Soraya se despertó, no sabía qué hora era. Se levantó confundida, aún turbada por todo lo que había vivido esa mañana, contempló su imagen en el espejo, desnuda y muy despeinada, se veía y se encontraba tan bien, tan satisfecha. Volvió a rememorar todo el placer que había sentido encima y debajo de aquel portento tan apasionado como incansable y no sólo eso, sobre su tocador le había dejado una rosa roja, preciosa y perfecta como él mismo...se acercó y la cogió, la olió, se prometió guardarla entre las páginas de algún libro y no olvidar jamás aquellas horas.
Volvió a meterse en la cama y se tapó, cerró los ojos y volvió a recordar lo gris que había parecido esa nueva y prometedora mañana de rentista indolente hasta que había necesitado comprar butano; le daba vergüenza salir al balcón y gritar el número de su piso, cómo le habían explicado que había que hacer en su edificio, pero entonces habían llamado al timbre.
-Un momento, por favor.
Fue abrir la puerta y quedarse sin palabras ante la visión de un operario de anuncio, hacía años que no veía a ninguno al que le quedara tan bien una camiseta como esa, con unas mangas recortadas que pusieran de relieve unos hombros tan magníficos. Que fuera negra sólo mejoraba el tema, si es que aquello aún era posible, parecía un pandillero de película de los ochenta.
-Buenos días, señora. ¿Cuántas bombonas quiere?
-Todas...eh no. Quiero decir dos ¿las va a subir usted solo?
-Claro, no se preocupe, no es problema.
-¿Y si fueran cuatro? ¿es mucho esfuerzo para usted?
Pero qué hombre, y cómo le había sonreído por el hueco de las escaleras al decir "Para mí no hay esfuerzo posible, señora" antes de empezar a bajar otra vez.
Fue un espectáculo de lo más obsceno verlo subir y bajar las escaleras, el pobre estaba sudando de lo lindo y la camiseta se le iba pegando cada vez más, sus brazos ya resplandecían, su pelo estaba tan húmedo como lo empezaba a estar ella misma; aquella maravilla iba a necesitar ducharse si tenía que hacer más visitas. Decidió volver dentro y probar si iba bien el termo, se alegró de que no funcionara, no había otra que pedirle que se lo arreglara.
Volvía a estar en su cocina, era real. Era un escándalo de guapo.
-Bueno, serán setenta y...
-Perdone, Sr. Sánchez ¿no podría mirarme también el termo? Se lo pagaría, por supuesto.
Le pidió un vaso de agua, se lo bebió con ansia y a continuación se quitó la camiseta, lentamente, como en trance, estaba tan cansado...
-Disculpe, no lo he pedido permiso; puedo volver a ponérmela si lo desea, parece usted...molesta.
-No...hace muchísimo calor, muchísimo, en-entiendo que quiera trabajar así. Sólo tenemos aire acondicionado en el dormitorio, de momento.
Pero qué estoy diciendo...
- Tranquila, no se preocupe.
Le pareció ver una clara sospecha en su mirada, una expresión pícara. No pudo evitar que le hiciese gracia, pero no, no podía ser. Un tío que estaba tan bueno como eso jamás...tampoco pudo evitar entrar varias veces en el baño con diversos pretextos, aquella espalda era una cosa tremenda, no quería perderse detalle.
- Ya está.
-Esta usted hecho un desastre, no puede irse así...vaya a ducharse, ahora le traigo la toalla. Le haré un café y un bocadillo mientras va a buscar su ropa.
-Es usted muy amable, pero de verdad que no hace falta.
Oh sí que me hace toda la falta
-Por favor. No es molestia.
-Bueno, de acuerdo. No quisiera hacerle un desprecio...
Pedro se estaba enjabonando por tercera vez y justo cuando pensaba que si le iban a salir ronchas o qué, la oyó abrir la puerta muy despacio, intentaba dejarle la toalla sin hacer ruido; era el momento de que se le cayese la cortina con estrépito. Y así fue.
-Vaya, qué cosas pasan. Perdón, no se moleste, ya lo arreglo yo...
La señora Sáenz tuvo que irse al pasillo, pero era demasiado tarde, ya había visto más que suficiente. Si vestido era un sueño, desnudo y mojado era un imposible, era tan distinto de su marido, que hacía mucho tiempo que ya no era ni una octava parte de eso, si es que lo había sido en algún momento de su vida.
Perdone...
Ahí estaba otra vez, no podía haberse puesto la toalla pequeña por error, era a propósito, quería que admirara aquel cuerpo que antes había vislumbrado, que lo deseara sin solución, que no pudiese dejar de mirarle de arriba abajo, los brazos sobre su pecho, la promesa de la línea sedosa que partía de su ombligo, las piernas suaves e infinitas, cierto bulto inequívoco que la hizo sonreír.
Se tenía que ir ya, dijo, con una mirada aterciopelada que contaba que a lo mejor podía quedarse si quería, si tanto lo quería.
Y eso sí que no, ese pedazo de cabrón no iba a ninguna parte. Y menos con aquello así...tuvo ganas de cogerle la polla sólo para sentir cómo se le ponía dura, primero en su mano. El mirarle pensando tal cosa pareció darle pie para pasar a tutearla y acercarse aún más a ella, su voz de presentador de televisión adquirió un tono más sugerente.
-Vamos, no seas tímida, porque no lo eres. Puedes tocarme si quieres. No me has dicho cómo te llamas...
-Soraya...
-¿Y qué quiere hacer Soraya?
Aquello era demasiado. Le quitó la toalla y vio cómo de dispuesto estaba a atender sus peticiones.
Volvió a no creérselo del todo mientras él le acariciaba la cara y ella le correspondía lamiendo y chupando el pulgar que había quedado sobre sus labios y a continuación un par de dedos más que enseguida fueron a otro lugar, algo más abajo, mientras la besaba y deshacía su mínima bata de raso, permitía que comprobara la firmeza de sus intenciones también con la boca, porque le apetecía tanto, como hacía tiempo que no. Pero no había que hacerlo estallar, no todavía, quería que aquello durase todo lo posible, así que fue subiendo a besos por su ombligo, su pezón, sus labios otra vez, la mirada turbia, lo que se había despeinado, cómo la sujetó contra la pared del pasillo y empezó a penetrarla vigorosamente, sonriéndose al escucharla gemir.
Mariano ya se hubiese herniado sólo con intentar levantarla y a aquellas horas yacería desnucado sobre el parquet, pero no quería que aquel pensamiento la invadiera, no quería acordarse de él mientras Pedro besaba su cuello y aún seguía, le daba mucha pena pero iba a tener que decirle que parase, no sabía a qué hora iba a llegar...pero la que llegó fue ella, y volvió a olvidarse de su marido.
Aún volvería a olvidarse de él tres veces más antes de la hora de comer.
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EL BUTANERO DE LA ROSA
Fanfiction"No era un butanero cualquiera, era el que tenía en vilo a todo el pueblo por su belleza y habilidades, aunque sólo llevaba en aquel destino tres meses. En su placa ponía "Pedro Sánchez" y en sus ojos y sus manos y su piel ardía una llama que ningun...