V.

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 Adriana contestó al telefonillo algo desganada, el día anterior habían estado reponiendo en el supermercado y estaba molida. Estaba pensando en lo de siempre, dónde estaría Pablo y con quién, para él era muy fácil, para ella no, seguía sin ver claro que otros tíos pudiesen gustarle tanto como su novio, habían abierto su relación hacia unos meses, aunque ella sospechara que por su parte ya estaba abierta de antes. Dudaba mucho de aquella honestidad interesada y tardía, no dejaba de sentir que algo no funcionaba bien, la incomodaba no encontrar como abrirse ella, no sabía manejar aquella situación y no sabía si lo mejor sería dejarlo del todo. Pero eso iba a resolverse pronto, en cuánto respondiese al interfono y la solución entrara por la puerta.

Coño con el butanero

Lo miró ir hasta la cocina sin poder dar crédito, pero qué era eso, no sabía que un hombre pudiera ser así, que pudiera existir tal belleza.

-Señora ¿se encuentra usted bien?

-Mejor que nunca.

No sabía si se lo imaginaba, pero le parecía que aquel Sr. Sánchez tardaba demasiado y no cesaba de dirigirle miradas inquisitivas, como si quisiera algo más aparte de alguna propina y procurar que la casa no volara por los aires una vez se hubiese marchado.

Pero cómo estaba, qué brazos, qué hombros, esa cara como los actores de las películas en blanco y negro. Es que no se podía ni mirar, estaba sentada en su propia cocina y le daba vergüenza hablarle, el pobre había intentado iniciar conversación como tres veces y sólo podía responderle con monosílabos y sí, hacía calor, pero era otra cosa lo que le sucedía; estaba tan caliente que no se lo podía creer y tan convencida estaba de que se notaba que pensó en irse al salón, pero no podía dejar solo a aquel hombre en su cocina, le parecía una desconsideración, se iba a pensar que no le hablaba por ser un trabajador o porque no le caía bien, y eso de ninguna manera. Se levantó y decidió empezar un pastel, parecía un sinsentido, sí; pero la distraería de aquel fuego que empezaba a extenderse en su interior, aquel impulso que sentía cada vez que se atrevía a mirarle sin que la viese, o eso creía, en realidad él ya lo sabía de sobras.

Mientras conectaba la bombona, vio el calendario en la cocina, Talleres Iglesias, y una camiseta con el mismo logo sobre una silla. Así que esta era su mujer...decidió ser travieso, puede que le gustara y le diese confianza, y si no, ya vería. Se levantó y se fue al baño a limpiarse un poco, cuando regresó, se puso a su lado, procurando acercarse un poco demasiado a ella, estaba roja y temblaba un poco. Qué dulce y qué mona era, no debía temer nada, sólo quería que lo pasaran bien, se lo hacía pasar mal ese Pablo. Y si era no, pues sería no y se marcharía, como tantas veces.

-Veo que está haciendo un pastel.

-Sí...a lo mejor quiere quedarse usted a comer. Es muy tarde. Ya no encontrará restaurante.

-¿Quiere que me quede a comer? ¿Y qué vamos a comer? Porque eso es el postre...

Adriana tuvo que reírse de de aquel descaro, pensó que quizá habría que cortarle un poco, pero le gustaba que estuviese tan cerca, notaba sus mejillas ardiendo al encontrarse con aquella mirada juguetona, apartó la suya y miró hacia los azulejos. Se quedaron callados, fantaseó con que le levantase la falda muy despacio y la tocara, se calentó terriblemente con aquella idea, tenía que calmarse, no podía ser aquello tan rápido, tan bestia. Le preguntó cómo se llamaba.

Pedro.

-Pedro, creo que sabes lo que pasa, si puedo tutearte.

-¿Qué pasa?

-No lo sé. Nunca me había parecido un hombre tan atractivo así de primeras.

-¿Soy un problema para usted, Sra. Lastra,? Si lo soy, puedo...

-No. No, por favor. Yo...me gustaría que...y tutéame, puedes hacerlo.

-¿Quieres que te ayude con tu pastel? Terminaremos antes.

Entonces notó cómo se le pegaba, soltó el rodillo y apoyó las manos en la mesa. Sentía su calidez algo incómoda en una mañana muy calurosa, pero tan buena, tan necesaria como una de aquellas manos morenas aventurándose dentro de sus bragas, acariciando, preguntando...

¿Qué te pasa, no puedes seguir haciendo tu pastel?

Pero qué cabrón, encima de lo guapísimo que eres.

Pedro siguió acariciándola, empezó a mojarse de forma irremediable, mientras él le susurraba que vaya que parece que quieres decir que a lo mejor prefieres que haga el postre yo, veamos...y no dudaba en seguir tocándola suavemente sólo por encima, sin deslizar un dedo o dos todavía, quería insultarle, ordenarle que lo hiciera, otros ya no la llevaban a aquel estado de excitación. Estaba esperando, sabía cómo y cuánto esperar y se deleitaba en ello, podías sentirlo.

Por fin se decidió y metió el dedo, rápido y luego despacio, se corrió tan rápido, tan fácil... le bajó las bragas y se lo preguntó, si quería más o si le había bastado, mientras le pasaba la mano por el culo, los muslos, no podía desearlo más, quería suplicárselo, decirle las cosas más sucias, sentir como la penetraba desde atrás y disfrutar de cómo y hasta dónde llegaba de aquel modo en concreto, pedirle que lo hiciese lento, rápido, ahora, ahí.

Eres un cabronazo, no sabes lo que me está gustando esto

Verás si lo soy

Viendo tales anhelos, se la metió a conciencia, y le dio la vuelta para mirarle a los ojos, para pegar su torso desnudo al de ella y continuar viéndose las caras, las miradas perdidas, deteniéndose un minuto para que pudiese acariciarlo, para sentirla corriéndose de nuevo debajo de él.

Estaba pensando en pagarle, aún acalorada y ardiente por el esfuerzo, cuando llegó Pablo. Aquello fue demasiado para él, pero no se atrevió a hacer nada, sencillamente le miró indignado o admirado de su atractivo y su belleza, no sabía, no se quedó a preguntarlo tampoco. Le pareció que lo que le ocurría al mecánico era otra cosa bien distinta de los celos o que estos no eran por quién correspondería desde una óptica heteropatriarcal, pero aún no estaba seguro del todo, decidió esperar.

Mientras Pedro se escabullía y dejaba la rosa pertinente clavada en una de las macetas de la entrada, empezó la discusión, pudo escucharle a él diciendo "pues no vas y te tiras justo a este", luego el "ah que ahora me vas a elegir los novios, pues yo no he tenido el gusto", más reproches, portazos y silencio.  

EL BUTANERO DE LA ROSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora