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A pesar del gigantesco deseo de Harry de ver a Louis lo antes posible, había pasado una semana entera desde que pintó su obsequio y aún no tenía noticias del niño hada.

Incluso llegó a pensar que tal vez todo había sido un simple producto de su imaginación. Que después de todo, aquellas criaturas existían solamente en los cuentos infantiles, y que en el dudoso caso de que realmente tuvieran presencia en el mundo de los humanos, jamás estarían interesadas en acercarse a una persona tan ordinaria como él. 

Harry albergaba desesperadamente la necesidad de contarle a alguien todo lo que había pasado. Pero no podía conversarlo con  nadie, y eso hacía que se sintiera más sólo de lo que normalmente se encontraba.

Sus padres percibían que algo extraño le ocurría, puesto que el niño apenas si tocaba sus platos de comida y ya no ansiaba salir para hacer sus exploraciones. Sin embargo, decidieron que lo mejor era darle su espacio, ya que concluyeron en que el peculiar estado de ánimo de su hijo se debía a su aburrimiento por estar lejos de la ciudad. 

Un jueves por la noche, Anne y Des estaban viendo una película en la sala de estar. Harry se había excusado alegando que tenía mucho sueño, por lo que le permitieron acostarse a pesar de que aún no había terminado su cena.

El niño caminó con pequeños pasitos cansados hacia su habitación, y al llegar se dejó caer sobre su cama. Ni siquiera atinó a cubrirse con las sábanas que él mismo había escogido una tarde de compras, puesto que le había gustado mucho el que estuvieran decoradas con coloridos planetas y muchas estrellas brillantes. No tardó en quedarse dormido, abrazado a su osito de felpa.

No obstante, unos molestos ruidos en su ventana provocaron que su sueño se viera interrumpido. Harry se sentó, frotándose la carita con sus manos, intentado despabilarse un poco. Miró hacia la dirección de donde provenían los sonidos, con el ceño fruncido.  Por un momento, imaginó que se trataría de una ardilla, o acaso un mapache, y estaba dispuesto a volver a dormirse cuando algo hizo que se despertara del todo.

Visualizó una diminuta mano tocó suavemente la ventana. Fueron tres tímidos golpecitos. Harry, atónito, se acercó velozmente a abrirla.

— ¡Louis! — exclamó, sin poder creerlo. Se encontraba subido al manzano que estaba a un costado de la cabaña. Tenía pocas ramas, y todas ellas eran bastante finas, pero lo suficientemente resistentes como para que un niño tan chiquito se trepara con seguridad a ellas.

— Hola — murmuró, mientras aceptaba la mano que le extendía Harry. Con una habilidad que maravilló al humanito, saltó del árbol hasta caer en puntas de pie en la habitación.

Sacudió un poco su ropa, lo que hizo que bastante polvo dorado cayera sobre el piso de madera pulido del cuarto. A la vez, miraba con una sonrisa un tanto triste al niño, quien no le había quitado la vista de encima.

— Harry, yo...

— ¡Estoy feliz de que estés aquí! Lamento mucho haberte molestado el otro día — sus ojitos verdes estaban cubiertos de arrepentimiento, lo cual desconcertó a Louis.

— Espera, ¿qué...?

— ¡Mira lo que te hice! — sin dejarlo terminar su frase, corrió hacia su mesita de luz y tomó su regalo. Se acercó nuevamente a él y se lo entregó, un poco avergonzado.

Louis miró a Harry y luego al dibujo. Una gran sonrisa comenzó a tomar lugar en su rostro.

— ¡Eres tú! ¿Lo ves? Y aquí está Rooh. Está comiendo una mora, porque sé que a los cervatillos les gustan mucho. Y mira, ¡éstas son tus alas! Les agregué brillantina para que quedaran tan bonitas como las tuyas.

— Yo no soy tan pequeño — soltó Louis, fingiendo estar molesto. Señalaba el papel, donde hasta parecía que la fruta que comía Rooh era más grande que él. Harry dejó escapar una risita.

— ¡Claro que lo eres! ¡Eres tan chiquito que hasta podrías caber dentro de mi bolsillo!

— ¡Yo no quiero estar dentro de tu bolsillo! ¡Y además, tú eres el que es demasiado alto! No es normal que un niño de siete años sea así de grande — replicó, cruzándose de brazos. Ahora ambos estaban riendo con ganas.

— Ya, pero, ¿te ha gustado? — preguntó Harry, cuando lograron calmarse un poco. Se sentó en el suelo y Louis lo imitó de inmediato.

— Sí, mucho — respondió, sonriendo. Y luego agregó, en voz bajita —. Nunca antes me habían dibujado.

— ¿De verdad? Eso es una pena, porque eres tan bonito que haces que sea muy lindo el retratarte — el niño no de dio cuenta de sus palabras hasta después de haberlas pronunciado. Al notarlo, se rió un poquito y empezó a jugar con sus rizos, nervioso.

Louis sonrió tímidamente.

— Gracias... — murmuró. Ambos permanecieron en silencio por unos momentos, hasta que decidió expresarle lo que había venido a decir. — Harry, lo siento mucho.

— ¿Eh? ¿Por qué? — el niño no comprendió aquellas súbitas disculpas y sintió que se había perdido de algo.

— El otro día fui muy grosero contigo — comenzó a explicar, repentinamente serio — No debí haberte gritado ni huir como si nada hubiese ocurrido. Eso estuvo mal.

— Descuida, no fue para tanto... — respondió dulcemente Harry, omitiendo el hecho de que había pasado las últimas noches sollozando por haberlo hecho enfadar —. Estoy seguro de que tienes tus razones.

— Pues sí, pero esa no es razón para justificar lo que te hice — Louis se encogió de hombros —. Fuiste muy amable conmigo y yo te lo devolví de esa forma...

— Te perdonaré si aceptas ser mi amigo — acotó, con una pequeña sonrisa.

— ¿Qué dices? Creí que ya lo éramos — respondió el niño hada, sorprendido.

Aquello llenó el corazoncito de Harry de una felicidad que nunca pensó que podría llegar a sentir. ¡Louis era su amigo! ¡Louis lo apreciaba y había vuelto por él!

— De todos modos... debo irme ahora. No debería estar aquí — el pequeño se levantó de un salto, tomando el dibujo de Harry entre sus manos. Éste copió sus movimientos y lo miró, sin saber bien qué decir —. Me alegra mucho poder haber vuelto a verte, Hazz.

— ¿Hazz? — inquirió, con una risita.

— Me pareció un apodo muy tierno. Como tu dibujo. Y como tú — exclamó, tocando con uno de sus dedos la frente del niño, en un gesto travieso.

— ¿No quieres quedarte a dormir? — preguntó éste, esperanzado. No quería despedirse, no cuando hacía tanto que deseaba verlo — Podemos leer un libro, o jugar a lo que tú quieras, o tomar el té con mis animalitos... — al decir aquello se sintió como un pequeño bebé, y estaba a punto de pedir disculpas por actuar como un tonto, pero Louis se echó a reír.

— Créeme que eso me gustaría mucho, pero de verdad debo regresar — admitió, apenado.

— Está bien... — Harry hizo pucheros —. Pero volveré a verte, ¿cierto? Porque somos amigos.

— Sí, lo somos — concordó Louis, con ternura—. Mañana, en el bosque. Por la tarde — añadió.

— ¡Muy bien! — el niño no cabía en sí de la alegría, y eso debió notarse bastante porque Louis lanzó una graciosa carcajada.

— ¡Adiós, Hazzy! — besó su mejilla apresuradamente, mientras abría la ventana y trepaba al árbol con gran velocidad. En unos instantes, había desaparecido del campo visual del niño.

Aquella noche, cuando los padres de Harry entraron a su habitación para comprobar que estuviera dormido, lo encontraron sobre su cama, con los ojitos cerrados, una gran sonrisa y un destello dorado en su mejilla.

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⏰ Última actualización: Feb 17, 2018 ⏰

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