America Chase.
America temblaba. Movía los pies frenéticamente a la espera de que alguien la llamase para pasar a la sala. Le había costado tomar aquella decisión y tenía miedo de arrepentirse si la hacían esperar mucho tiempo. Porque esperar conllevaba pensar, y pensar conllevaba dudar de ella misma. La bolsa de deporte que había a su lado la hacía parecer una chica a punto de perder un tren. Sin embargo, no era precisamente esa su situación.
Una mujer con uniforme azul marino salió de la dichosa sala. Llevaba un portafolios con nombres anotados y tardó unos segundos (que a la morena se les hicieron eternos) en encontrar a la siguiente persona en declarar.
—¿America Chase?
La mencionada se puso de pie y cogió su equipaje. La agente le sonrió con amabilidad y la invitó a pasar. La sala en cuestión era un espacio enorme y tenía varias mesas de madera con ordenadores y sillones de despacho repartidas de forma ordenada por todo el espacio. La agente condujo a América hasta una de las mesas del fondo, en las que otra mujer más joven tecleaba algo. Cuando la chica se sentó, la mujer dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y se desplazó para que la pantalla del ordenador no la impidiese mirar a America a la cara. Aquel gesto reconfortó levemente a la chica; al menos aquella desconocida le iba a prestar atención.
—Buenos días. ¿Cuál es el asunto que la ha traído hasta aquí?
La temida pregunta y la valiente respuesta. America tragó saliva. Pero no iba a vacilar ahora. No después de tanto tiempo.
—Me gustaría denunciar un caso de violencia doméstica.
La agente asintió y cogió un papel de uno de los diversos montones que había en el escritorio.
—Necesitaría que me dieras más detalles ¿Te sientes cómoda aquí? ¿O prefieres que vayamos a un lugar más privado?
—Preferiría... — America miró a las diversas mesas de su alrededor—. Un lugar con menos gente, la verdad.
La mujer asintió y se levantó, acompañándo a la chica a seguirla con un gesto. America obedeció y siguió a la mujer hasta una estancia mucho más pequeña. De nuevo había un escritorio y un par de sillones de despacho, pero estaban solas.
—¿Mejor así? ¿Quieres agua? ¿Café?
America negó con educación y trató de relajarse. Había planeado y ensayado aquella conversación mil veces en su cabeza. Pero ahora estaba allí, delante de una agente de policía que la miraba con dulzura y esperaba pacientemente a que empezase a hablar. Tomo una gran bocana de aire y la soltó despacio. Estaba a punto de dar el paso probablemente más importante de su vida. Y pensaba pisar bien fuerte. Por ella. Porque era lo que merecía después de todos aquellos años.
—¿Qué tipo de detalles necesita? —le preguntó a la agente con toda la seguridad que fue capaz de reunir.
—Todos los que puedas darme. Cuantos más, mejor.
Y entonces la morena comenzó a hablar. Habló y habló y habló. Los minutos pasaron a ser horas. La agente de policía asentía de vez en cuando y tomaba notas. La voz de la chica se mantuvo firme durante todo el relato. America recreó con palabras las numerosas peleas que se llevaban desarrollando durante años bajo el techo del que alguna vez había sido su hogar. Contó cómo al principio sólo eran gritos, luego amenazas, luego amagos. Y después llegaron los golpes. Una vez que su padre cruzó aquel límite, nunca volvió atrás. El hombre había descubierto que la ira y el alcohol eran una manera maravillosa de deshacerse del estrés que le causaba el trabajo. Le hacían sentir bien, confirmaban que aún era él quien tenía el poder. America había tratado de huir muchísimas veces, pero siempre era inútil. Con el paso del tiempo había aprendido que era mejor resignarse. Cerrar los ojos, apretar los puños y esperar. Desear en silencio que hubiese tenido un día medianamente bueno. Intentar volverse invisible.
Cuando estaba llegando al final de su narración, se detuvo un momento y buscó algo en uno de los bolsillos de su bolsa. Puso un papel doblado en cuatro partes sobre el escritorio y trató de aplanarlo con la mano antes de ofrecérselo a la agente.
—Es un parte médico —explicó America mientras la mujer desplegaba la hoja—. De la última paliza. No estaba muy segura de si me había dislocado el homrbo, así que me escapé de casa y fui a Urgencias. Me hicieron una examinación completa. Pensé que quizás sería útil traerlo.
La policía guardó silencio mientras leía el informe. Además del (largo) listado de lesiones y marcas que la adolescente presentaba, la persona que lo había realizado había escrito en el apartado de observaciones que "no parecían heridas fortuitas, sino inflingidas" y apuntaba que sería beneficiosa una evaluación psicológica. Aquel documento era una prueba, una muestra del infierno de aquella muchacha de piel pálida y ojos cansados.
—Pensaste bien. Has sido muy valiente haciendo todo esto, ¿sabes? —dijo la mujer uniformada, sonriendo con calidez.
America no contestó. Se sentía ligeramente mareada, posiblemente por la cantidad de información que después de tanto tiempo encerrada en su interior había salido al exterior.
—Sólo tienes que hacer una cosa más. Necesito que rellenes estas hojas —dijo, abriendo un cajón y poniendo delante de la chica un papel rosa y otro amarillo—. Una es para que nos des todos los datos de tu padres que conozcas. La otra es para que se te reconozca como testigo en peligro. A partir del momento en el que las firmes, estarás a salvo.
La chica asintió automáticamente con la cabeza y tomó el boli que la mujer le ofrecía. Completó los dos formularios, permitiéndose saborear el momento en el que su nombre y el garabato que representaba su firma se dibujaron en la fina hoja de papel. Ya no había vuelta atrás.
—Estupendo. Desde ahora los derechos de tu padre sobre ti están bloqueados. No tienes que volver a casa o responder ante él. Vamos a meterte en el programa de protección de testigos, por lo que si lo solicitas uno de nuestros agentes te acompañará en todo momento cuando tengas que ir a un lugar público, sea del tipo que sea. También tienes a tu disposición una habitación en uno de los edificios estatales de la ciudad. Es parecido a una residencia de estudiantes, para que te hagas una idea. Puedes alojarte ahí el tiempo que necesites o incluso hasta que se dictamine una sentencia sobre tu padre.
—En realidad ya he encontrado dónde quedarme. Mi hermano mayor vive no muy lejos de aquí. Se independizó en cuanto pudo por... bueno, por razones obvias. Le pedí que viniese a recogerme, así que seguramente esté esperándome en la puerta. Pero muchas gracias por su ofrecimiento. Por todo, en realidad.
—No hay de qué, America. —La agente no borró su sonrisa en ningún momento. America no recordaba que alguien la hubiese mirado de aquella forma alguna vez.
—Entonces ¿hemos terminado? ¿Me puedo ir?
La policía asintió. Acompañó a America hasta la puerta de la primera sala y se despidió de ella. Le dijo que pronto la llamaría con novedades y la chica volvió a darle las gracias. Salió de la comisaría con la bolsa de deporte fuertemente agarrada. El viento frío le desordenó el pelo y le congeló la nariz. No había nadie esperándola fuera. Pero eso America ya lo sabía. Al fin y al cabo, no tenía hermanos.
Comenzó a andar con pasos decididos, seguros, valientes.
Era libre. Lo había conseguido.
Nunca más volverían a saber de ella. Al lugar al que iba nadie podría hacerle daño. Nunca más.
@purplestars se ha desconectado
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Ravel.
Short Story¿Qué pasaría si cinco totales extraños acabaran ayudándose entre ellos? ¿Qué pasaría si trataran de descubrir quién es la persona que se esconde al otro lado de la pantalla? La vida no es fácil. Todos sabemos eso. Pero ¿cómo íbamos a imaginar que se...