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De comer en el cafetín pasamos a estudiar juntos en la biblioteca, y cuando me ofrecí a acompañarla a su casa el primer día y aceptó, eso también formó parte de nuestra rutina.

Hablábamos de todo, cualquier tema. Yo le contaba de mí, de la relación con mis padres y en un día donde me sentí especialmente cómodo con ella le confesé la lucha que llevaba con mi sobrepeso.

Ese fue el primer día que Laura me abrazó.

Para este punto ya sabía que ella me gustaba, pero cuando su cuerpo estuvo entre mis brazos, confirmé que lo mío era amor.

Amor del puro, del grande y del absolutamente platónico y no correspondido; y es que Laura tenía novio, un buen chico debo reconocer, era dulce y atento con ella, y que la hacía feliz.

No podía ni siquiera molestarme con el tipo, porque era agradable con todos, incluso conmigo. Ojala lo hubiese podido odiar, hubiese sufrido menos cada vez que los veía juntos.

Así pasé el penúltimo año del instituto, con el gran fantástico número de: una amiga. Bueno, una amiga y su novio, pero es que de verdad a él no lo quiero contar como amigo, quiero odiarlo.

Déjenme odiarlo.

Porque mientras yo suspiraba todas las noches por Laura, soñaba con abrazarla, besarla y bueno... también con otras cosas, solo eran eso... sueños y él si lo podía hacer. 

El GordoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora