Día tras día lloraba su desdicha, se preguntaba qué había hecho para merecer tal castigo incontables veces.
¿Cómo es que existe tanta maldad en una sola persona?
¿Acaso amar era un pecado? ¿Alejarse por temor a destruir una familia lo era?
Tan sólo quería hacer lo correcto y en el camino encontró algo mejor, creía que Dios lo había recompensado por tomar una buena decisión.
Pero la maldad del ser humado era grande.
—Oh ¿Otra vez llorando?
Aquella tan conocida voz retumbó en sus oídos, su cuerpo tembló del miedo e impotencia.
—No te preocupes, quién sabe, tal vez pronto tu deseo se cumplirá, aquel bastardo te hará compañía cuando menos lo esperes, claro eso depende de que me divierta un poco más con su desdicha.
—P-Por favor...n-no le hagas...daño —pidió resonando su voz débil, hace días que no probaba bocado, aquel hombre le daba de comer cuando le daba gana, sólo para asegurarse de que no muriera.
—¡¿CREES QUE ESTÁS EN POSICIÓN DE PEDIR ALGO DESPUÉS DE LO QUE ME HICISTE?!
—L-Lo siento...
Sólo había amado, tan sólo eso, y el precio fue muy grande, demasiado.
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Obligado a casarse con una mujer cuya vida desconocía, tampoco era que le desagradara o que le importara casarse sin amor. Después de todo, su esposa no era desagradable, era elegante, hermosa, de buena educación y sobre todo de muy buena familia, la esposa perfecta para el heredero Bernand.Pero incluso al hombre más exitoso quien no se deja dominar de sus sentimientos, uno de ellos puedes hacerle una jugada inesperada, y ese había sido el caso de Daniel...
En una salada de hospital, una hermosa mujer de cabellos largos azabaches se encontraba con su primogénito en brazos, habían sido horas eternas de dolor, pero todo eso había valido la pena a la hora de tener a su bebé en brazos, su esposo no podía estar más contento, tenía un heredero al fin, un hijo a quien le entregaría todos sus conocimientos para que lleve con orgullo la procedencia Bernand.
—Mira Víctor, es tu papi —decía la mujer azabache con voz suave hacia su bebé quien mantenía sus manitos cerradas al igual que sus ojos.
El mencionado esbozó una ladina sonrisa viendo los gestos de su primogénito.
—Lleva a penas dos horas de nacido Elena, aún no puede abrir bien sus ojos mucho menos entender lo que le dices.
La mujer infló sus mejillas en un mohín viendo a su esposo con reproche para luego esbozar una sonrisa volviendo su atención en su bebé.
El sonido de la televisión hizo despertar a Daniel de sus profundos sueños abriendo sus ojos con pesadez a la vez que de sus labios salía una pequeña maldición.
Como si su cuerpo fuera de plomo, se levantó del sillón, no sabía cuánto había dormido desde que llegó de Cancún, abrió la puerta de su habitación entrando ya más despierto, sus pasos eran tranquilos esbozando una afilada sonrisa en sus labios pensando en lo mucho que su"huesped" le había extrañado.
Aquel librero fue removido de su lugar, situado cuidadosamente en su propia habitación, dejando paso a la vista de una especie de túnel, con un pequeño interruptor a lado Daniel encendió las pocas luces que iluminaban el camino hacia unas escaleras a un piso subterráneo.
Pasando por paredes húmedas y en mal estado, en medio de algunas celdas, al fondo se logró divisar una, con la diferencia de que en esta si se encontraba un ser vivo, una persona.
Hacia aquella celda era que Daniel se dirigía, con una sonrisa afilada contempló unos cabellos largos azabaches que escondían unos grandes ojos del mismo color, su cuerpo delgado casi sin fuerzas, sólo su fuerza de voluntad lo mantenía en pie de no tomar la decisión de suicidarse, o mejor dicho, aquel ángel en peligro que nada tenía que ver con sus errores y la maldad de aquel hombre.
Al sentir las pisadas ya bien conocidas de Daniel ni si quiera se inmutó a levantarse de aquella pequeña colchoneta en mal estado.
—¿Quieres saber si logré lastimar a tu hijo?
Al escuchar la mención de su hijo el menor rápidamente alzó su mirada con desespero, pero al notar que el hombre no traía una sonrisa triunfante fue como un pequeño alivio para él.
—Esta vez fallé, escogí a la persona equivocada, y el bastardo a estas a alturas ya debe estar revolcándose, claro, siguiendo tus malditos pasos.
En su rostro una pequeña sonrisa se alivio se formó, pero poco duró al ver la del azabache mayor.
—No cantes victoria Izuna, ya me cansé de jugar niñerias, quizá el día en el que puedas conocer a tu hijo no esté muy lejos —su sonrisa afilada se ensanchó dándole la espalda para encaminarse a la salida dejando a un desesperado azabache quien rápidamente corrió como pudo hasta chocar con las barras de aquella celda derramando lágrimas de súplica.
—Por favor ¡Por favor no! ¡No a mi hijo! ¡Daniel! ¡Te lo imploro! Mátame en su lugar pero por favor no le hagas daño —suplicaba el de cabellos largos siendo ignorado por el mayor quien con una sonrisa triunfante por la desesperación de Izuna cruzó aquellos pasillos donde los gritos de Izuna se hacían casa vez menos audibles, quizá por la distancia, o porque con cada grito desesperado su fina voz se apagaba.
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Habían pasado ya varios días desde tu llegada a Cancún, es más, esa misma noche partirían nuevamente al Instituto, las vacaciones ya habían terminado, sin embargo, en medio de tantas risas, emociones y demás momentos dichosos junto a tus amigos y pareja ¿Se te pasó cierta pregunta por la cabeza?
La última vez que tuviste relaciones con tu alfa ¿Tomaste tu pastilla?
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Sólo eso pude:, u
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Mío 『️Rp』️◆️CERRADO◆️
AcakTodo lo que amaba era arrebatado por ese sujeto. ..su padre... . . Enviado a un internado en Tokio por el hombre que supuestamente era su padre, quien lo considera una vergüenza para la familia Bernand, por su naturaleza, por ser omega, por según él...