"Mordidas" (Malrry)
Sus ojos verdes se clavaron en la mirada siniestra del pirata. No aguantaba ni un minuto más atada en esas sogas con olor a humedad, ni soportaba sentir que la chapa que se encontraba sobre ellos los aplastaría en cualquier momento.
-¿Qué pasa Malsy? ¿Estás aburrida? -se burló Harry, pasando el filo de su garfio por la cuerda, sin hacer fuerza para no cortarla.
-Libérame, no me hagas recurrir a la fuerza. -Ese comentario le causó gracia al joven, quien lanzó una carcajada.
-Y a mí no me hagas recurrir a mi garfio. Agradece que todavía me importas, sino estarías con heridas en tu cuello.
-Así que aún te importo, ¿eh? Ha pasado tiempo desde aquel día. Todavía tengo la mordida en el mentón. -Luego de decir esto, levantó la cabeza para dejar ver su cicatriz.
-Y yo en la oreja. Éramos unos niños.
-Tú tenías quince.
-Y tú doce.
-Querías estar con una niñita de doce, ¿eso no es ilegal, Hook?
-Cállate, tú querías estar conmigo, no yo contigo.
Ella rió.
-Entonces explícame por qué te importo.
Se quedó callado, mirando fijamente esos faros verdes que lo volvían loco.
-Explícame, o libérame. Todavía no sé por qué me ataste. -Lo extorsionó. Él cortó las sogas con su garfio y dejó a la pelimorada en libertad. Al terminar, se dio vuelta para irse, pero la jovencita lo tomó de su chaleco, haciéndolo dar vuelta y mirarla.
-Tú y yo tenemos algo pendiente, ¿recuerdas?
Ella lo llevó a lo que parecía ser una casa abandonada que estaba cerca del callejón donde estaban, y se sentó sobre una mesa de madera podrida que había dentro.
-Si tu padre y mi madre no se hubieran peleado y jurado la muerte el uno al otro, habríamos sido una buena dupla. Tú robando, yo como la emperatriz del mal, alimentando a nuestros hijos con ese queso rancio que tanto nos gustaba de pequeños.
Él recordaba cuando habían planeado eso.
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Hacía cuatro años atrás, dos días antes de la pelea entre Maléfica y los piratas, Harry y Mal se llevaban muy bien, de hecho, cualquier persona que los viera pensaría que eran algo más que amigos, y ellos no negaban sentir una mínima cosquilla en su corazón por el otro. Todas las noches salían a robar y tomar bebidas alcohólicas que saqueaban. Ambos eran menores, demasiado menores para tomar alcohol, pero estaban en la Isla de los Perdidos, donde estar alcoholizado era completamente ordinario y cotidiano.
Se sentaron en el techo de una choza, abrazados, procurando no lastimarse con las tejas rotas y los alambres que las sostenían. Los dos reían y empezaban a balbucear estupideces, como muchas otras noches, mientras, de vez en cuando, le daban tragos a la botella que cada uno tenía.
-A ver, déjame ver, tienes algo... aquí -susurró él gracioso, luego de darle un beso en un lado de la sien.
-Y tú aquí -Esta vez fue el turno de ella, que hizo que sus labios chocaran con la nariz del joven pirata. Como respuesta a eso, recibió un fuerte mordiscón en la mandíbula, y luego los dientes de la pelimorada se clavaron en el lóbulo de la oreja de Harry. Como estaban ebrios (No lo suficiente para no recordar lo que hacían) no medían la fuerza que ejercían para morderse, por lo que ambos se habían hecho una marca.