leyendo en el salón vacío todo ese tiempo y ahora caminaba unos metros tras Marie también hacia la salida. Cruzaron el pasillo sin poner mucha atención el uno en el otro; Henri cargando su mochila sobre el hombro con una pajilla en los labios tomando jugo de una cajita. Coincidentemente, Marie tenía un poco de sed y volteo a ver si encontraba alguien, siendo Henri el único a la vista. Se acercó con la seguridad de siempre.

-Regálame lo que te sobra de ese jugo ¿No?

A casi cualquier otro chico, le habría encantado el hecho de que Marie tomara de la misma pajilla, incluso si no era de sus fanáticos. Pero Henri no era cualquier chico. La miro con extrañeza, o eso parecía ya que la capucha del hoodie le cubría los ojos completamente.

-No –le dijo lacónicamente y siguió caminando.

Marie estaba petrificada. Nadie que no fuera de su familia o de su sequito le había negado algo antes. Mucho menos uno de los comunes de la escuela. Afortunadamente no había nadie presente en ese momento o la humillación habría sido mayor, pero por algún motivo, no podía sacárselo de la cabeza mientras caminaba a casa.

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