Prólogo

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Nuestro inicio se remonta a millones de años atrás, la raza humana siquiera comenzaba a levantar cabeza, una lucha constante por sobrevivir, depredadores de terror, con dientes y garras aún más espeluznantes. Los humanos se organizaban en pequeños grupos y la comida era tan escasa como mortal. 

Una fría noche, la Diosa Luna estuvo ausente; en su lugar, oscuridad absoluta cubría el cielo y caía agua a cantaros. Los Originales en un principio creyeron que la Diosa Luna castigaba sus almas mortales, el cielo retumbaba y los aullidos de las criaturas del bosque no dejaban de recordarles que debían estar alerta. 

Comenzaban a creer que tanto el agua como la negrura del cielo eran infinitas y acabarían absorbiéndolo todo, sin embargo, pronto cayeron las lenguas de fuego y la tierra se estremeció en recibimiento.

Nadie entendía lo que estaba sucediendo, si era acaso una manifestación del Dios Sol que se oponía a Luna. Contaron cuatro bolas brillantes descender acompañadas de algunas de menor tamaño y luz. Era una tormenta de luces como nunca antes habían visto, el agua tenía la intención de ahogarles, y la fuerte ventisca dejarlos desprovistos de techo. 

Luego de lo que les parecieron horas, finalmente la lluvia disminuyó y las luces abandonaron el cielo. La tribu tenía temor de lo que aquello pudiese significar, pero, concluyeron que lo mejor sería averiguar qué había ocurrido, y si tenían razón de temer ante lo desconocido.

Alrededor de su territorio, en medio de un desastre de plantas quebradas y charco, encontraron inmensas rocas con cráteres que emitían su propio brillo. El azul más hipnótico que hayan visto emergía de una de ellas, sangre resplandeciente brotaba de otra, el característico verde de la naturaleza estaba en la roca más grande, y de la última, un brillo tan puro y dorado que por un instante creyeron que Sol había caído del cielo. 

La tribu rodeaba la zona en un disparejo círculo, llenos de confusión, miedo y también curiosidad. Los Originales dicen que un latido pronto resonó en sus oídos, tan intenso que era capaz de privarles de los sonidos a su alrededor. Les dio la impresión de que aquellas luces parpadeaban en sincronía con el retumbar de su cabeza. 

Algunos dicen que fueron a penas cinco latidos, otros afirman que fueron una infinidad. Lo cierto es que aquello aumentó frenéticamente y bajo sus pies, el suelo comenzó a vibrar. Podían sentir el pulso de la Diosa Tierra en sus dedos, viva y fuerte. 

Se miraron unos otros, a pesar de estar llenos de confusión, de alguna manera sabían que estarían bien. Se trataba de un presentimiento, una corazonada común.

Aquel pulso no dejaba de crecer, y el brillo de las rocas comenzaba a filtrarse en el charco, deslizándose con vida propia en el terreno en forma de serpientes rojas, verdes, azules y doradas. Gritos de asombro y euforia se escucharon por todos lados.  Era un espectáculo mágico, definitivamente, una danza de colores que desaparecía por instantes mientras titilaban y se fundían cada vez más. 

De la nada, todo aquello se detuvo, el palpitar cesó, y una bola informe se retorció debajo de la tierra mojada, como si formase parte de ella. Los anteriores colores habían desaparecido, uniéndose en la combinación más extraña, pero hermosa que jamás hayan visto. No se parecía a los pigmentos de los frutos que recolectaban, de las escamas de los peces o las plumas de las aves más singulares. Nunca antes habían visto tono semejante, y no lograban apartar la vista. 

Casi podían sentir la vida que desprendía aquella luz. Les llamaba, era aún más atrayente que las lenguas voraces del Dios Fuego.

Sin embargo, cuando algunos de los más valientes decidieron acercarse, el palpitar volvió. Con un latido sordo, las lenguas brillantes barrieron a través del suelo, dirigiéndose a la posición de cada uno de los integrantes de la tribu antes de que tuvieran siquiera tiempo para pensar en correr.  

La luz se elevó del suelo, llegando a los dedos de sus pies, aferrándose a sus venas y colándose por todo su cuerpo. El palpitar había vuelto, tranquilo y suave, se sentía bien, como si por fin estuviesen completos.

Los Antiguos dicen que una sensación tibia inundó el corazón de los Originales, iluminando por fin todo su cuerpo, algunos con brillo dorado, otros con rojo, pocos más con azul, y finalmente, el guerrero más fuerte de la tribu, con un verde tan vivo y resplandeciente como el de las hojas contra los primeros rayos de la luz de Sol. 

Los latidos los ensordecían, fuego bailaba en la boca de sus estómagos y energía brillante serpenteaba en sus venas. 

De nuevo, se miraron los unos a los otros. Ojos extraños se devolvían la mirada ahora. Faros entre la penumbra, robándole protagonismo a las estrellas que recién moteaban el cielo. Algo había cambiado, y lo sabían, el poder en su cuerpo casi rugía con vida propia. 

Y así fue como todo comenzó. 

Fuego fluye por las venas de los Ignis, puedes encontrar el mismísimo océano en la mirada de los Akua, y luego están los Ray, cuyo poder chispeante es el más desconcertante de todos. En un principio, estaban también los Terra, sin embargo, nuestra aparición en el planeta consiguió atraer la atención de vecinos no del todo amigables, que necesitaban alimentarse, y nuestra esencia se les antojó de lo más deliciosa. La sorpresa de su aparición nos había tomado desprevenidos, y el Clan Terra, desafortunadamente no se pudo reponer. 

RAY - Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora