El presente.
El reino de hielo.
Los deberes de la nobleza eran muy pocos, para todo aquéllo tenían a sus sirvientes y los que eran sus mas leales súbditos.
El príncipe Ciel estaba acostumbrado a despertar temprano, salir a sus clases al campo y después recibir entrenamiento por parte del general William T. Spears.
Mientras tanto, el rey, desde su adolescencia se le apoyó para ir a reuniones y así obtener aliados o cerrar tratos de producción, y los demás días charlaba con sus siguientes al mando, ya fuere su consejero, el capitán o alguno otro.
Comúnmente con la nana de Ciel, Angelina.
Desde que eran niños, le había tomado cierto aprecio a su hermano, aunque el menor siempre se mostraba reticente de alguna forma a las muestras de afecto del moreno, aunque no sabía porque; pese a ello, el respetaba sus límites.
Todo estaba en paz, por ahora; Sebastian no tenía intenciones de pelear, mas, a su pesar, debía llevar a cabo el legado de su padre.
El no conocía a ciencia cierta la historia propia de su reino, pues cuando era un niño apenas si paso todo aquéllo de las batallas por territorios, y recordaba que su padre había vivido de forma distinta a como era antes de llegar al castillo.
Aunque no quería tener esas memorias dolorosas...
Su padre nunca fue bueno, y jamás trató bien a su hermano. Eso le chasqueaba un poco, pero se quedaba sin decir nada, igual, el trono sería suyo mas adelante; y así fue.
Siendo el heredero único, quería dar buen ejemplo y que Ciel se sintiera a gusto dentro de la "familia" que constituye en solo ellos dos.
Ni siquiera estaba seguro del porque, pero se preocupaba bastante por ese crío aunque su padre se había esforzado por mantenerlos alejados.
William, el capitán de las tropas, constantemente era visto dentro del área noble, era un recién llegado al puesto y a Sebastian no le agradaba el tipo, aunque la confianza que su padre había puesto en el era demasiada como para dejarlo ir fácilmente solo por un sentimiento discordioso.
Ciel, por su parte, al terminar sus obras del día y compromisos reales, salía de incógnito acompañado por uno de los soldados para no peligrar allá afuera.
Se mezclaba con el pueblo, gastaba su dinero libremente y la pasaba bien estando lejos de su vida real.
Eso, claramente no lo sabía el rey, ¿Que diría cuando se enterase de todo esto?
-Mocoso, tu nunca te das prisa a escoger algo de la panadería.-criticó el soldado acompañante.
-Calla, te compraré uno de nuevo.-prometió el menor al fijarse en los aparadores y tomar un par de pinzas de madera.-¿Tienes prisa hoy?
-No, pero gracias al tonto de Spears tengo que recoger a los nuevos reclutas.
-Spears es un estirado.-siguió hablando.-me preguntó porque será tan rígido.
-Tal vez está estresado sexualmente.
-¿El que?
-Vamos, tienes 15, algo debes saber, mas aún porque te prometieron con Lady Elizabeth.
-Ella está lejos, ni siquiera ha de saber que existo.
-Lo sabrá, con el tiempo. Pero debe saber impresionarla, su majestad.
-¿Que me puede enseñar el soldado Slingby?
-Usted no tiene idea.-rió jugueteando con el menor. En ello, el chico se gira con una bolsa de papel en las manos.-¿Terminó?
-Listo... toma.-sacó y le dio el que le había conseguido.
-¿No le llevará uno a su hermano?
-¿Porque?
-Están de luto, tal vez le caería bien la compañía de su hermano.
-Sabes bien que mi padre no fue alguien... apegado a mi, tal vez a el le duela, pero no nos tenemos la confianza para poder tratarlo fácilmente.
-Pues, su padre era el loco, no el.
-Me da igual... Ahora, llevame al coche, tenemos que volver para la reunión.
-Bien...-aceptó al acatar la orden guiándolo a una de las calles del norte.Al llegar, Spears le esperaba en la entrada.
-¿Se puede saber donde estaba?
-No te interesa.
-Me tienen a cargo de usted, así que me debe una explicación.-miró la puesta de sol.-la cuál me dará mas tarde, tiene que cambiarse ya.
-Si, si, lo se.-aceptó el ojiazul al subir rápidamente a su habitación, ahí le esperaban unas doncellas que le llenaron de adornos al cambiarle el vestuario a uno un poco mas sencillo y holgado, lo único que les identificaba, eran los accesorios finos y los colores claros. Sin embargo, en esta ocasión, le hicieron llevar un color azul oscuro, ya que con ello, en su reino se interpretaba como respeto ante la muerte de cualquier perteneciente a la nación del hielo. Un color triste, para ellos, claramente.
Ciel, estando listo, se decidió por bajar a la merienda, en la cuál vería a su hermano mayor.
En la sala grande, todos esperaban al príncipe, en especial el joven Sebastian, el cuál hizo seña para que se sentará a su lado.
Está demás decir que tuvo que hacerlo.
El moro le miró tratando de enaltecer cierta conexión entre ellos.
-No esperaba que bajaras.
-Tenía que hacerlo.-aseguró, el contrario asintió con cierta mirada de consuelo.
Al estar completos, la cena comenzó, y los invitados guardaron silencio en todo momento.
Se le llamaba, la cena de paz; estas duraban alrededor de una hora y media, y nadie hablaba hasta llegado el momento de irse, en el cual solo se limitaban a inclinarse como despedida.
Esa noche, irían a dormir sin entablar conversación dentro del castillo, pues, seguido de la cena de paz, se llevaba a cabo la noche del silencio, la cuál se creía que ayudaba a que el difunto sintiera el respeto de sus allegados y la tranquilidad suficiente para poder cruzar al mas allá.
El reino del hielo no solo era llamado así por sus habilidades, sino también por sus costumbres.
Ciel Phantomhive había ido a dormir esa noche sin ningún remordimiento. Para el, nada había cambiado.
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Reinos Divididos.
RandomEl misterio de la procedencia de aquél carmesí, la duda de quién es el antagonista de toda la historia, ¿A donde llevará toda esta guerra?