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Las palabras de Gabriel retumbaron en mi mente todos los días que quedaron de mis vacaciones. Y no dejé de pensar en ellas ni siquiera cuando estuve parado frente al instituto, listo para mi primer día de clases.

Entré temeroso de encontrármela y que ya no me saludara con el mismo cariño, así que la estuve evitando porque soy un cobarde.

Pero cuando el timbré anunció el almuerzo me la conseguí en el cafetín, en cuanto me vio alzó su mano para llamar mi atención. Tuve que respirar profundamente para darme ánimos y controlar mis nervios. Con cada paso que daba cerca de ella me ponía más ansioso.

—Hola Lau—la saludé con cariño, aunque en realidad lo que quería era besarla y sostenerla en mis brazos.

—¡Hola mi gordo! Te extrañé mucho.

Me derretí con su confesión: —Y yo a ti.

La distancia que le había notado ya no existía, pero tampoco era la misma. Reía más, conversaba más. 

Por las dos primeras semanas de clases fuimos inseparables, ahora compartíamos dos clases, por lo que ella me pidió ser su compañero en los trabajos.


El GordoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora