Capítulo 3 - Soledad

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"La soledad, cuando es aceptada, se convierte en un regalo que nos lleva a encontrar nuestro propósito en la vida"

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"La soledad, cuando es aceptada, se convierte en un regalo que nos lleva a encontrar nuestro propósito en la vida"

Paulo Coelho.

― ¡¿Qué rayos te sucede?! ¡¿Te has vuelto loca?!―era consciente de que mis gritos se escuchaban hasta 100 metros a la redonda pero eso no detuvo mi regaño, ni siquiera las miradas fulminantes de las madres que amenazan con atacarme en cualquier momento― ¡¿Cómo rayos se te ocurre iniciar una guerra de barro?!―bajó la cabeza evitándome mi mirada.

―Creí que sería divertido―se defendió en voz baja con su tono usual de inocencia.

― ¡¿Creíste que sería divertido?! ¡¿Creíste que esto...―señalé mi ropa―sería divertido?!―ella asintió y mi sangre ardió en mis venas. Caminé de un lado otro pasándome una y otra vez las manos con frustración por mi cabello lleno de lodo. Quería ahorcarla por ser tan ella― ¡¿No te basto con arruinar mi diseño?! ¡¿Es que no piensas con la cabeza, niñita?!―sus ojos furiosos se posaron en los míos.

― ¡No soy una niñita! ¡No dañé tu feo diseño, lo mejoré!―una carcajada irónica brotó de mis labios―no es mi culpa que no sepas verlo―se excusó bajando su tono de voz pero pronto recordó algo y volvió a posar sus furibundas esmeraldas en mi personas― ¡Y no me griteeeees que no eres mi mamá!―respiré profundo tranquilizándome, a este paso no llegaríamos a nada; además de que la actitud que acaba de adoptar me asustaba, no se dejaba amedrentar por cualquiera a pesar de su enfermedad, lo que demostraba que había cosas de su personalidad que sí se habían desarrollado con normalidad: su carácter fuerte, por ejemplo. Daba por hecho que cualquier otro niño hubiese corrido a buscar a su madre en medio de lágrimas.

―Nos vamos―ordené entre dientes. Comencé a caminar con Lissa pisándome los talones.

―Oye, Oye, Alex―su mano en mi antebrazo me detuvo― ¿me compras un helado?―en su mirar ya no había rastro del enojo de hacía unos segundos, ahora solo brillaban como perlas por la ilusión de obtener aquel alimento congelado. Me mordí la lengua para no gritarle un par de cosas más.

― ¿Cómo pretendes comer helado con las manos sucias?―más que una pregunta era reproche que desbordaba desprecio pero ella no lo entendió así.

―Tengo la boca limpia―un gruñido se escapó de mi cuerpo. ¿Por qué tenía que ser tan tonta?

―No voy a comprarte nada porque has tenido una mala conducta―seguí caminando mientras ella tiraba de mi brazo intentando detenerme.

― ¿Qué es una mala conjunta?― ¿podría la vida pegarme un tiro en este momento?

―Cuando te comportes bien te compraré un helado―zanjé. Agradecí al cielo que ella no fuera de esas que lloran cuando no les cumples sus caprichos. Por el contrario caminó a mi lado pensativa.

―Mamá se equivocó―habló luego de varios minutos. La miré―no creo que sufras de estupidez aguda―empuñé mis manos―creo que es ogrosidad agravada. Sí, definitivamente es eso―estrangulé ovejitas en mis pensamientos―pero no te preocupes tiene cura―puso su mano en mi hombro y me miró como si realmente estuviese preocupada por aquella enfermedad inexistente―y yo voy a curarte―una gran sonrisa se abrió paso en su rostro y por un momento la rabia se disipó de mi sistema. Tenía una de esas sonrisas contagiosas que te hacen sonreír a pesar de que todo estuviese mal, una sonrisa tan acogedora que te hacía sentir en confianza, en paz, en casa, feliz. Sacudí mi cabeza para mandar lejos aquellos insensatos pensamientos que creían en sus palabras e incluso rogaban porque ella lo cumpliera.

Todos los días de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora