Joven Marcos.

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Era una tranquila noche en el barrio "las avenidas", el cielo se encontraba despejado y el frío no era excesivo a pesar de estar acercándose el invierno.
Marcos transitaba por la Avenida Vértiz luego de hacer su compra nocturna. Hoy había salido a robar sólo y el día fue excelente. Gracias al "buen trabajo" pudo darse el gusto y comprar varios gramos de cocaína además de la marihuana diaria.
No era la mejor cocaína pero poco le importaba, la abstinencia lo estaba matando.
Siguió caminado por la oscura e intransitada avenida, cruzo la calle Jose Marti, todo estaba en silencio pero había algo, algo que no se podía describir con palabras, era un silencio diferente al que hay habitualmente a esas horas de la madrugada en el tranquilo pero peligroso barrio del puerto de la ciudad de Mar del Plata.
Marcos era un chico de 17 años, las calles de ese barrio eran su cuna, conocía cada rincón, y a él todos los vecinos lo conocían.
-Cuidado con el morocho.- Exclamaban algunos cuando él pasaba, y los que no hacían algún comentario por el estilo simplemente cruzaban de vereda. Intentaba no hacerles caso pero a veces se le hacía imposible. Si bien era de tez oscura, vivía en la villa y su familia no era la mejor, él no había elegido ese tipo de vida.
Marcos siguió su camino, se dispuso a cruzar la calle Cerrito para poder entrar a su preciada villa pero algo le llamo la atención.
Giró su cuello a la derecha y vio a un joven, caminando por Cerrito a menos de una cuadra de donde el se encontraba.
-Carne fresca- dijo para sus adentros.
Abrió su mochila y busco entre sus cosas su vieja y oxidada faca, su fiel compañera.
La tomó con fuerza y se dispuso a alcanzar al individuo. Parecía un chico joven, quizás de su edad. Tenía un chaleco negro y un jean de igual color, llevaba la capucha puesta y las manos en los bolsillos. Caminaba extrañamente lento pero no parecía raro.
Marcos, con cuchillo en mano y una pícara sonrisa se situó detrás de su presa. Comenzó a silbar para hacerse notar pero poco pareció importarle a su acompañante.
Caracterizado por su poca paciencia, intentó empujar al joven pero éste se detuvo en secó y causó el mismo efecto que empujar un camión.
-¿¡Eres imbécil!?- exclamó.
Pero sin mediar palabra el misterioso individuo volteó lentamente.
Para Marcos el tiempo pasó tan lento que los segundos parecían horas de repente parecía como si la temperatura disminuyera en gran cantidad. Por primera vez en su vida al ver el rostro de ese extraño muchacho, si se le podía llamar muchacho, sintió miedo, un miedo tan inmenso que era indescriptible.
Debajo de su capucha, donde tendría que estar su cabeza, sólo había un cráneo, pero no era un cráneo humano, sino el de un animal, un cráneo de vaca.
Atemorizado, el primer reflejó que tuvo fue clavar profundamente su oxidada arma en la costilla izquierda del esquelético ser, pero éste no demostró dolor, en cambió Marcos miró donde deberían estar sus ojos, y por un pequeño momento, creyó que estaba sonriendo.
Se quedo congelado en el lugar, pero ya con una clara sonrisa definida, el vacuno pateo a Marcos en la boca del estómago y con un grito de dolor voló 10 metros hacía atrás para aterrizar bruscamente sobre el frío y maltratado pavimento.
En ese momento sólo sentía dolor pero ahogado en miedo no fue capaz de gritar, solo oyó el fuerte y nítido mugido de su transgresor.
Intentó levantarse pero resbaló en el asfalto, comenzó a arrastrarse pero rápidamente fue levantado por unas ¿Manos?
Sí, eran unas manos, totalmente humanas. Miró a quién intentaba ayudarlo, un hombre canoso de unos 53 años.
-Muchacho ¿Estás bien?- Preguntó con apacible tono.
-No, si, éste, usted qué, ah- fue todo lo que el joven Marcos logro decir con una agitación que no sobresalto al hombre.
-Ven, te llevaré a casa- dijo ayudándole a subir a su auto.
Un Toyota Corolla negro nuevo. Por alguna extraña razón reparó en la patente: DI 142 ED.
Su corazón se aceleró pero no pudo hacer más qué subir al vehículo.
Una pequeña llovizna comenzaba a caer.
Una vez adentro, el auto aceleró.
-Tranquilo Marcos, ya ahora estarás bien- dijo el extraño con lo que parecía una fea y forzada sonrisa digna de alguien quién no sonríe hace tiempo.
-Muchas gracias- dijo Marcos ya más tranquilo, pero de repente volvió a acelerarse su corazón de nuevo.
-¿¡Cómo es que sabe mi nombre!?- exclamó frenéticamente.
-Jaja, ¿acaso aún no te has dado cuenta quién soy joven Marcos?-
El auto se perdió en la oscuridad de la calle Cerrito, y con él, también se perdió Marcos.

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