CAPÍTULO I

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Hace 40 años conocí a una hermosa mujer. Caminaba con un estilo único, elegante pero simple, por un camino hecho de piedras que estaba cerca de donde yo cultivaba y recogía manzanas, naranjas y algunos vegetales del huerto de mi padre. Llevaba un lindo vestido floreado, lo suficientemente ajustado como para notar su fina cintura. Miraba al frente y tenía una sonrisa fija, como si alguien le hubiera dicho algo bonito y aún estuviera pensando en ello. Era encantadora... bueno, se veía encantadora. No la conocía. Al pasar, pude escuchar que tarareaba una canción que, por coincidencia, yo había tenido todo el día en la cabeza. Tenía que hablar con ella. No hacerlo sería algo estúpido, ¿no? Inmerso en mis pensamientos y mi indecisión no noté cómo ella desaparecía de mi vista. Había perdido la oportunidad.

Pasé una semana con ella es mi mente. Su manera de tararear la canción, sus pasos, su sincera sonrisa... Llegué a pensar que había sido una ilusión o algún sueño, pero no lo fue. A la mañana siguiente, desperté temprano para arar parte de la tierra y seguir sembrando. El Sol como casi todos los días, brillaba con gran potencia dejando aún más tostada mi piel, la brisa acariciaba mi frente sudada por el tanto arar. El pasto estaba verde y los árboles ya tenían más frutos, era una buena temporada. Siempre trataba de mantenerlo todo vivo, fresco, florecido. De esa manera también me sentiría así: vivo.

Fui a una de las arboledas a recoger las manzanas, cuando la vi. Por la sorpresa me escondí detrás de los árboles; no sé por qué lo hacía, solo fue mi manera de reaccionar a lo que creía que no estaba pasando. Ella no solo pasaba por el viejo camino de piedras, se acercaba hacia mí. Sus pasos, su persona, ella se dirigía hacia mí. No la conocía, ni siquiera sabía su nombre, pero por alguna razón estaba emocionado. Era algo absurdo, pero aún no estaba lo suficientemente cerca y ya sentía como la ansiedad se apoderaba de mí mente.

—Disculpe, perdone que le moleste. Le he visto arar por aquí, miraba su huerto y... —dijo algo distraída mientras miraba alrededor del huerto hasta fijar su vista en el cielo.

—¿Pasa algo? —pregunté, tratando de descubrir a dónde se dirigía su mirada, y pensando en sus palabras: "le he visto".

—Me preguntaba si usted sabría si hay algún río por aquí —dijo algo avergonzada, como si hubiese hecho una pregunta torpe. Era una pregunta válida, estábamos en una temporada en la que el Sol atacaba sin piedad.

—¿No conoce el Río Clair? —le respondí. Deduje que si no sabía de ese río es porque debía ser nueva en el pueblo, pero decidí no preguntarle.

—Perdone, es que lo desconozco. Me mudé hace poco —me respondió con simpleza. Había aclarado mis sospechas, era nueva en el pueblo, por eso no la había visto antes.

Volvió a mirar al cielo, como buscando algo. Bajó la vista y me miró a los ojos; señalaba una manzana y hacía un gesto extraño, supuse que pedía permiso para tomar, así que solo asentí. Tomó una manzana de la canasta, me sonrió y empezó a comerla. 

Otra Vieja HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora