Epílogo

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Hemos llegado, Napito.

Me habían puesto "Napo" como un tal sujeto llamado "Napoleón", según ellos porque era fuerte. Aunque mientras lo decidían, decían que por tener patas negras, pecho blanco y alas verdes, parecía que estuviera con saco y botas. Eso les hacía recordar a aquellas pinturas en donde había humanos vestidos así.

Me hizo subir a su mano y bajamos del auto. Reconocí los cantos de varios loros. El lugar era bien campestre, bastantes árboles y jaulas gigantescas con plantas adentro. Tardé en darme cuenta de que adentro volaban las aves.

—Mira a quién tenemos aquí —me habló una humana del lugar. Tenían la costumbre de hablarme como si fuera algún ser con retraso mental, pero según ellos, así demostraban afecto. En fin, si me trataban bien todo estaba aceptado.

—Napo ya está listo para entrar con los suyos.

—Por aquí, por favor...

Seguimos hasta el fondo, pasando por jaulas de guacamayos, aves de rapiña, pavas aliblancas y demás especies que ya conocía. Todos en problemas, como yo. Me asombré cuando entramos a la jaula, era tan enorme que los humanos también cabían sin problemas. Había un árbol adentro, un lugar para comer, distintas áreas de juego, y un pequeño espejo de agua en donde divisé a algunos loros cabeza roja.

Escuché llamados de los de mi especie y les contesté, muy feliz. La humana me dejó en la rama de un árbol seco, lleno de juguetes, y empecé a andar. Los vi retirarse y la pena me quiso inundar. Los llamé con un silbido.

—Estarás bien, Napito —me calmó ella.

—Vendremos a visitarte seguido, ¿de acuerdo, muchacho? —dijo él.

Les contesté con otro silbido más complejo y los vi irse.

—¿Loro Pollo? —preguntó un loro, desde una rama baja. Volteé y vi a Loro Alita.—. ¡Loro Pollo! —Aleteó feliz.

—¡Loro Alita! —respondí de la misma forma.

—¡Ven te muestro el lugar!

Voló y lo seguí. Tal fue mi sorpresa al ver a otros como yo, sobre otro tronco con juguetes, pero lo fue aún más al reconocer a uno. Giré y fui hacia ellos, con el corazón ahora golpeando mi pecho por la felicidad y la emoción.

—¡Papá! —Me puse en su detrás.

Volteó y se asombró. Nos saludamos con canticos y ruidos de felicidad.

—Loro pollo, creí que no iba a volver a verte —dijo con pena.

—Casi no, no fue fácil. —Estaba sollozando a mi modo de loro.

—Ya está todo bien, hijo.

—¿Y mamá?

Guardó silencio y ya no tuvo que responder de forma directa.

—La vida es así... Pero cerró los ojos teniendo la esperanza de que te recuperaría. —Asentí y nos acurrucamos—. Todo está bien. Una vez que seamos un buen número, nos llevarán de vuelta a la selva, a una zona protegida.

Eso me alegró.

—Oye Loro Pollo, te estoy esperando —insistió Loro Alita.

—¡Ya voy! —respondí con felicidad renovada.

—Ve hijo, diviértete.

Alcé vuelo y fui con mi amigo.

Agradecí en mi mente a aquellos amigos animalitos que tuve, que me ayudaron a sobre llevar las cosas, y que ya no iba a volver a ver. A los humanos que me trataron bien. A todos. Les dije que estaba bien, y esperé que, de algún modo, lo supieran en sus corazones. A todos ellos: hasta pronto.

FIN


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