Capítulo I: "Lugar y Momento Equivocados"

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Segunda planta

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Segunda planta. Casillero 2B. Segunda Planta. Casillero 2B.

En cualquier otro momento de la historia, habría estado encantada encontrarme con los pasillos de la escuela completamente desiertos. La quietud física del espacio contrarrestaba la velocidad a la que mi mente avanzaba.

Lo tenía todo planeado, seis alarmas que debían despertarme antes de las ocho para poder llegar con tiempo de sobra, mi ropa estaba perfectamente alineada en la puerta de mi armario, e incluso tenía la hora del autobús calculada para empezar el año con el pie derecho. Y entonces mi bendita suerte hizo su magnífica aparición.

Al parecer, mi teléfono no había sonado a falta de batería, la idea de dejar mi ventana abierta por la noche ocasionó que la lluvia nocturna se colara en mi habitación para mojar mi ropa, y por si no era muy obvio, el autobús había pasado mientras yo aún dormía.

Y ahí estaba, buscando mi casillero con veinte minutos de retraso.

Al doblar en el pasillo corrí para alcanzarlo. Solo debía tirar los libros dentro y seguir corriendo hacia mi clase. Dos pasos simples que podría haber ejecutado, si no fuera porque el destino estaba conspirando en mi contra.

Al mismo tiempo que yo llegaba, una chica salía corriendo del baño. Chocó conmigo, provocando que mi bolso cayera al suelo, formando un gran eco en el silencio del pasillo. Recé porque el personal a cargo del piso no hubiera escuchado el estruendo, y me incliné para recogerlo, cuando alguien se paró frente a mí.

Mi mandíbula se tensó al verlo de frente, la patética sonrisa en su rostro me enfermaba.

-¿Necesitas ayuda con eso, Eri?

Él y su estúpido tono condescendiente me crisparon los nervios.

-Mal día, Nathan, apártate.

Él fingió una mueca de asombro, siguiendo mis pasos mientras arrojaba mis libros al vacío de mi taquilla -¿Por qué es un mal día, dulce?

Ignoré su presencia, y me dirigí hacia mi clase. Debía subir un piso más aún, mis piernas comenzaban hormiguear.

-Oye, dulce, cuando te hablo espero que me respondas -demandó trotando hacia mí.

-Ahora mismo te estás jugando tener hijos biológicos, así que será mejor que te apartes.

Se carcajeó, haciendo eco en el pasillo. Lo miré de manera súbita, lo hacía intencionadamente, para que nos encontraran.

Me apresuré hacia él y cubrí su boca -Te callas.

El repiqueteo de unos zapatos se unió a nosotros en el pasillo, haciéndome sentir un liguero pánico en los huesos. No podía comenzar el año en detención, no podía. Mamá me castigaría por el resto del año.

Nathan tiró de mí hacia la puerta de un salón, ocultándonos tras un casillero.

-¿Qué se siente depender de mí ahora? -se regocijó.

-Hueles a cadáver.

Él rió con malicia, y me acorraló entre sus brazos. Observé su rostro, rezando mentalmente a toda religión existente. El cabello rubio se le disparaba en todas direcciones, tenía las mejillas ligeramente pigmentadas y los labios hinchados. Por no mencionar el cuello de su camiseta, completamente arrugado.

«Así que él y la chica del baño estaban...»

-Pero ¿Qué se supone que es esto?

El director, Martin James, nos miraba desconcertado por la situación. Sus cejas blancas se unían en una sola, las arrugas se le acentuaban, los labios unidos en una fina línea. No podía culparlo, la mueca que le contraía el rostro tenía justificación. El muy gigoló nos había dejado en una posición por lejos comprometedora.

Traté de explicarme de inmediato -Señor yo-

-Los quiero en mi despacho, ¡Ahora!

Dejé que se adelantara lo suficiente para que no me escuchara darle una colleja a Nathan.

-¿Qué te pasa? ¿Por qué hiciste eso?

Él suspiró con fingido pesar -Y yo que trataba de trataba de salvarte el culo.

-No necesito que lo hagas. -lo empujé con fuerza-: Troglodita.

***
-Su consejera les dará el trabajo que deberán traer mañana acerca de la importancia de los métodos anticonceptivos y las ETS.

Me forcé a no dejar caer la mandíbula. Llevábamos diez minutos siendo testigos de un tedioso discurso sobre nuestra irresponsabilidad y lo perjudicial que era saltarnos las clases para apaciguar nuestro "hambre hormona"l. Porque eso era lo que él pensaba, y lo que Nathan quería que interpretara.

-Señor no es lo que-

-No quiero explicaciones. -me cortó-: Seré un viejo, pero aún sé de hormonas adolescentes.

-Pero yo no estaba-

-¿Acaso quiere un informe a parte que entregar?

Negué derrotada, y ambos nos despedimos de él para salir hacia el pasillo.

-Te voy a matar -anuncié aún perpleja.

Un informe sobre feromonas adolescentes, eso me había ganado el primer día de clases. Claro que sería obviar la parte en la que debía hacerlo con la personificación de la definición de estupidez. Estaba completamente segura de que era otro de sus juegos. Así funcionaban las cosas entre nosotros, él se portaba condescendiente y yo gruñía como un perro ante sus intentos de fastidiar mi existencia.

***

-¿Dónde estabas? Te llamé como mil veces -demandó San cuando me dejé caer a su lado.

Casi tuve que arrodillarme para que el profesor me dejara entrar a la clase, pero gracias al justificativo del director -no tan agradable-, lo logré.

-No me creerías si te dijera lo que me pasó.

-Sorpréndeme.

-Señorita Muller, ¿Se atreve a llegar tarde a mi clase y aún así molestar a mis alumnos?

Murmuré unas disculpas cargadas de resentimiento, y tomé un papel de mi libreta para describir lo transcurrido por la mañana. Lo tomó entre sus manos, y asombrada, ahogó un grito.

El almuerzo llegó rápido, y por suerte, sin más percances. Nos encontrábamos alrededor de una mesa, junto a John, el cual, habitualmente, miraba todo y a todos sin emoción. Él era así, a veces creía que en su reencarnación pasada había sido un monje, y que su dote de conservar la calma era una herencia de su antepasado.

-¿Algo nuevo? -preguntó dejando su bandeja de comida extra-saludable en la mesa.

Sam y yo compartimos una mirada, pero dejé que ella contara la historia, sabía que le fascinaba agregar emoción a las situaciones aparentemente inmejorables.

Mientras mi mejor amiga relataba mi patética mañana, mi vista viajó por la cafetería, vagando hasta detenerse en la puerta.

Desafortunadamente mis ojos localizaron a cierto sujeto de cabellera dorada que me ponía los nervios de punta. Él reparó en mi mirada, y yo apreté la mandíbula pensando en lío que me había metido.

«Seré tu karma», advertí mentalmente. Él me guiñó un ojo, pareciendo entender perfectamente lo que le decía.

«Quiero que lo intentes»

***

N/A:

Primer capítulo! ¿Qué opinan? Me encanta leerlos :)

Jugando a Ser EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora