Capítulo 2, Annabeth: La vida como es ahora

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El Área de Paz quedaba justo al inicio de un puente que cruzaba el Pequeño Tibet. Era como un Hotel abierto en semi-círculo de dos pisos. Se subía por una escalera lateral, el piso de arriba era de los hombres y el de abajo de las mujeres, y cada habitación tenía ocho camas, y eran un total de 12 habitaciones por piso. Eran tantas habitaciones que a veces quedaban alguas vacías, y los Romanos se podían quedar a dormir, pero con un permiso firmado del Jefe de su Cohorte. La distribuición, para los griegos, no era por cabaña, así que cada quién podría quedarse a dormir con quién quisiera, siempre y cuando no fuesen del mismo sexo. 

En el patio había una piscina del tamaño de una cancha de básquetball. Había una gran explanada llena de pasto y árboles en el que se podía comer y descansar para un día de campo. Había una pequeña biblioteca en el piso inferior, al lado de la armería y una enfermería de emergencias, que en realidad casi no se ocupaba. 

Cuando llegaron, la mayor parte de los griegos estaban dejando sus cosas en las habitaciones, bromeando y saludando a los Romanos que se acercaban a darles la bienvenida. 

Ahí vio a su amiga, Rachel Elizabeth Dare, el Oráculo del Campamento Mestizo. La mayoría de los Romanos la veneraban, aunque algunos seguidores de Octavian aún le tenían recelo sobre sus predicciones. Cuando la vieron, estaba metida en una conversación seria junto con un tipo de cabello negro, un palmo más bajo que ella, que llevaba osos de felpa atados al cinturón. Éste no era Octavian, dado que el augur del Campamento Júpiter había fallecido de un manera muy peculiar en la Batalla contra Gea en el Campamento Mestizo.

No, éste chico era otra herencia de Apolo: Nathaniel Woodseen, que había sido asignado al puesto de auror ya que el Senado no había autorizado a que una Griega (aun siendo que Rachel no era siquiera mestiza) fuese la vidente Romana. Nathaniel tendría como unos diesiséis, pero en realidad parecía mas un niño. El cabello era de un brilloso negro, y sus ojos eran casi dorados como el sol. Y sí, tenía las mismas extrañas costumbres que el antiguo auror de abrir osos de peluche para predesir el futuro. 

Como era de esperarse, ambos desconfiaban del método del otro para ser los portavoces de los Dioses, y siempre que empezaban a discutir, Rachel terminaba con un cuchillo arriba de él, amenazándolo a que terminaría atado a un onagro como su atecesor .

De repente un par de voces familires la sacaron de su ensimismamiento. 

-¡Ahí están! 

-Los Tortolitos...

-Aww, ¡pero si se ven tan tiernos juntos! 

-Travis, no molestes. -Cortó Percy. 

-Soy Connor. -Respondió uno de ellos.

-Como sea, Travis, tú no me engañas. -Rió Sesos del Alga mientras le pasaba un brazo por sobre los hombros. 

-¿Qué tal la vida, chicos? ¿Les hace falta algo...? -Sugirió Connor, sonriendo.

-¿Una galleta? -Añadió Travis, a su vez.

-¿Una espada? 

-¿Una daga? 

-¿Lapiz labial? 

-Díganos lo que necesitan, o lo que les falte -Empezó Travis

-Y de inmediato, como por arte de magia -Continuó Connor

-Lo tendrán en sus manos -Terminaron al unísono. 

-No gracias chicos, por ahora...

-¿Qué tal Condones? Éstos son especiales para semidioses.

-Sí, en realidad se venden mucho en ésta época.

-Y pensamos que unos tortolitos como ustedes...

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