CAPÍTULO III

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Me había pasado todo el verano leyendo libros y cuidando del huerto. No era un granjero ni mucho menos, pero el abuelo había muerto en primavera dejando sin cuidado el huerto que tenía en nuestra casa, así que decidí cuidar de él. Traté de sembrar las semillas y regar las plantas como él lo hacía pero no obtenía los mismos resultados. El primer mes recuerdo estar muy molesto puesto que pensaba que eso de cuidar las plantas no iba a funcionar. Tampoco entendía cómo era que el abuelo, siendo ya tan viejo y viniendo de una familia cómoda como la nuestra (no éramos ricos pero no nos faltaba nada y vivíamos bastante bien), había decidido ensuciarse las manos para cuidar de un huerto que cualquier otro que contratase pudiera cuidar por él. No fue sino hasta que le comenté a mi madre lo frustrado que me sentía que pude entrar en razón.

—¡No entiendo como el abuelo se prestaba para estas cosas! —grité al entrar a la casa por la puerta de la cocina, cerrándola con un gran estruendo.

—No cierres la puerta de esa manera, Gael —me reprendió mi madre con calma. Estaba acostada en el viejo diván de la sala leyendo algún libro de temas peculiares como siempre.

—¡Madre, es que no lo entiendo! ¡¿Cuál es el punto de todo, para qué lo hacía?! —Volví a gritar caminando hacia donde se encontraba.

—Tranquilízate, Gael. Es muy temprano para uno de tus berrinches —volvió a reprenderme mi madre con toda la paciencia del mundo. Era algo que respetaba mucho de ella.

—¿Por qué un hombre con dinero estaría dispuesto a ensuciarse las manos con tierra, madre?— le cuestioné de una forma más calmada, como le gustaba que le hablaran.

—Te tengo la misma pregunta, cariño. También eres de esta familia. En lo que llevas vivo nunca te ha faltado nada. La familia de tu padre y yo nos hemos encargado de eso. Sin embargo, desde que tu abuelo murió, sin siquiera cavilar la idea, fuiste al huerto y empezaste a cultivar las plantas —me respondió.

—Sí, pero...

—No sabes el por qué o al menos aún no lo tienes bien claro —me preguntó mirándome fijamente a los ojos como esperando a que diga la respuesta correcta.

—Solo creí que alguien tenía que hacerlo o las plantas morirían —le respondí evitando su mirada.

—¡Ay, Gael! ¡¿Pero qué cosas dices?! Pudiste buscar a alguien para hacer el trabajo pesado: arar la tierra, sembrar, cosechar los frutos...

—Lo sé, lo sé, madre... —le dije mientras caminaba hacia la encimera de la cocina para tomar una manzana.

—Entonces, dime. ¿Por qué lo haces tú, Gael? —inquirió mi madre.

—Lo hice porque se lo debo al abuelo— le dije luego de darle un mordisco a la manzana que había tomado.

—¿Qué es lo que le debes? —siguió preguntando.

—Le debo un buen nieto, ser alguien útil. No solo ser el hijo del hijo de un hombre rico. Él siempre me dijo eso —respondí.

—¿Y eso que tiene que ver con el huerto? —preguntó.

—¿Seguirás haciéndome preguntas, madre? —le pregunté algo fastidiado.

—Cariño, pero si tú has sido quien ha planteado las preguntas que solo un hombre muerto puede responder. No menosprecies mi ayuda, no encontrarás nada mejor —me dijo con su cara de "sabes que tengo la razón, Gael''.

—El huerto era importante para el abuelo, solo quiero entenderlo y que también se vuelva importante para mí —le respondí a su pregunta.

—Verás que con el tiempo hallarás más razones de las que crees —me dijo mientras se paraba para buscar otro libro.

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