Prólogo

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—Muy bien chicos, el motivo de ésta reunión es simple, no quiero obligarlos a nada

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—Muy bien chicos, el motivo de ésta reunión es simple, no quiero obligarlos a nada. Pero sí les tengo una solución —todos los jóvenes del Sanatorio Anarky (en la sociedad conocido como "Internado" o "instituto") están sentados en un patético círculo perfectamente hecho con sillas metálicas— estoy trabajando en algo, pero necesito de su colaboración, aquellos que sean mayores de edad sepan que la directiva de igual forma deberá informarles a sus representantes legales puesto que al ingresar aquí perdieron cualquier potestad sobre sí mismos.

Unas cuántas muecas de fastidio se expresan en los rostros de aquellos chicos. Apenas y se conocen, se han cruzado una que otra vez en los pasillos cuando van a la citas con la Dra. o cuando tienen sus clases particulares, pero hasta ahora a ninguno le ha interesado hablar con el otro. Es como si se hubieran propuesto una especie de ley, para no poder encariñarse con nada ni nadie que sea parte de aquel horrendo lugar.

—¿Y qué nos propones? —expresa Beta, una de las chicas más antiguas en el lugar, tiene siete meses aquí y aún no acepta su problema.

—Sencillo, Srita Beta, quiero que todos convivan como las personas normales que son.

Simonne, bufa.

—¿Ocurre algo, Simonne?

—¡Sam! —corrige ella rodeando sus ojos.

Odia ese nombre, pero desconoce la razón.

—Sí, sucede algo...—añade la chica.

—Cuéntame.

—¿Quién de nosotros es normal?

—Oye —espeta Nashell— sino te crees normal, ese es tú problema...

—¿Ah, sí? A ver, ¿y entonces por qué estás aquí? —Nashell cierra sus labios, los presiona con tanta fuerza que una fina línea se dibuja en ellos.

—Eso no es tú problema.

—Sí, ajá —Simonne se acomoda en su asiento— eso creí.

Le guiña el ojo.

—¿Podemos escuchar lo que tiene que decir la Doctora? —interviene Charly, un chico alto de anteojos redondos.

—¿Jonathan, adónde dejaste a Stuart Little? —bromea Kriss.

Varios, ríen ante aquella referencia.

—¡Kriss! —sermonea la Dra. Alicia.

—Lo siento, chico —responde automáticamente ella, como si estuviera programada para ese tipo de respuestas: lo siento, gracias y por favor. En serio que las odia, cuando la persona en cuestión no las merece, claro está.

—Bien, considero oportuno mencionarles o más bien, recordarles que son personas normales. El hecho de que padezcan de algo, no los hace anormales, ni mucho menos raros. Recuerden lo que siempre les digo...

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