Parte cinco

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El sótano ya no era oscuro, no olía a abandono, no tenía manchas de sangre, estaba brillante y bellamente adornado, una pequeña casa de ensueño digna de la compañía Mattel, incluso con su elegante Barbie cuidando de ella mientras Ken salía a trabajar.

Eran un par de meses los que habían pasado, para Sangwoo, unos meses en los que no había visto la luz del sol, encerrado en el que le costaba llamar su hogar, vistiendo caros atuendos que nunca luciría y que sólo usaba para pasar el día limpiando el sótano, preparando la comida, viendo la televisión o usando el viejo computador con sus juegos predeterminados.

Lo odiaba, odiaba todo lo que estaba pasando, esta libertad a medias, el poder hacer lo que quiera en ese espacio, pero solo allí, la cadena en su tobillo le negaba mayor movilidad más que para acudir a los lugares que cubrieran sus necesidades básicas.

Y había tratado de huir, pero la cadena era imposible de romper, su cuerpo estaba cada vez más débil, estaba perdiendo musculatura, su cuerpo se estaba amoldando para prontamente concebir, sus caderas se ensanchaban, aunque sabía que nada vivía allí.

Desde ese celo tormentoso que le hizo romper sus mentiras y verse indefenso, Bum nunca le había penetrado, él siempre actuaba como el pasivo en la relación, disfrutando y haciéndole disfrutar a ambos tanto como pudiera conseguirlo, aunque tampoco es que haya pasado muchas veces, sólo una vez durante cada período de celo, luego le cuidaba con supresores y el mismo consumía algunos para no dejarse batir por las feromonas.

¿Y lo peor de todo?

Sangwoo ya se estaba acostumbrando a todo eso, ya no quería luchar, se dejaba hacer en el lo que el otro quisiera, pensaba en que ya no serviría de nada, ¿ir a la policía y decirles que el chico al que él antes tenía secuestrado le secuestró y marcó? La marca menos poder le daba, la policía era un cuerpo que aún seguía creyendo en la sociedad de géneros. ¿El Omega marcado? Su Alfa podría hacer lo que quisiera con él.

Había algo más que Sangwoo odiaba y que cada vez sentía que dejaba de ser odio, era el anhelar la presencia de Bum, que le besara la frente cada vez que llegaba del trabajo, que le llevara flores y le dijera cuanto lo amaba. ¿Cómo era capaz de decirle eso al hombre le que había obligado a usar muletas luego de lesionar sus piernas? ¿A quién le tuvo encerrado sin ningún cuidado? ¿Era todo esto parte de una venganza?

Su cuello cubierto de una tela que protegía la mordida comenzó a palpitar, su ritmo cardíaco acelerándose y sintió la puerta para acceder al sótano abriéndose, Bum llegaba de su trabajo en una guardería cercana, dando pasos firmes, su mirada directa en el omega.

Por alguna razón comenzó a acalorarse.

Oh, no.

Su celo.

Se invierten los papelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora