II

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Llegamos a Red un tanto achispadas. 

Algunas más que otras, pensaba mientras veía a Carla empujando a la gente que se encontraba haciendo la larga fila para entrar al que parecía, por las pintas de estos, un lugar algo exclusivo. Me inquieté un poco al pensar en la por lo menos, hora y media que tendríamos que estar haciendo fila para entrar, y eso si lo hacíamos.

Era la primera vez que veníamos a este lugar y comenzaba a sentirme un poco bastante incómoda al ver a las bombas-modelos-sexuales de mujeres que se encontraban haciendo la fila. Y no hablemos de los hombres.

Creo que una mirada de alguno de ellos bastaría para sonrojarme como cuando tenía ocho años y mi vecino me había dicho que le parecía linda. Pero yo ya no tenía ocho y definitivamente estos hombres no eran como el pecoso y tímido Fede, que a veces me saludaba desde su patio y se ponía como un tomate cuando le sonreía. Aunque ni toda la belleza del mundo quitaba el hecho de que todos esos adonis tenían pinta de creerse los reyes del mundo y ser totalmente arrogantes y unos idiotas.

No juzgues antes de tiempo, me recordé.

No iba a mentir, a pesar de los problemas de autoestima que pude haber tenido e incluso tenía ahora, no iba a negar que mis hermanas estaban buenas. Obviamente que esto podría tomarse como algo subjetivo y que solo lo digo por el hecho de que son mis hermanas y se supone que piense así, pero no.

Y además, si había algo que era seguro de mis hermanas, era que siempre, siempre, éramos sinceras la una con la otra, en especial Lucía. Era tan irritantemente sincera y sarcástica, que era un arma de doble filo.

Sentí un chiflido y apenas se me dio tiempo de darme cuenta de que era Lucía llamándonos desde la entrada, que ya estaba siendo arrastrada por Miranda, otra vez. Cuando llegamos hasta ella, vi a mi hermana hablando con un hombre de no sé, unos treintayalgo en la entrada. Este le sonreía y era obvio que se estaba haciendo el canchero con ella, lo que me llevó a preguntarme de donde se conocían esos dos. Pero enseguida me olvidé de eso cuando el gigante se hizo a un lado para dejarnos pasar y se escucharon algunas quejas y comentarios de parte de la gente que se encontraba en la fila, pero preferí no girarme a verlos. Ya tenía suficiente con sentir sus miradas lanza cuchillos en mi espalda.

A medida que íbamos avanzando por el oscuro pasillo y comenzaba a sentir la música retumbando en cada parte de mi cuerpo, comencé a relajarme y emocionarme por la gran noche que se venía por delante.

-¿Quién era ese y porque nos dejó pasar tan rápido?- Cuestionó Virginia, a lo que Lucía se encogió de hombros, se mordió los labios e hizo un montoncito con la mano como diciendo –que te importa, boluda

La miré intentando contener una carcajada -*putita*- escapó de mis labios y todas estallamos en risas mientras Lucía nos mandaba a la mierda con la mirada.

Tomé de la mano a Miranda y nos adentramos en la pista de baile mientras que las demás iban por las bebidas. Estaba sonando a todo volumen una canción de reggaetón y nos pusimos a bailar a pelo suelto, como si nadie nos viera y como si no tuviésemos ni una pizca de vergüenza, que dado el estado en el que estábamos, no estábamos teniendo. Estaba cuestionándome mi selección de vestuario, más bien de pollera-que-limitaba-mis-movimientos, cuando volvieron las chicas con las bebidas y una Carla ya descontrolada gritando

-¡FONDO! ¡FONDO!

Nos miramos entre nosotras desafiándonos para ver cual desistía primero y se convertía en la niñera-designada de hoy, ya que debíamos cuidarnos las espaldas -porque una nunca sabe- y al ver que ninguna estaba dispuesta a dar el brazo a torcer, Carla se ofreció a llamar a Lucho -uno de nuestros amigos, que estaba muerto por ella- para que nos esté esperando a eso de las seis estacionado en la puerta. Y antes de que siquiera pueda intentar sacar el teléfono, vaciamos nuestros vasos.


Sentí la música y el alcohol correr por mis venas. Pasaron más canciones de las que podía cantar y más vasos de los que podía contar cuando empecé a sentir que me dolían los pies y empezaba a sofocarme. Dejé a las chicas bailando entre sí y decidí ir al baño y a tomar un poco de aire.

En mi torpe camino al baño sentí que mis pies volvían a chocar entre sí por quinta vez y caí contra algo. Al instante sentí que unos firmes brazos me sostenían y, mientras me ponía de pie, comencé a reír como una boluda por mi estupidez, y es que si había algo que caracterizaba a mi persona era mi escasa (por no decir nula) falta de coordinación.

Levanté la vista y mi risa se cortó al mismo tiempo que se me secó la boca y sentí mi cuerpo temblar mientras mis mejillas se acaloraban. Y no era porque me estuviera muriendo de la verguenza, sino más bien era porque una chica me estaba mirando con una molestia palpable que haría que cualquiera se cague en sus pantalones.

-*hmm* *forra*- Quise morirme cuando levantó una de sus cejas y endureció todavía más su mirada, si es que acaso eso era posible.

-Cuidado por donde andas, nenita, esto no es ninguna guardería.

Murmuré una especie de disculpa por lo bajo y seguí mi camino.

Cuando tardé más de cinco minutos en llegar al baño descubrí que el lugar era enorme y que estaba hasta no dar más.

En la ida y la vuelta más de uno intentó hacer que vaya a bailar con él, pero no pude hacer más que negarme. Tenía que encontrar a mis hermanas a menos que quisiera volver caminando a mi casa en plena madrugada y con los zapatos en la mano. Pero eso no paró que me invada un sentimiento de satisfacción por mi elección de vestuario, que consistía de una pollera al cuerpo y un ligero top, ambos blancos. Definitivamente esa era mi elección matadora.

Ya no dejaba que las opiniones de casi nadie influyan en mí, y nunca en mi vida iba a permitir que me traten como un objeto otra vez. Lo que hacía con mi cuerpo lo hacía por y para mí, y sus intentos de acercarse no hacían más que hacerme sentir, en cierta forma, poderosa.

Después de dar más vueltas que una calesita en busca de mis hermanas, había comenzado a pensar que me había perdido hasta que alguien me pegó una palmada en el culo y me giré totalmente furiosa para ver a una Carla totalmente borracha riéndose, muy probablemente, de mi cara.

En ese momento comenzó a sonar la que por elección de las chicas era mi canción y todas comenzamos a reírnos y hacer pasos absurdos llamando la atención un poco más de lo que me hubiese gustado. Pero qué más da, no conocía a nadie, su opinión me importaba nada.

Empezó a sonar un remix del último hit del momento y –probablemente- todas las mujeres del lugar comenzamos a tirar nuestros mejores pases de baile, y fue ahí cuando levanté la vista y la vi. Estaba apoyada contra la pared que se encontraba a mi izquierda, casi sumida en las sombras y con cigarrillo en mano, mirándome directamente a los ojos. Me sonroje otra vez ante su mirada y me giré odiándome por eso, pero no antes de ver lo que parecía un amago de sonrisa en sus labios. Intenté ignorarla pero podía sentir su mirada quemando mi espalda y recorriendo cada parte de mi cuerpo y mi mente me jugaba en contra recordándome lo bien que se veía con esos jeans negros, esa campera de cuero y ese indicio de sonrisa capaz de volver loca a cualquier mujer, para terminar de matar con esos ojos penetrantes que no pude descubrir de qué color eran.

En lo que quedaba de la noche hubo un pesado que no entendía el significado de la palabra no, y seguía haciendo patéticos intentos de bailar con alguna de nosotras. Supongo que se dio cuenta de que pensábamos ignorarlo hasta que sea la hora de irnos o que alguna estaba a punto de patearle los huevos porque se fue, y nosotras seguimos emborrachándonos.

Pensar en las consecuencias que iba a traerme esto al otro día hacía que, por momentos, me arrepintiera de haber aceptado venir.

Contra viento y marea. (Flozmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora