Maravillas

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Caro apenas tenía once años y sufría de migrañas, con una larga cabellera rubia y ojos celestes, era muy alta para su edad. Iba de la mano con Todd dentro de la casa de muñecas, sonriendo. Podía tocar el techo con solo levantar la mano y usar los vasos como dedales de cristal; afuera las aves se movían tan lentamente que casi parecían congeladas en el tiempo. La mesa parecía estar a kilómetros de distancia, Caro pensaba que sería imposible llegar caminando pero como iba de la mano de Todd, no le interesaba demasiado, podría pasar horas estando a su lado; lo miraba de reojo, de la misma estatura que ella, afroamericano, bastante delgado y muy bien parecido, también la casa de muñecas lucia diminuta para él. Atravesaban el pasillo con paso lento y calmado, los trinos de los pájaros, aunque lejanos, resonaban cerca de sus oídos mientras que la voz de Todd parecía venir de un lugar muy distante.

-¿Le parece este un bello día querida?

-Es difícil decir si es de día o de noche.

-Es de mañana, se lo puedo asegurar.

-Entonces es un bello día, pero no tiene nada que ver con si el sol brilla o no.

-¿Acaso es un cumplido a mi compañía bella señorita?

-Tal vez, ¿Te halaga?

-Bastante.

-Entonces así lo es.

-No puedo más que ofrecerle el mejor te de la tarde a cambio de sus loas a mi persona.

-Pensé que habías dicho que era de mañana.

-Pensé que no le importaba el brillo del sol.

-Bien dicho caballero, aunque desearía que la mesa del comedor no estuviera tan lejos, parece que hemos caminado por días.

-La mesa del comedor está a la distancia justa.

-¿Cómo así?

-Siente lejana la mesa porque disfruta mi compañía, si quisiera llegar, solo bastaría que... bueno, lo quisiera.

-Bueno, deseo llegar entonces.

Y como tal, la pareja se encontraba frente al comedor, aunque más parecía una pequeña mesa de centro con diminuto juego de té.

-Caballero, ¿Acaso esto podrá alcanzar para ambos?

-Alcanzara, confié en mí.

-Ni siquiera deberías pedirme que confié en ti.

-¿Lo hace?

-Ciegamente

-Entonces le pido que pruebe esta pequeña galleta, encontrará el sabor primoroso.

Caro se llevó la galleta a la boca. Aunque a primera vista parecía diminuta se sorprendió al morderla y sentir su boca llena de finas moronas con sabor a mantequilla. Casi al momento que acabó de comer la galleta, la habitación parecía ser tan grande como el salón de un castillo, y el comedor se extendía enorme a todo lo largo. Todd la llevó de la mano hasta un extremo, en la cabecera del comedor, separó la silla y la puso para que Caro tomara asiento. Una vez que la niña se hubo sentado, colocó su silla junto a la mesa, acomodó su enorme cabellera rubia por sobre el respaldo y le pasó una servilleta que ella puso en su regazo. Todd tomó el asiento junto a ella, se quitó su sombrero de copa, lo puso hasta el otro extremo de la mesa para que no estorbara y también tomo una blanca servilleta.

-Dígame, ¿Qué té prefiere esta tarde?

-Té negro.

-Lo siento, se terminó en el desayuno de hoy.

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