9: Festividades

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Podía ver al pavo, sin plumas, con una sustancia extraña sobre su piel, en medio de la mesa mientras todos los humanos estaban sentados a su alrededor brindándole halagos. Quería vomitar.

—Argh, más crueles no pueden ser, se lo comerán y aun así le están rindiendo tributos. ¿Qué clase de fiesta enfermiza es esta? —renegaba desde mi jaula.

—Esto ocurre, ya te lo he dicho —explicó Aurora.

—Bueno, qué se puede hacer —me resigné. De todos modos, estos habían sido muy buenos. Aurora, mis padres, todos habían dicho que los humanos eran depredadores, así que esto debí haberlo esperado.

Todos comieron, conversaron, rieron. Me sentía un poco seguro y en confianza después de mucho tiempo, desde que dejé de ver mi hogar y a mis padres.

***

Me puse a ver televisión con el humano, habían pasado unos días, todo tranquilo. Este era definitivamente un buen hogar. Y sabiendo que Pikio también estaba bien y cerca, podía estar mejor, seguro volvería a verlo pronto.

—Oye humano, debo decirte que agradezco todo lo que has hecho por mí —le dije. Acarició mi cabeza.

Cri, cri para ti también —contestó.

Verdad que no me entendía, ya qué. Sí entendían de juegos, así que me puse a juguetear con su mano un rato. Me eché panza arriba y seguimos jugando.

—A veces te comportas como perrito —comentó divertido.

Sí, lo sabía, los animales teníamos cosas en común. Tocaron la puerta y me puse a soltar gritos para avisar. Alguien venía, no me gustaban mucho las visitas, a veces se concentraban en mí diciendo que era lindo, que no sé qué.

Juan fue a abrir conmigo en su hombro.

—Qué hay, vecino —dijo el chico.

Era el vecino, claro. Era un vago, no me agradaba, expelía olores raros y sus intenciones no eran buenas, podía sentirlo.

—¿Tendrás un encendedor? No puedo prender mi cigarro.

—Tu madre te dijo que lo dejaras.

—Ya, pero queda entre nosotros, ¿sí?

Juan suspiró y fuimos a la cocina, sacó el encendedor y se lo dio.

—Gracias. —Encendió la extraña cosa esa y botó un humo terrible—. ¿Y ese pájaro? —preguntó con el cigarro en la boca.

—Es mi loro, lo rescaté de unos niños que lo tenían jugando de forma tosca.

—Tiene muchos colores... Ha de valer bastante dinero.

—No me interesa eso, es mi amigo ahora. Además los loros son aves sensibles, si los alejas de donde se han acostumbrado podrían hasta morir de tristeza.

—Umm —se quejó el tipo—. Interesante, pero son sólo pájaros. En fin, nos vemos. —Se retiró al fin.

Juan movió su mano para espantar un poco el humo y cerró la puerta. Apestoso humano ese, ¡jum!

—Más tarde celebraremos el año nuevo, ¿qué planes tienes? —me preguntó.

Mi respuesta fue un combinado de chirridos y silbidos cortos.

***

Para la noche la casa se atiborró de gente, así como aquel día en el que se habían comido al pavo. La otra festividad de año nuevo. De todos modos estaba cómodo porque ya conocía a todos, seguía sintiéndome en familia, feliz y tranquilo. Con Aurora que a veces los hacía reír con algunas palabras que decía mientras yo solamente decía mi nombre aún, pero poco a poco mejoraría.

Pronto empecé a renegar, no había cuándo se fueran y ya era tardísimo, necesitaba dormir, hacían bulla y más bulla. Y, para completarla, abrieron la puerta de casa y se pusieron a reventar truenos, sonaba fuertísimo y me espantaba, pero Aurora me calmó diciendo que eran cohetes, petardos, que no pasaría nada.

Nos pusieron en la ventana para que viéramos cómo se reunían en el exterior de la vivienda para ver los "fuegos artificiales" y quemar a un pobre hombre de papel.

Aparecieron los vecinos y todos se abrazaban y saludaban, deseándose: feliz año nuevo... ¿Por qué se deseaban feliz año nuevo? Eso no cambiaría su vida, seguirían siendo los mismos y les seguirían pasando las mismas cosas si no cambian ellos. Podía darme cuenta de cuán ilógicos eran a veces los humanos.

Incendiaron al muñeco de papel y volvieron a saludarse. ¡Válgame! Luego reventaron más cohetes y se pusieron a beber ese horrible líquido que te volvía loco. Mala elección.

El vecino me quedó viendo desde fuera de la ventana. «Oh oh...»

Entró a la casa sin que lo vieran e intentó acariciarme pero no me dejé, intente morderlo y le dio un golpe a mi jaula dejándome un poco atarantado. La abrió y me sacó.

Chillé.

—¡Hey, qué haces con mi loro! —exclamó Juan. —El tipo echó a correr conmigo mientras me apretaba en sus manos y Juan lo persiguió—. ¡Déjalo, no vas a poder venderlo si eso crees!

—Claro que sí —murmuró el sujeto mientras aceleraba—. Me darán tremenda cantidad por ti, amiguito.

—¡Ayuda! —grité—. ¡No me saques de mi hogar, por favor! ¡No quiero estar en otro sitio! ¡Devuélveme! ¡No quiero irme, otros humanos me matarán! —Estiré mi cabeza lo más que pude para ver mi nuevo hogar sustituto alejarse.

Juan no pudo alcanzar al ladrón, por culpa del alcohol.

Después de correr, el tipo me llevó a casa de un conocido suyo, rieron y me mostraron a un horroroso perro lleno de cicatrices. Todo apestaba a una extraña planta. Me guardaron en una caja. Estaba temblando de miedo. ¿Y ahora qué? 

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