Sentadas en el bar, iban ya en su segundo shot y Liz se sentía un poco mareada pero más feliz que nunca; le habían coqueteado tres chicos y compartía con su fiel amiga y antigua compañera de colegio, Jazmín. Casi nunca lograban coincidir en verse, pero cuando lo hacían no había nada que pudiera impedirles pasar un buen rato.
- Asi que tu jefe es un tipo de ¿amor predestinado? – le preguntó Jaz mientras su amiga se terminaba su tercer trago.
- Mas que destinado diría que es un amor tortuoso, ya que gracias a eso él se ha encargado de hacérmelo pagar desde la primera vez que nos vimos.
- Vaya...Toda una rompecorazones desde el inicio de los tiempos ¿eh? – se rió Jaz mientras la instaba a terminarse el último trago. – Lo que me hace recordar esa película acerca de un diario perteneciente a una condesa, a la que las mujeres le pagaban para romperle el corazón a sus esposos por serles infiel...
En ese momento, ella freno el último trago para darse cuenta que había olvidado el diario, que mantenía desde pequeña, en la oficina; había estado tan embelesada con el mismo tema, que para dejar de seguir pensando en lo mismo, decidió escribir todo lo sucedido en él y había funcionado grandiosamente, pero lo había olvidado en el peor lugar posible. Se despidió rápidamente de Jazmín y asimismo salió rumbo hacia su oficina, rezando para que aún quedara alguno de los encargados del aseo para así poder entrar.
Sin aliento y tambaleándose, llego a su cubículo y ahí escarbó infructuosamente cada rincón de su escritorio, luego de unos momentos decidió renunciar e irse a su casa, para así retomar la búsqueda al día siguiente, muy temprano pero con la luz de su lado. Cuando iba de salida no pudo dejar pasar que la puerta de la oficina principal se encontraba entre abierta, lo cual era raro. Al terminar la jornada laboral, todas las oficinas eran cerradas con llave para así proteger los trabajos de los escritores que confiaban sus manuscritos a la empresa.
Sigilosamente empujó la puerta para comprobar si había alguien dentro; ahí pudo divisar la silueta de un hombre fornido parado frente al gran ventanal desde el que se podía ver las luces nocturnas de la ciudad, este hombre se encontraba enfrascado en un pequeño cuaderno, el cual Liz reconoció aún cuando todas las luces se encontraban apagadas.
- ¿Qué haces leyendo mi diario? – le dijo Liz caminando dificultosamente para recuperar su cuaderno, pero antes de alcanzarlo el hombre la esquivó su mano y caminó hacia el escritorio.
- Interesante lo que escribe aquí Señorita Paterson, no sabía que poseía tales dotes literarios y menos aún la vi capaz de hacer uso de tales groserías.
Liz, ebria, se encontraba realmente enfadada al notar la diversión bajo las palabras de su jefe. Ella podría haber tolerado que se mofara de asuntos superficiales acerca de ella durante la convivencia en la oficina, pero no lo haría cuando sabía tanto sobre ella luego de haber leído sus más profundos pensamientos, aquellos tan suyos que no se los había confiado ni a su mejor amiga.
- Así que nosotros juntos en el siglo XVI... había oído fantasías entre jefe y empleada, pero esto es digno de una novela nivel 50 sombras, pero de faldas escocesas. ¿Qué tiene que decir acerca de todo esto? – la enfrentó acercándose lo suficiente para que ella pudiera aspirar la esencia tan suya que la dejo embelesada, la mezcla del alcohol y el calor masculino dejó a Liz mirándolo con unos ojos más apasionados, decidiendo arriesgarse.
- Todo es cierto, no me lo he inventado. Y yo sé que tú también sientes un vínculo que va más allá de lo profesional – a medida que hablaba, Liz fue acercándose a él hasta que se encontró de puntillas posicionando sus brazos en su nuca, hasta que en un impulso posicionó sus labios en los de él perdiéndose en un beso en el que se percibía la conexión fuera de este tiempo que compartían ambos, no lo sentían como si fuera el primer beso entre ellos.
En la mente de Ethan había un desconcierto monumental, nunca esperó que luego de molestarle un poco reaccionara así, pensó en miles de reacciones que podría haber tenido pero no estaba preparado para aquella. A medida que se profundizaba el beso, una imagen borrosa fue materializándose en la mente del dueño de la compañía, vio una silueta familiar de una mujer en un vestido largo con un espectacular cabello caoba mirándolo con anhelo, pero de pronto todo rastro de la imagen fue borrado y esto vino con sentimiento de dolor de una traición en forma de una punzada en el pecho. Rápidamente rompió el beso, quedando ambos jadeantes y desconcertados. Liz, sonrojada decidió a volver a acercarse, pero en ese momento pero Ethan se alejo rápidamente muy molesto.
- No se atreva a acercarse señorita, usted ha cometido una ofensa grave en su puesto de trabajo. – habló de manera firme mientras volvía a refugiarse tras su escritorio, sentándose en el sillón de cuero – Aunque no se encuentre en horas laborales, usted está en un estado de ebriedad en su sitio de trabajo; está demás, supongo, informarle el término inmediato de su contrato de trabajo por lo que la insto a retirarse y esperar dentro de las 48 horas la llegada de su carta de despido junto con la cantidad acorde a los días trabajados durante este mes. Hasta luego señorita Paterson y no se preocupe, no dejaré constancia de este episodio en Recursos Humanos, por lo que no dudo que podrá encontrar fácilmente un nuevo puesto de trabajo.
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Un resentimiento de medio milenio
RomanceElizabeth Paterson vivía una vida tranquila con un empleo soñado, pero todo cambia de hace tres meses cuando llega trasladado a Chicago el nuevo dueño de la compañía editorial, Ethan Berkley. Desde ese momento su vida se vio interumpida por constan...