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— Harry, cielo... — a Anne se le escapó un suspiro. Comenzó a contar mentalmente hasta diez.

uno, dos, tres, cuatro, cin...

— ¡No quiero! ¡No quiero, no quiero, no quiero!

Tal vez diez no era suficiente.

Estaba a punto de regañar a su hijo cuando éste le dedicó su mirada especial de cachorro herido. Sus ojos verdes, grandes y brillantes, cubiertos de lágrimas de cocodrilo, y su boquita formando un pequeño puchero.

— ¿Qué vamos a hacer contigo? — no pudo evitar reír ante la frustración que denotaba el rostro del niño.

A Harry también se le escapó una sonrisita. La risa de su mamá era contagiosa.

Su padre los miró a través del espejo retrovisor.

— Es por esto que nunca deja a un lado sus caprichos, Anne — Des negó con la cabeza en gesto de desaprobación — No le impones límites.

Su esposa, quien se encontraba en el asiento trasero junto con el pequeño, le devolvió la mirada en gesto acusador. No era momento para reproches. Harry aún estaba soltando algunas lágrimas y cualquier comentario podría hacer que volviera a desatarse la tormenta. Des comprendió aquello y decidió callar.

— Mami... no quiero ir a la cabaña — se lamentó, con voz bajita y quebrada.

— Es que no lo entiendo, mi vida. Si siempre te ha gustado pasar el verano allí. Tienes tu propia habitación, puedes ir a nadar al arroyo y hay muchísimos animalitos con los que jugar.

— Tú sabes que ellos no se me acercan — respondió, apenado —. No importa cuanto intente acariciar a los conejitos o darle de comer a las ardillas, nunca quieren estar conmigo y no sé qué es lo que hago mal —. La desolación con la que Harry pronunció aquellas palabras llegaba a ser bastante graciosa.

— No tu culpa, nubecita. Ellos son tímidos y sólo se acercarán a ti cuando entren en confianza. Mientras tanto, puedes explorar y...

— ¡Ustedes siempre me lo prohíben! — la interrumpió el niño, bufando —. Sólo quieren que esté ahí encerrado, como Rapunzel en su torre — Anne y Des cruzaron miradas, sintiéndose algo culpables —. No me extraña que aún no haya visto a ningún dragón. ¡Ni siquiera a un ogro!

— Escucha, hijo — Des tanteó el terreno. Harry lo miraba, expectante. Sin atisbo de lágrimas en sus ojos, pero sí de bastante rabia —. Si te comportas bien durante el resto del viaje y nos ayudas a tu madre y a mí a asear la cabaña al llegar, te dejaremos salir a explorar.

— ¡Viva! — gritó, genuinamente contento, al tiempo que abrazaba a su mamá

— Con una condición — advirtió el hombre.

— ¿Cuál es?

— Deberás encontrar algún amigo en el transcurso del verano. Uno real — aclaró —, de carne y hueso. No puedes pasarte el día soñando con cosas absurdas.

— Está bien — respondió Harry, bajito, inseguro de poder cumplir con su parte del trato.

Anne le dio un pequeño beso sobre sus alborotados ricitos.

— Ahora cuéntame esa historia que tanto te gusta sobre la sirenita y el pirata enamorados — le pidió, conciliadora, intentando que el viaje le resultara más ameno.

— ¡Claro! — accedió, con un dejo de emoción en su voz —. Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, en una tierra muy lejana...

Polvo de hadas ♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora