I.

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Una creciente serie de gemidos se escuchó por toda la calle, alguna se lo estaba pasando pero que muy bien en aquella incandescente tarde de agosto.

Poco después, un supuesto ser mortal con una bombona al hombro terminó de bajar las escaleras y salió al portal, descansó un momento mirando al frente con aquellos ojazos que eran como una mina de carbón de la que no regresar jamás y toda clase de pupilas atentas se deslizaron a su vez por aquella barba de pocos días que sabía cuando y cómo y cuánto rozar la piel más dura para prender la pasión más adormecida, el dulce mohín de su boca sensual, un perfil suave que invitaba a la caricia o las ondas de su pelo negrísimo ya invadido de canas que sólo lograban remarcar aún más un atractivo tal que ni su poseedor podía evitar ser consciente del mismo y usarlo todo lo necesario y más aún: sonreírle radiante a la alcaldesa que le echaba un repaso con disimulo, buscar los ojos de la chica tímida que siempre se escondía tras la ropa que estaba tendiendo o sostenerle la mirada a la que procuraba tropezarse con él y le decía "perdona" con intención, guiñarle el ojo a la monja de gafas empañadas que paraba de cortar rosas en el jardín del convento todas las veces que pasaba y socorrer a la policía en bicicleta que siempre encontraba nuevo mobiliario urbano con el que colisionar.

Ese día llevaba el mono un poco abierto y por ahí asomaba su marcado pectoral, gotas de sudor perlaban esa y otras partes de su anatomía visible. Era muy alto y su figura era armoniosa, sus hombros y brazos eran fuertes, sus manos bonitas aunque callosas estaban bien cuidadas y sujetaban con firmeza su carga; sorprendían la perfección de su dérriere, su elegancia y su porte, de haber nacido en una familia bien podría haber sido modelo, actor, cantante, presentador de televisión, incluso político, todo el mundo lo pensaba y tantas lo decían.

No era un butanero cualquiera, era el que tenía en vilo a todo el pueblo por su belleza y habilidades, aunque sólo llevaba en aquel destino tres meses. En su placa ponía "Pedro Sánchez" y en sus ojos y sus manos y su piel ardía una llama que ninguna válvula podía regular o contener: a la mínima chispa de reconocimiento arrasaba toda reticencia y toda duda, las calles mismas parecían suspirar al paso de aquel príncipe de jengibre y naranja, una criatura hecha de fuego y fantasía, de patriarcado y heteronorma.

-Te la mete donde sea- decían en la peluquería, entre risas y miradas cómplices.

-Te la mete donde quieras, le da igual lo que tenga que subir. Donde le digas, no tiene problemas- hablaban en la fila de la panadería y en la del super y entre las estanterías del bazar chino.

-Te la mete muy dentro, en el baño, en el balcón, en la entrada, en el salón, dónde más lo necesites.- comentaban en los intervalos de la asamblea feminista.

-Si tienen que ser dos bombonas, dos y si tienen que ser tres, también. No se cansa nunca, te las trae, las que quieras. A pulso.- Susurraban en la biblioteca municipal.

-Y además te hace algún trabajito más si se lo pides, es muy apañado...- y todas reían en la cafetería.

Tantas risas espabilaron un poco al dueño de Colmado Rivera, que estaba intentando engullir como fuera su café con leche, su zumo de naranja y su croissant con mermelada en la barra, ansiaba volver al trabajo cuanto antes y no le importaba nada de qué estuvieran hablando, en cambio, al mecánico jefe de Talleres Iglesias le intrigaba sin remedio...no dejaba de preguntarse de qué se reirían tanto y qué sería tan maravilloso, con una punzada de curiosidad morbosa añadida, porque para él estaba más que claro que algo pasaba con el butanero nuevo, llevaba semanas poniendo la oreja en todas partes; lástima que nunca hablaran en serio y con detalles varios. A veces pensaba en esconderse en la peluquería sólo para enterarse de algo.

-Albert, estás dormido.

-No me digas.

-El tío este del butano se está follando a más de una, ¿no te preocupa eso o qué? Inés está sola en casa.

-Y Adriana también, aunque a ti eso no te importa demasiado. No veo por qué te preocupa lo que haga ella, si ayer no me quería dejar dormir otra vez...y tú también eres "el tío ese de la coleta, el cabrón del taller" para más de uno, no te hagas el santo. Hasta le tendrás envidia, al pobre hombre.

-¿Le has visto? Es un tipo muy guapo, parece un protagonista de culebrón.

-Pues le pides butano a ver si te toca un poco a ti también...yo me voy a la tienda ya.

El sindicalista Garzón, sin dejar de mirar su libro, añadió:

-No veo porque un trabajador iba a arriesgar su puesto haciendo eso, tenéis mucha imaginación.

-Y algunos de este bar demasiado poca.

-Por un día que a lo mejor tiene razón, Pablo...

Alberto les echó una mirada burlona y siguió con su libro y su bocata. Había que ver lo picado que estaba el Coletas ahora que ya no se sentía el hombre más deseado de la ciudad.

- Mucho se ríen estas – decía el Sr. Rajoy, tras su periódico.

- Vamos Don Mariano, a mí me gusta verlas así de contentas...¿pongo ya el desayuno de su mujer?

- Hoy tampoco hace falta, se ha vuelto a quedar en casa, gracias.

- Muy bien, ahora le traigo lo suyo.

Y ahí se quedó callado, mirando por la cristalera. El viejo camarero se retiró en silencio, sabía cuando era mejor acabar la conversación.

EL BUTANERO DE LA ROSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora