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Los sollozos de Harry interrumpieron el sombrío silencio del bosque mientras corría torpemente a lo largo del camino hacia la cabaña.

Aún no terminaba de asimilar todo lo que había tenido lugar en esos últimos minutos. ¡Se había encontrado con un hada! ¡Una real, que no era producto de su imaginación! Si incluso llegó a pensar que verdaderamente podrían llegar a  ser buenos amigos....

Pero lo había arruinado. No sólo no era capaz de trabar una amistad con seres humanos, sino que tampoco podía hacerlo con criaturas mágicas. Ni con los animales. Harry se sentía demasiado solo y desdichado a medida que esos pensamientos iban cobrando lugar en su cabecita.

¿Qué está mal conmigo?

Logró llegar a su hogar en poco tiempo. Justo cuando estaba deseando echarse a los brazos de su madre y contarle todo lo sucedido, una fugaz idea pasó por su mente. ¿Acaso ella le creería? No, claro que no, pensó. Anne pensaría que era otra de sus muchas fantasías. Y su padre sería el principal problema. Él volvería a acusarlo de ser demasiado soñador e ingenuo, y a reprocharle el no saber cómo tratar con niños reales. Y cada vez que eso ocurría, el alma pura del niño se desgarraba un poquito.

Harry tomó la decisión de reservarse lo sucedido para sí mismo. Louis sería su pequeño y precioso secreto, que debía ocultar del resto de las personas que jamás podrían llegar a comprender algo tan mágico y especial.

Intentó secarse las lágrimas para no ser descubierto, y entró a la vivienda con una sonrisa fingida. Su madre estaba tejiendo y al escuchar la puerta abrirse, levantó la vista.

— Qué bueno que has llegado, mi amor —. Anne iba a saludarlo con un beso en la mejilla, pero algo llamó su atención y exclamó, preocupada —. Harry, bebé, ¿has estado llorando?

— No — el niño negó reiteradas veces con su cabeza. Era, en verdad, un pésimo mentiroso.

— Tienes los ojos rojos — señaló Anne.

— Tropecé en el bosque y me lastimé un poco — esbozó una sonrisa triste a la par que se colocaba en el regazo de su mamá, quien comenzó a acariciar sus rizos.

— ¿Dónde te duele, cariño?

— Aquí — respondió, mientras apuntaba con uno de sus deditos a su pecho, en el lugar donde se encuentra el corazón.

Anne no percibió el gesto porque estaba demasiado ocupada quitando delicadamente pequeños brillos dorados que cubrían la ropa de su hijo.

— ¿Mami? — preguntó Harry, tímidamente.

— ¿Mmm?

— ¿Qué se debe hacer cuando has hecho enfadar a un amigo?

Su madre frenó lo que estaba haciendo y lo miró detenidamente. Sus ojos expresaban un genuino asombro.

— ¿Has encontrado a otro niño en tu paseo? — quiso saber, con palpable entusiasmo.

— Sólo dime —. pidió el pequeño, haciendo pucheros.

Anne sonrió y lo pensó por un momento.

— A ver... pues si yo fuera tú, intentaría darle algo que le gustara — contestó, con dulzura.

¿Algo que le gustara? ¡Pero si no tenía idea de las cosas que le agradaban a Louis!

— ¿Y si no sé qué es lo que podría llegar a complacerle? — murmuró.

— Entonces obséquiale algo que tenga un significado para ti. Algo que hayas hecho tú mismo o que aprecies mucho. Estoy segura de que valorará ese gesto y dejará a un lado su enojo.

A Harry le entusiasmó mucho aquella idea, porque supo al instante lo que podría ser su ofrenda de paz. ¡Un dibujo! Dibujar y pintar eran algunos de sus pasatiempos predilectos, y sus padres frecuentemente alababan sus creaciones.

— ¡Ya lo tengo! ¡Gracias, mami! — el niño le dio un pequeño abrazo y corrió jubilosamente hacia su alcoba.

— ¡Procura no llenarte de los restos de tus manualidades la próxima vez! — le gritó, pero Harry no llegó a escuchar su advertencia.

Estaba demasiado inspirado y decidió aprovechar ese momento creativo al máximo. Desperdigó todos sus lápices, pinceles y acuarelas sobre una pequeña mesita de madera y luego tomó su bloc de dibujo, que llevaba consigo desde que tenía cinco años.

— ¡Espero que a Louis le guste esto! — dijo para sí, mientras empezaba a hacer trazos en la limpia y suave hoja de papel que había separado para su regalo.

Luego de varios minutos, se sintió satisfecho con el resultado. Harry apenas había notado el paso del tiempo, tan concentrado estaba en lograr obtener algo merecedor de la admiración del niño hada.

— No está tan bonito como él, pero aún así... — susurró, pensativo. Había dibujado a Louis cerca de un arroyo, con Rooh a su lado. El niño en su obra sonreía de oreja a oreja mientras miraba al cervatillo comer una mora. Las alas del pequeño resaltaban entre todo lo demás, pues Harry había puesto mucho empeño en ellas, intentando que quedarán idénticas a las de su dueño en la vida real. Observándolas, se le ocurrió algo. Con alegres brincos se acercó al baúl donde guardaba sus pertenencias más valiosas, y de allí sacó los pequeños polvitos brillantes que ocupaba solamente en ocasiones especiales.

Harry los esparció por alrededor de su Louis retratado, con la mayor delicadeza que pudo llegar a reunir.

— ¡Mucho mejor! — exclamó, contento. Ahora el pequeño hada se encontraba tan radiante como un rayo de sol, tal y como lo era en verdad.

Tomó el dibujo entre sus manitos al tiempo que largaba un suspiro.

— Espero poder dárselo pronto...

Y que pueda llegar a apreciarme.

Polvo de hadas ♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora