Vi cómo Juan sacaba a la rata muerta de detrás de un masetero.
—Aquí está —anunció con una sonrisa.
La madre gritó y ordenó que la arrojara a la basura. No entendí la razón de su miedo, si total, ya estaba muerta. Humana tonta.
—Te lo dije —murmuró Aurora.
—No es justo, no es nada justo —reclamé.
—Oigan... Qué bueno que se murió —dijo el pavo.
—Calla, pavo —le regañé—. ¿Por qué dices eso?
—Porque traen muchas enfermedades. Se comía mi comida, y una vez una me quiso morder.
Suspiré. Ya veía que si un animal se ganaba mala fama, todos los demás pagaban. Los humanos no observaban y no perdonaban nada.
***
La casa estaba decorada, habían puesto un horroroso árbol ficticio en una esquina y le habían colgado cosas. Moría por ir, morderlas, romperlas y arrojarlas al suelo. No porque no me gustaran, al contrario, la mayoría brillaba y llamaba mucho mi curiosidad. Había pequeñas lucecitas y soltaban extrañas y chillonas melodías. Ya me habían sacado a la fuerza de ahí un par de veces cuando caí en la tentación y fui a destruir algunas.
—Trae el vino... No quiero que sufra —decía Juan a su hermano.
Le alcanzó la botella de ese detestable líquido que me había hecho perder la cordura y convertirme en su circo personal una vez. Se dirigió al jardín y le empezó a dar de beber al pavo. ¿Era que acaso también querían ver si se empezaba a comportar como yo? Cómo les encantaba experimentar con nosotros, eran el colmo.
Salí de mi jaula y me dirigí al jardín. Juan había dejado al pavo tendido en el suelo.
—Hey... Siento que vuelo —murmuró apenas.
—Tranquilo, te pondrás bien luego —le animé—. También me lo dieron a mí, no hace mucho. Quieren ver qué puedes hacer.
—No sé por qué siento que no... No me pondré bien —susurró.
—Claro que sí...
—Algo me dice que no estoy aquí solo para estar libre como tú... Un pavo adulto me dijo una vez que ya nunca íbamos a volver. Lo temí cuando me trajeron, con el pasar de los días empecé a creer que no, y estaba feliz, pero ya veo que me he equivocado. Aquí se acaba... Si tan solo pudiera volar...
Miró hacia algunos pajaritos que se posaban en las plantas a observarnos.
—Lo siento, amigo —dijo un gorrión.
—No digas eso, se pondrá bien, a mí también me lo han dado antes —reclamé.
El gorrión salió volando con su compañero. El pavo contemplaba el cielo.
—Quizá de aquí pueda surcarlo...
—¿Dónde está Cherchy? —preguntó Juan adentro de la casa.
—Estaba en su jaula, debiste amarrarle la puerta para que no se escapara —le regañó su madre.
—Que no salga la señora aún —advirtió Juan—. Debo guardarlo, no quiero que vea nada.
—Es un animal, ¡por dios, Juan! No importa si ve, no entiende —se burló su hermano luego de soltar una risa como de perro retrasado.
Salió a buscarme por el jardín pero yo me fui a esconder, no iba a dejar solo al pavo hasta que se pusiera bien. Buscó y buscó hasta que se rindió.
—Adiós, amigo —dijo el pavo.
Una mujer salió con un recipiente y un objeto metálico, de esos que me asustaban, bien afilado. Me alejé un poco y el terror me invadió cuando apresó al pavo, que estaba tendido sin poder moverse, y le cortó el cuello.
Abrí mucho los ojos, la sangre se me enfrió. Chillé y aleteé, metiéndome de golpe por los maseteros.
Juan salió llamándome y, al verme allí metido, intentó hacerme salir, pero no pensaba hacerlo. Me hallaba temblando a más no poder. Los humanos eran malos y lo peor era que no sabía en qué había fallado el pavo para que también lo mataran. Quizá yo cometía algún error sin tener conocimiento y terminaba muriendo igual que todos. Quizá esa vez que me dieron el vino, habían planeado matarme también pero como me puse a hacerles la gracia decidieron perdonarme.
Estuve escondido por horas, sollozando a mi manera de loro. Juan intentaba hacerme salir de rato en rato pero no lo lograba.
—¿Ya ves? ¿Así decías que no entendía? —le reclamó a su hermano—. Ahora está traumado.
***
En la tarde, me escurrí hacia mi jaula y comí.
—Vaya, creí que habías escapado —dijo Aurora.
—Dime qué es lo que no debo hacer para que no me maten —le pedí desesperado.
—¿Ah?
—Mataron al pavo —sollocé—, y no sé qué hizo mal, qué tal si yo también cometo un error...
—Tonto, el pavo estaba aquí para eso —me explicó—. Verás, se acerca una festividad de humanos y ellos consiguen distintos animales para comerlos, así lo celebran.
—¡Qué enfermizo es eso!
—Da las gracias de que nosotros somos pequeños y nos estamos dentro de su menú. Lo único que podría matarte a ti, es no tener cuidado.
Me fui a un rincón de mi jaula a seguir sollozando.
***
Al día siguiente Juan logró hacerme salir de mi jaula, luego de ofrecerme un sinfín de cosas dulces, palabras y promesas de que nada me pasaría. Como nunca, me sacó fuera de la casa. Yo iba posado en su mano, llegamos a otra casa cercana y una chica abrió la puerta.
—Juan, al fin puedo conocer a Cherchy —dijo entusiasmada. Intentó acariciar mi cabeza pero me alejé.
—Está medio traumado ahora, sin querer vio cómo mataban al pavo —le contó.
—Ay pobrecillo —me consoló ella—, no pasa nada.
«Sí claro, tú qué sabes».
Pasamos y vi que íbamos a salir a su jardín.
—Supongo que habrás extrañado a tu amigo, ya que los encontramos juntos —me dijo.
«¿Mi amigo?»
En el jardín había una jaula y dentro estaba Pikio. ¡Pikio!
—¡Pikio! —grité feliz.
—¡Loro pollo! —cantó él.
—Vaya —dijeron ambos humanos—, sí que eran amigos.
Bajé de un salto de la mano de Juan y me puse al lado de la jaula.
—Creí que habías muerto —exclamé.
—Yo también, pero al parecer no, me han tenido muchos días vendado y adormecido —contó.
—Feliz navidad, avecillas —dijo la chica.
Loshumanos entraron a la casa y nos dejaron ahí jugando un rato. Quizá no todo eramalo.
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Este soy Yo
Historia Cortaconoce la historia de la vida, vista desde otros ojos, los pequeños ojos de una mascota. Todos los derechos reservados Copyright: 1409141972600 Autora: Mhavel Naveda "mhazunaca" ISBN: 978-1508640806 Disponible también en amazon, versión papel