Ámbar llegaba a casa, después de visitar cientos de tiendas y de, prácticamente, haberse recorrido dos veces todo el centro comercial. Tenía los pies doloridos.
Si bien había estado toda la tarde con Emilia, en ningún momento pudo sacar la información que quería. Ámbar sabía que había algo detrás de aquel encuentro fortuito entre Emilia y Benicio, un encuentro que no olía bien. Pero por más insistencia que hubiera hecho, Emilia no había hablado del asunto, debía admitir que ella era buena no solo para evadir el tema sino para inventar mentiras.
Incluso era más buena que la mismísima Ámbar... y eso en algún punto la enojaba.
¿Acaso no eran amigas? Pues parecía que no.
Entró a la casa y antes de poder dirigirse a su habitación Alfredo la detuvo.
– Ámbar, querida ¿cómo estuvo tu día? – Preguntó Alfredo amablemente.
– Bien, estuve en algunas clases, fui a entrenar y luego fui con una amiga a comprar algunas cosas.
– Me alegro mucho – sonrió Alfredo – veo que no compraste nada.
– No – contestó Ámbar dibujando una sonrisa de simpatía hacia Alfredo – no había nada que me gustara.
– Ámbar no sé si sabes, pero Luna está muy triste últimamente porque la sacaron del equipo y como se acerca su cumpleaños – la sonrisa que Ámbar embozaba fue borrándose lentamente – he pensado en organizarle una fiesta sorpresa aquí en la mansión para levantarle el ánimo, invitaríamos a todos sus amigos del colegio y del Roller, será una buena forma de animarla.
– Ah – fue lo único que Ámbar pudo responder.
– Y como sé que tus gustos son exquisitos he pensando en vos para encargarte de la decoración y los preparativos ¿qué te parece?
¿Cómo dices que dijiste?
Se alegraba saber que todavía habían personas que la consideraran de gustos exquisitos porque era cierto, pero odiaba la idea de que aun Alfredo no sé diera cuenta que odiaba a Lunita.
No había que ser un genio para no darse cuenta que Luna no le caía bien, no solo por todo lo que había hecho en el pasado sino por el hecho de que evitaba a los Valente a toda costa, por eso almorzaba y cenaba afuera de su propia casa, incluso trataba de pasar la menor parte del tiempo posible en la mansión y, cuando estaba presente, evitaba toda conversación con aquella gente.
Acaso no se nota que no me agrada.
Pues parecía que no, porque ahí estaba Alfredo, pidiendo un favor que no tendría que haber pedido nunca.
Además Luna se merecía que la echen del equipo, ella tenía la culpa de no haber sido más precavida, definitivamente se le daba muy mal ocultar secretos.
– No es que no quiera – empezó Ámbar a justificarse – me encantaría ayudarte, solo que tengo mucho trabajo en la facultad, además ya se acerca la fecha de la competencia, no quiero comprometerme y luego no poder hacerlo.
– Entiendo – contestó Alfredo un poco desilusionado pero aun con la sonrisa en su rostro – estás muy ocupada. No importa, veré si me ayudan Tino y Cato.
– Cuanto lo siento – contestó Ámbar apenada – bueno, iré a descansar un poco antes de cenar, he estado caminando casi todo el día.
Ámbar se alejó tirándole un beso al aire a Alfredo. Mientras subía las escaleras sintió cierta culpa por la expresión de tristeza que vio en el rostro de su ex abuelo, podría haber ayudado a Alfredo si hubiera sido la fiesta de cualquier otro, incluso de Tino y Cato, de todos menos de Luna.
Prefiero quitarme todas las cejas antes que organizar algo para esa.
Llegó a su habitación, lo primero que hizo fue tirarse en la cama y acostarse.
Cuando la echaron del equipo nadie se había preocupado por sus ánimos. Nadie le había preguntado cómo se sentía, nadie se puso a pensar que ella se sentía mal por haber sido expulsada del equipo cerca de la competencia final, pues había trabajado duro para llegar allí.
Se ponía en el lugar de Luna, sí, puesto que el sentimiento era horrible. Pero cosechas lo que siembras ¿cierto?
No sabía si era solo tristeza, más bien lo que sintió en ese entonces fue impotencia. La impotencia de no poder hacer nada al respecto. Y, para qué negarlo, también haba sentido arrepentimiento, por culpa de haberse comportado de aquella manera había perdido mucho. Su puesto en el equipo del Roller, estudiar en una de las Universidades más prestigiosas de Francia, la poca confianza que su madrina le tenía... había perdido a Simón.
Pero parecía que era la única que lo perdía todo por equivocarse, pues ahí estaba Luna, siendo querida y protegida por todo aquel que se acercaba a ella.
Ahora se preguntaba si alguna vez Alfredo la abría querido, si a él también lo había perdido, puesto que no se podía perder algo que nunca había tenido ¿cierto?. Sabía que Alfredo conocía cada una de las cosas que había echó, lo que no entendía era porque actuaba como si no lo supiera.
¿Acaso la habría perdonado? ¿Acaso él si entendía que todo había sido una travesura que se le había salido de las manos? ¿Qué todo lo que sucedió no habría sido con total intención?
Pero incluso así, Alfredo parecía muy lejos de quererla. Ámbar lo notaba, él no la miraba como miraba a Luna, no se acercaba a ella como lo hacía con Luna, no le sonreía como le sonreía a Luna.
Hubiera dado todo porque tan solo Alfredo, su ex abuelo, la contuviera como lo estaba haciendo con Luna.
O que se acordará de su cumpleaños, pues tampoco faltaba mucho.
Quizás no sirvo para ser amada.
Suspiró resignada. Cerró los ojos y en tan solo segundos se quedo dormida.
No mucho después Alfredo tocó su puerta. Entró pidiendo permiso, pero no oyó respuesta alguna, pues la persona que buscaba se encontraba acurrucada en sí.
Alfredo se acercó hasta su nieta del corazón y la observó. Se veía tan frágil a comparación de la chica seria, directa y reservada que veía pasar por la mansión todos los días. Se parecía tanto a su propia hija, a Sharon, lo que le resultaba extraño pues Ámbar no era en sí parte de la familia directa. Aunque haber vivido todos esos años bajo las reglas estrictas de su hija la fueron amoldando a su manera de ser.
Sin pensarlo, buscó por su habitación algún cobertor, encontró uno pequeño en su armario. Llegó nuevamente hacia ella y la cubrió, no sin antes apartar todos los mechones de su rostro. Ahí es donde vio un pequeño surco y una lágrima contenida en una de sus fosas nasales.
– Mi querida, qué es lo que te hace llorar – preguntó un apenado Alfredo.
Esas últimas semanas la había observado y, ciertamente, no le había gustado lo que había visto. Sabía que Ámbar no era una chica alegre pero tampoco era una de aquellas chicas que llegaba tarde y se encerraba en su cuarto.
Desde que le mostró aquellos papeles todo había empeorado. No solo se la veía poco, si no que las pocas veces que estaba en la mansión la notaba pálida, con ojeras y mucho más delgada.
Le había dado espacio, no quería presionarla, tampoco quería asustarla e incomodarla con su presencia pues después de todo se conocían hace muy poco. Ahora se preguntaba si había hecho bien, pues Ámbar seguía igual o peor.
Pensó que quizás las fiesta iba a distraerla, de tal forma mantendría la mente ocupada, pero parecía que la noticia no le había agradado en lo más mínimo. Quería creer que no tenía ganas, pero algo en su interior le decía que en realidad no le agradaba su nieta.
Antes de irse para dejarla descansar, le dio un tierno beso en la frente, se levanto de su lecho y se dirigió a la salida. Pero antes de cerrar la puerta suspiró pesadamente, preguntándose cómo debía actuar con ella.
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ÁMBAR SMITH
FanficÁmbar Smith no iba a quedarse de brazos cruzados cuando toda su vida se desmoronaba frente a sus narices. Mucho menos cuando la única culpable de ello era la chiquilla fastidiosa de Luna. Estaba dispuesta a devolverle todo el sufrimiento con la mism...