VII.

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Ya hacía dos semanas que habían cambiado al butanero por un tipo normal en el sentido más alejado posible del anterior, poblando las calles de suspiros de añoranza, excepto alguna que otra que ya tenía gas natural, y las más de las noches le abría la puerta a un misterioso visitante. Pero aquella mañana parecía tan luminosa como los poquísimos días de butano de los que había disfrutado tanto y Soraya no entendía por qué se sentía así, si él no iba a volver jamás.

Mariano aún estaba melancólico, se había ido a la ciudad, no había querido hablar del tema y parecía que la decisión por su parte era estar ausente el mayor tiempo posible y que fueran cordiales, ni siquiera habían hablado de separación, pero lo era de facto. No es que le importase demasiado perderlo como marido y muy ocasional y pésimo amante, aunque le tenía aprecio.

Salió al portal y vio subir al cartero nuevo. Imposible que fuera un hombre como aquel, pero tenía planta y era alto, se estaba quedando calvo pero no le sentaba mal y llevaba unas gafas azules a juego con su camisa y sus pantalones, le pareció un detalle coqueto. Traía un envío certificado, una caja enorme que le costaba llevar hasta a él, debía de ser todo lo que se había comprado por internet el día que supo que no lo veía más, ni siquiera sabía que podía ser. Se hizo gracia a sí misma por un momento.

-Tengo un paquete para usted...¿se lo dejo aquí o se lo meto en casa, señora Saénz?

El atractivo irresistible de aquel cartero la desconcertó por completo, visto de cerca tenía una mirada pícara, las manos bonitas y la barba algo descuidada le daba un aire de sinvergüenza que le encantaba; le entraron ganas de provocarle, le pareció un poco bandido y sintió que podía estar bien lo que saliera de esa pulsión que no se terminaba de explicar, y no se equivocaba.

-Se lo agradecería, no sé si podré manejar ese tamaño yo sola, Sr...Hernando.

-Si tanto lo necesita, estoy a sus órdenes.

-Pase, por favor.

¿Había sonreído y la había repasado de arriba abajo justo para que le viese hacerlo? Habría que invitarle a desayunar...

Pronto un cartero llamado Antonio empezó a causar estragos entre ellas, a pasar mucho más tiempo en casa de destinatarias que en la oficina o que pareciese que ni siquiera se pasaba por allí, a entregar paquetes con bonitos regalos que ninguna había pedido, a enseñarles lo que eran un morbo inaudito y el sexo animal sin sentido, era un estilo diferente al del inolvidable butanero Sánchez, pero igual de efectivo y haciendo gala de un encanto mucho menos visible para el ojo patriarcal más avizor. Y no era el único, tenían otro problema, un joven perteneciente a otro sector, ya que el señor cartero tenía sus años y no se podía diversificar en demasía, se estaba pensando que se necesitaría alguno más, había que compensar bien una pérdida tan sentida como aquella.

-Por favor, qué va a ser un problema ese Iñigo...eso es porque aún no ha ido a arreglaros nada.

-Más bajito, que ya está el mecánico escuchando.

La mesa de trabajadoras de la plaza dirigió su mirada a Pablo, había de todo: desconfiadas, furiosas, burlonas e indiferentes, esa vez tampoco iban a hablar de él en su presencia, mucho menos de ellos. Le pasaba en todas partes, muchas no se lo perdonaban y aquel era el único café al que podía seguir yendo sin que le miraran tan mal como en otros.

Ya no había manera de enterarse de nada, alguna que hablaba de más, una frase como mucho, pero enseguida se convertía todo en cuchicheos y risitas, al menos en lugares públicos. Nadie quería contarle qué había sido de Pedro...se arrepintió de no haber querido hablar con él a solas, no sabía que un misterioso caballero que antes había repartido butano por doquier iba a presentarse en su taller con una avería muy complicada un día que estuviera solo.

Irene se quedó intrigada con aquel chico que vino a mirarle la instalación antigua, no se podía creer que el casero lo hubiese enviado por fin, solía escudarse en que había problemas con el seguro. Estuvo segura de que era igual que Pedro en cuanto se dirigió a ella y le preguntó por el contador de electricidad, no sabía cómo, pero lo intuía... en lo físico eran opuestos, el técnico Errejón era un rubito de ojos azules un poco tirillas pero también elegante y muy mono y aunque parecía muy serio, luego no lo era tanto y además era extraordinariamente elocuente, con él sí se podían tener conversaciones de los más variados temas; además, sabía muy bien cómo provocarte con esa misma elocuencia, era el mismo tipo de magia con distinto color.

Y lo que las puso sobre aviso es que ahora no les dejaban una rosa roja, pero sí una casi azul eléctrico y un extraño clavel morado que no habrían podido florecer jamás en lugar alguno, al igual que las rosas, jamás se marchitaban.

Adriana e Irene fueron primero a la fábrica de butano, la curiosidad se las comía vivas. Lo que le escucharon a la recepcionista a punto de jubilarse las dejó de plástico.

- No tenemos ningún empleado como el que ustedes describen y creánme que nos acordaríamos de semejante macizo...la manera en la que lo han descrito ustedes dos me ha recordado a un chico que conocí hace mucho tiempo, un panadero; también se llamaba Pedro, de eso hace décadas ya. Si alguien se está haciendo pasar por uno de nuestros empleados, nos gustaría saber quién es, ya me extraña que alguien haga contrabando de bombonas, pero...

-No, mire, vamos a dejarlo. Ahora veo que se trata de una confusión, miraremos en la otra fábrica de la provincia, muchas gracias por su ayuda.

-Pero...

-Muchas gracias y que tenga un buen día.

-Pero Adriana, tía, esto qué es. ¿Por qué no has seguido preguntando, por qué nos hemos ido?

-No lo comprendes...¿no ves lo que está pasando?. No preguntemos nada más, seamos felices.

-Tiene razón, deberiáis dejarlo. Simplemente sed más discretas con los nuevos, el cambio se debe a que Pedro ha infringido las normas, estará retirado un tiempo y volverá con nuevas prestaciones.

Meritxell estaba allí también, las había seguido. Dijo que las llevaba y subieron a su coche.

-Si os parece, vamos a tomar un café y un pastel a mi cafetería favorita, os invito. Os hablaré de un antiguo conjuro que se hizo sobre esta localidad. Es hora de que también sepáis lo que hace tantos siglos procuraron algunas de las mujeres que vivían en este pueblo, al ver que muchas no eran felices con los hombres, siempre lejos, siempre en guerra y cuando volvían, demasiadas deseando que se fueran otra vez. Creo que os gustará...

EL BUTANERO DE LA ROSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora