Capítulo 11

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IMPORTANTE ANTES DE LEER

Este capítulo puede tener contenido explicito relacionado al suicidio, depresión, drogas y sobredosis.  Se recomienda discreción y respeto. (y un pañuelo para las lágrimas).



Agonía


Dedicado a Tatiana Vargas.

"La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida."

Federico García Lorca.


¿Qué significaba que Lissa me hubiese besado? ¿Le gustaba o solo sentía curiosidad? ¿Podría ir preso por algo así? ¿Me había gustado? ¿Me gustaba Lissa? ¿Deseaba repetirlo? ¿Estaba mal? ¿Podría volver a verla con los mismos ojos? ¿Siquiera deseaba volver a verla?

Las preguntas se arremolinaban en mi cabeza una tras otra sin obtener una respuesta. No podía meditar o analizar, era incapaz de parar por un momento, tomar un respiro e iniciar con una evaluación de la situación. Solo corría y corría con mis pensamientos persiguiéndome. Gotas de agua comenzaron a caer, primero lento, luego más fuerte, hasta convertirse en una tormenta, y mis pies no se detenían. No tenía ni idea de la dirección que tomaba solo sabía que la adrenalina me mantenía en mi camino, aunque sin duda no por mucho tiempo. Ya casi no podía respirar, mis pulmones ardían, y mi corazón amenazaba por escaparse de mi pecho.

Me detuve entonces, en medio de la calle, empapado y desorientado. La lluvia se mezclaba con mis lágrimas y sentí rabia de repente. Tenía que dejar de llorar, de sentir tanta impotencia ante no poder controlar mis emociones. Debía empezar a tomar las riendas de mi vida o, al menos, de mis sentimientos. El llanto servía para sacarlo todo, desahogarse, sin embargo, ya era como una costumbre, una muy mala que debía erradicar y empezar a buscar respuestas y soluciones, por lo que grité, grité con fuerza, con enojo, con impotencia, con dolor, con desesperación, con esperanza e incluso con un poco de una alegría camuflada. Grité una y otra vez, hasta que me sentí vivo, partes de mí que parecían haber muerto hacía tiempo, despertaron, tal vez por el beso o tal vez por el grito, pero allí estaban.

Empuñé mis manos con fuerza y grité al cielo. ¿Por qué ella? ¿Por qué no alguien más? ¿Alguien diferente o normal?

Sabía que no obtendría respuesta, que nadie escucharía mis reclamos ni quejas. No obstante reprochar a gritos sacaba de alguna manera todo lo que había estado guardando durante tanto tiempo. Fue entonces que descubrí que llorar no era la única manera de aligerarse. Acababa de dejar caer una maleta de diez kilos. Aún no tenía respuestas y lo más probable es que no las tuviera, pero podía caminar con mayor ligereza.

Tiempo más tarde ya estaba en frente de mi casa, totalmente empapado y con mucho frío. Pasé de largo a mi habitación y me sumergí en una ducha caliente. Había superado la etapa de sentir todo, ahora en esos momentos no sentía nada, no pensaba en nada, era como estar en un shock emocional. Aunque sabía que poco duraría la insensibilidad, me sentía extraño, estaba tan acostumbrado a tantas cosas en mi cabeza que al no tener nada resultaba casi aterrador. Me atreví a mirar al hombre muerto en vida que reflejaba el espejo y suspiré.

Estaba haciendo tantas cosas mal en mi vida.

Más por inercia que por necesidad, más por prevenir que por lamentar, tomé las pastillas y me fui a dormir. Temprano, sin comer, sin hablar, sin saludar. Escabulléndome en la oscuridad de los sueños, no sabía si esa noche sería igual, sin embargo, no me arriesgué. Tenía tanto en que pensar que quería evadir justo ahora esa charla conmigo mismo, ya mañana tendría tiempo para solucionar aquellas incógnitas que me iban a obligar a tomar una decisión que podría repercutir negativa o positivamente en el desenlace de mi vida.

Todos los días de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora